Una breve introducción
En nuestra búsqueda mensual de noticias para incluir en el periódico hemos dado con un comunicado de “Individualidades campesinas en lucha” donde reivindican el sabotaje de un campo de maíz transgénico en Badajoz. Aprovechamos este acontecimiento para publicar un artículo sobre este tema, el uso de transgénicos, concretamente en la agricultura.
El desarrollo de las técnicas de cultivo in vitro y, posteriormente, la producción de plantas transgénicas supuso y supone un importante avance respecto a prácticas de selección de las variedades más provechosas para el cultivo o con las características más deseadas (por ejemplo mayor producción, más resistencia a plagas, etc.) ya desarrolladas en el Neolítico, o respecto al desarrollo de fertilizantes químicos y pesticidas. Decimos avance, tecnológicamente hablando, lo cual no implica necesariamente que sea mejor desde nuestro punto de vista.
La Biotecnología Vegetal utiliza una combinación de técnicas de cultivo in vitro y de ingeniería genética para obtener plantas con una información genética modificada (transgénicas). El objetivo final es introducir ciertos genes externos en la planta que le proporcionaran unas características especiales.
Al principio nos vendieron los transgénicos como la solución al hambre en el mundo, pero la producción de plantas transgénicas conlleva unos riesgos inevitables que han sido muy debatidos en los últimos años.
Uno de los riesgos ecológicos más debatidos es la posibilidad de que los genes insertados a una planta transgénica le den una “superioridad” sobre las plantas existentes y puedan desplazar a la flora natural. Por seguridad, el control de las plantas transgénicas tendría que ser muy grande hasta conocer con exactitud todas las características que los nuevos genes han provocado en la planta. Asimismo, también es importante tener en cuenta la posibilidad, demostrada en muchos casos, de que estos genes puedan cruzarse con otra planta y la combinación de genes pueda crear alguno de estos problemas.
Otro de los riesgos está relacionado con las plantas transgénicas aplicadas a la agricultura. Es muy importante saber el efecto que las nuevas características genéticas pueden provocar en la nutrición animal o humana. Este problema es algo que no se puede resolver con un simple estudio estadístico de una población, casi siempre mal seleccionada, correspondiente a una o dos generaciones. Afortunadamente, aunque cada vez menos, la Unión Europea, particularmente, es muy restrictiva en este aspecto, cosa que no nos permite conciliar mejor el sueño.
La triste realidad es que la producción de transgénicos no soluciona ningún problema, sólo está engordando el bolsillo de determinadas empresas y deteriorando aun más el medio ambiente. Acabar con el hambre, aumentar la producción, mejorar la calidad, etc., son ya promesas olvidadas pues las plantas transgénicas tienen básicamente dos modificaciones: resistencia a herbicidas y a plagas, y como varios estudios demuestran, ni para esto sirven pues las “malas hierbas” acaban desarrollando también tolerancia a los herbicidas.
El sabotaje
A continuación reproducimos el comunicado al que hacíamos referencia al principio del texto.
Reivindicamos el sabotaje de un campo de maíz transgénico experimental a cielo abierto en la provincia de Badajoz. Durante la segunda semana de agosto de 2011 un número indeterminado de personas hemos destruido parcialmente un campo experimental de maíz transgénico propiedad de semillas Pioneer. El campo ubicado entre los términos municipales de Valdivia y Zurbarán había sido solicitado por la empresa para experimentar a cielo abierto con las siguientes variedades de maíz OMG:1057, MAÍZ 59122, MAÍZ NK603 sin que sepamos a ciencia cierta cuál fue el que finalmente se estaba cultivando. Este campo es uno de los tres solicitados este año por las empresas Monsanto y Pioneer para experimentar a cielo abierto con maíz transgénico.
Esta acción es una pequeña respuesta a la imposición de los organismos modificados genéticamente (OMG) por parte de las empresas biotecnológicas y el estado. Desde que los OMG empezaron a experimentarse, aprobarse y comercializarse masivamente, sus creadores y promotores han declarado que estos OMG serían capaces de acabar con el hambre o salvaguardar la salud humana, así como de la posibilidad de una agricultura más limpia y eficiente. Nada más lejos de la realidad.
Estos OMG se imponen en un contexto de: grandes empresas transnacionales que luchan por el control monopólico de semillas y químicos, los monocultivos, la contaminación genética, la desaparición del pequeño y mediano agricultor, liquidación de las economías locales, desaparición de variedades autóctonas, grandes circuitos de distribución, despilfarro y contaminación de aguas, expulsión de comunidades rurales… en definitiva, en el contexto del modelo capitalista.
