Las referencias en los grandes medios de comunicación a Bangladesh y su realidad cotidiana son escasas. Al igual que sucede con gran parte de los países de su entorno (dejando de lado los vecinos ricos o influyentes, a saber, Pakistán, India y China), raramente son noticia. Y cuando lo son, suelen venir de la mano de desgracias varias, provocadas tanto por la naturaleza como por la mano del hombre. Tifones, inundaciones, hambrunas, grandes accidentes laborales o terrorismo. Pero de ahí, no salimos.
Y con ello, nuestro conocimiento de ciertas zonas del planeta se reduce a una serie de fechas de tragedias desgajadas unas de otras. De esta forma, nunca conseguimos entender (o analizar) estas tragedias, pues ningún medio contextualizará nada en absoluto, lo que importa es el morbo, lo demás sólo lo acompaña. Pues bien, siguiendo este camino de grandes titulares, el pasado 29 de noviembre nos encontramos con la noticia de que una nueva fábrica textil había ardido en Bangladesh, aunque en este caso parecía que de forma premeditada. Las únicas referencias que acompañan al artículo en cuestión eran unas escuetas líneas sobre una cercana subida generalizada de sueldos en el sector y la reminiscencia del anterior momento-tragedia, la muerte de miles de trabajadores/as el pasado abril en el derrumbe de la fábrica Rana Plaza.
Ante este panorama nos ha parecido interesante acercarnos, aunque sea en este corto espacio de dos páginas, a la realidad social del sector textil bangladeshí. Intentar ponernos al día de ese contexto tan importante para entender los grandes titulares, para poder empezar a comprender el por qué (y las consecuencias) de los sucesos espectaculares. Algo que ya tratamos de hacer la pasada primavera tras el citado derrumbe del Rana Plaza (www.todoporhacer.org/bangladesh). En esta ocasión, hemos tomado como referencia una serie de artículos publicados a lo largo de todo este año en la página de contrainformación inglesa libcom.org. Con todo, se pretende poner sobre la mesa luchas (con sus formas características) que van más allá de nuestro cotidiano mundo occidental, tratando de abrir nuestras miras y aprender todo lo posible sobre los conflictos de otros/as.
¿Por dónde comenzamos?
Lo primero es estar al tanto de las grandes cifras. En Bangladesh el sector textil supone alrededor de un 75% de los ingresos en materia de exportación, así como en torno a un 15% del PIB. Todo ello genera unos beneficios totales para las empresas del país de 20.000 millones de dólares al año. El mercado está copado por las grandes multinacionales de la moda (como puedan ser H&M o Inditex), que se apoyan en los/as magnates patrios/as del textil, que a su vez trabajan en un mercado interno donde la subcontratación es el pan de cada día. Con ello, estas grandes multinacionales tienen la sartén por el mango, manteniendo la competencia tanto a nivel interno como externo (pues en el resto de países del entorno también prolifera este mismo negocio, y se juega fácilmente con la deslocalización entre ellos), llegando a imponer proveedores de materias primas que suelen ser sus propias filiales (el negocio es redondo). Todo esto otorga a la patronal del sector un poder enorme, que conjuga muy bien con sus buenas relaciones con los diversos partidos de gobierno bangladeshí y con la corrupción institucional de la que hace gala este país asiático.