Estos OMG no son compatibles con otras formas de producción y organización social basada en la recuperación de una agricultura más tradicional, que satisfaga las necesidades de las poblaciones, no de los mercados, y que no desborde los límites de los ecosistemas, sumado a la voluntad de escapar a la ilusión de asociar felicidad y consumo.
Modelos manifiestamente necesarios en un mundo hambriento y calentado debido a su sometimiento al mercado y al totalitarismo de los estados. Por lo tanto estos OMG no vienen a cumplir las bondades de las que dicen ser capaces, sino que representan otra vuelta de tuerca más del modelo agroindustrial, que supondrá, entre otras cosas, la total expropiación a los pueblos de su capacidad para alimentarse por si mismos. Para la decisión final de la aprobación y posterior comercialización de estos OMG, el estado creó la comisión nacional de bioseguridad (CNB) dejando en sus manos el visto bueno.
Dentro de la CNB hay siete representantes científicos, muchos de ellos ligados a la industria biotecnológica y al lobby pro-transgénicos, siendo este sector científico quien lleva la voz cantante en dicha comisión. Este cuerpo se debe a la industria, no a la bioseguridad, prueba de ello los crecientes casos de contaminación genética en cultivos de trigo o maíz. En comarcas enteras del estado, la contaminación genética en cultivos como los antes nombrados está asegurada. Fuera de nuestras fronteras, estos OMG, han sido responsables de todo tipo de desastres tales como, hambrunas, deforestaciones, intoxicaciones, alergias y demás patologías debidas a consumo al igual que un sinfín de de coacciones a comunidades rurales y agricultor@s por parte de las empresas biotecnológicas, sin olvidar auténticas masacres producidas por la fabricación y uso de agroquímicos necesarios para este modelo agroindustrial, del cual, los transgénicos son su última expresión. El decir no a los transgénicos es decir no a los males e injusticias que hemos citado, es decir no a la imposición, no a la artificialización de la vida, no a esta locura de progreso.
El pasar a la acción contra los OMG es una lucha legítima de todo pueblo, síntoma de su sentido común, así como de sentir la necesidad de un profundo cambio social, fruto de ser conscientes del peligro que corre la tierra (y todo lo que merece la pena) en manos del capitalismo. Quien siembre y promocione transgénicos que coseche resistencias.
Firman y reivindican: campesinas extremeñas en lucha.
Extremadura, septiembre 2011
Individualidades campesinas en lucha
Como conclusión
Para terminar expondremos el texto utilizado para difundir la presencia del bloque anarquista, con cabecera “Bajo el capitalismo, rojo, verde, azul… Otro mundo no es posible”, en la manifestación “por una agricultura y una alimentación libre de transgénicos” del 18 de abril de 2010 en Madrid.
Elegimos este texto porque compartimos las opiniones que refleja y porque sabemos que bajo un contexto capitalista ninguna reforma, ya sea económica o ecológica, será suficiente.
En que la destrucción y degradación del medio natural es gravísima y creciente, estamos de acuerdo todxs. En que los miles de nuevos compuestos químicos, nuevas tecnologías, transgénicos,etc, son experimentaros sin control y sus consecuencias son imprevisibles y serán graves, también.
La imparable depredación que sufren los ecosistemas, su destrucción, en muchas ocasiones total e irreversible, es inherente al capitalismo, a su necesidad ilimitada de reproducción económica y al modo de vida imperante en el Norte, de consumo compulsivo y continua creación de falsas necesidades que satisfacer. Esta es la base del concepto pervertido de “calidad de vida”, sustentado, entre otros pilares, en la proliferación de productos de baja calidad en esta sociedad de la obsolescencia programada: consumibles de cada vez más corta vida, de usar y tirar, fabricación casi directa de residuos de efímera o nula utilidad…
Nuestros alimentos, cada día peores y más contaminados e insanos, atraviesan el mundo para llegar a nuestro plato. Ahora quieren que además sean transgénicos.
La percepción de las maldades de este modo de vida, que nos recompensa con enfermedad, dolencias físicas (cánceres, alergias,…) y el sufrimiento psíquico de llevar una existencia que no nos satisface, sobre la que hemos perdido el control solo para el beneficio ajeno y que se manifiesta en depresión, ansiedad y todo tipo de trastornos del alma, va a mayores, cada día más gente comprende que se ha llegado demasiado lejos y que esto hay que atajarlo, pero… ¿cómo?
La promoción y el consumo de la producción ecológica, la resistencia a los transgénicos y las obras faraónicas,… denuncian, pero ¿qué es lo que queremos? La opción individual protegerá, sin duda, nuestra salud, pero no hará de nosotrxs más que consumidorxs verdes, un nuevo mercado para el sistema, y punto. La agricultura ecológica va a ser adoptada por necesidad, bajo riesgo de agotar los suelos hasta hacerlos improductivos, cosa que no interesa. Las mismas multinacionales que ofrecen los fitosanitarios convencionales venderán los insumos para el cultivo ecológico que, en casos como el olivar extensivo, sigue empobreciendo inexorablemente el suelo.
El mercado de las energías renovables está copado por las grandes empresas de siempre, que instalan sus megacentrales solares o eólicas o gestionan la producción de biocombustibles (miles de hectáreas de monocultivos químicos hurtadas a la producción de alimentos, nuevas plantaciones de eucaliptos para fabricar “pellets” para las nuevas calderas ecológicas,…).
El capitalismo verde nos pretende hacer creer que podemos continuar con este ritmo de consumo y respetar el medio. Coches verdes, banca ética, comercio justo, la paradójica expresión “crecimiento sostenible”,…
Nos venden que se puede ser ecologista y capitalista, pero la defensa de la naturaleza y del ser humano, que pertenece a ella, exige acabar con el capitalismo. En su seno solo son posibles operaciones estéticas, maquillaje, propaganda, engaño. Su existencia es incompatible con la de un mundo vivo, sano, justo y libre, incompatible con la biodiversidad y las sociedades cooperativas.
Para que cuaje un proyecto de cambio social, necesariamente comprometido con el medio natural y humano, ha de ser coherente. Para ser coherente, ha de ser anticapitalista. Y para ser anticapitalista, ha de ser necesariamente revolucionario.
La recuperación de lo que podemos llamar malestar ecologista por parte de la democracia capitalista es labor encomendada a su izquierda (aunque parte de ella defienda la energía nuclear, las intervenciones militares o el TAV), que amansa, dulcifica y mantiene en el redil a lxs más concienciadxs. ¿Cómo? Partidos verdes, asociaciones conservacionistas, ONGs, comercio justo…
Quienes superan los límites impuestos, los de la protesta tolerada, son criminalizadxs, demonizadxs y catalogadxs como terroristas (piénsese en lxs Solidari@s con Itoiz, la actual resistencia autónoma al TAV,…). Quienes se conforman con ser ciudadanos críticos, consumidorxs verdes, están satisfechxs con este sistema que les permite estas opciones de consumo y protesta.
Quienes comprendemos que no basta con ecologizar y humanizar el rostro del capitalismo, puesto que este no prorroga su vida espontáneamente, sino que se está sirviendo con ello de una estrategia para su defensa y continuidad, hemos de constituir nuestro bando, incorruptible, que nada vende, que no ofrece más que la satisfacción del compromiso común para una pelea justa, que tiene ante sí un sinfín de campos de batalla.
Concluyendo, lo de siempre, frente a un ecologismo que cohabita, reformista y democrático, hemos de constituir un ecologismo rupturista, radical y revolucionario. El primero acepta y es aceptado por la democracia capitalista, el segundo no.
El único que tiene aspiraciones y voluntad real, posibilidad de parar esto, es el revolucionario, y ha de hablar sin complejos de desurbanización, de desmantelamiento de infraestructuras, contra el vehículo privado, contra el consumismo azul o verde, contra la participación en política (en el peor sentido de esta palabra),… Ha de sustentar valores contrarios a los de la dominación: apoyo mutuo, solidaridad, lo común, la austeridad, lo sencillo, la autenticidad,…Y ha de superar con absoluta naturalidad, cuando lo crea estratégicamente conveniente, los límites impuestos a la protesta por el enemigo.
Coherencia y beligerancia son el camino en cuyo transcurso habremos de dotarnos de las herramientas que nuestra labor precise.
Acometer hace vencer.
Aclaramos que no menospreciamos ni negamos valor del trabajo de muchas personas en muchas asociaciones, pero es menester que este se inscriba, se comprenda, dentro de un proyecto global revolucionario, para que sirva al interés común.