En cuanto a la mano de obra, este sector productivo emplea alrededor de cuatro millones de trabajadores/as (de los 167 millones de habitantes de este pequeño país), en su mayor parte jóvenes mujeres emigradas del campo. Estos 25-30 años de boom textil han provocado que muchas de estas nuevas trabajadoras ya sean jóvenes que han crecido en las nuevas comunidades proletarias, emigrantes de segunda generación, con los consecuentes cambios que veremos más adelante. Las condiciones laborales a las que se ven sometidos/as son lamentables. El sector textil bangladeshí atesora uno de los salarios medios industriales más bajos del mundo, que hasta ahora era de unos 38 dólares mensuales. Esta retribución no había subido en los últimos tres años, mientras que el nivel de vida se había multiplicado por 2,5 en ese mismo período. De seguridad laboral y salubridad ya ni hablamos, siendo constantes los incendios y muertes en las fábricas (en este último año, a parte del derrumbamiento del célebre Rana Plaza, podemos encontrar dos grandes incendios más que provocaron cientos de muertes). A fin de cuentas, podemos afirmar, como dicen los/as compañeros/as del colectivo Etcétera que “lo que sí ha hecho posible esta nueva y agresiva mundialización del capital, es que hoy se dan al mismo tiempo todos los modelos productivos capitalistas. Podemos encontrar, incluso en el mismo territorio, el modelo altamente tecnológico e informatizado y también el modelo manchesteriano de la Satanic Mill (William Blake) o fábricas del diablo, donde se amontonan niñas y niños, mujeres y hombres, trabajando por sueldos miserables en unas condiciones de explotación como las que existían en el inicio del siglo XIX”.
La actual situación
Pero toda esta situación sufre una importante convulsión el pasado abril con el derrumbamiento de la fábrica Rana Plaza. La catástrofe supuso un punto de inflexión para las políticas en materia laboral del gobierno bangladeshí, o al menos un pequeño acicate en la necesidad de cambiar algo (aunque no fuera demasiado), para evitar que les comiera la presión. En las calles, se recrudecieron las huelgas y manifestaciones de los/as trabajadores/as en lucha por unas mejores condiciones, mientras que en occidente se despertó esa vena caritativa y complaciente que nos aparece cuando alguna catástrofe azota un rincón de lo que consideramos mundo incivilizado y nos sabemos en parte responsables. Ante ello, varias multinacionales del textil firmaron un acuerdo sobre el cumplimiento de ciertas condiciones laborales y de salubridad en todos los procesos de producción de sus marcas (algo que, previsiblemente, no se ha respetado), algunos gobiernos como el de EEUU ampliaron aranceles a las importaciones bangladeshís y se volvió a dar voz a las críticas de ONGs y de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) sobre la situación de la clase trabajadora en Bangladesh. A todo ello, habría que sumar que el gobierno estatal, presidido por la Liga Awami, deberá afrontar en pocos meses unas elecciones generales, y los 4 millones de trabajadores/as del sector (junto con sus familias) suponen un importe caladero de votos. De tal forma que la presión surtió su efecto y el gobierno central pasó a comprometerse en una serie de reformas legislativas en el ámbito laboral, tanto en materia de condiciones laborales, salarios y actividad sindical. Hasta ahora, todo promesas.
Los meses pasaron y las promesas se iban esfumando. Pero finalmente, a mediados del pasado noviembre, los cuatro días de huelga salvaje en muchas de las fábricas del país supusieron un buen golpe sobre la mesa de las negociaciones. Estas huelgas estaban empezando a suponer un daño económico enorme para una economía con una fuerte dependencia del sector textil, más si cabe en un ámbito productivo con unos márgenes de tiempo tan pequeños. Al final, las negociaciones entre el Estado, la patronal y los sindicatos concluían en una subida salarial generalizada (de los diferentes escalafones laborales) del 76%. Ello se refleja en un nuevo salario mínimo (el de entrada) de 5.300 Taka (68 dólares). De primeras, una victoria para los/as trabajadores/as.
Pero si se miran con detenimiento las condiciones de esta subida salarial, ya no es todo tan bonito como parecía. El acuerdo de 5.300 Taka mensuales para los niveles más básicos, va acompañado de un incremento anual de un 5%. Sin embargo, este incremento se aplica únicamente sobre la remuneración básica del trabajador, pues una parte importante de esta subida se corresponde con una serie de subsidios sobre la vivienda de alquiler (1.280 Taka), el seguro médico (320 Taka), la alimentación (500 Taka) o el transporte (200 Taka). De esta forma, este salario básico sobre el que se aplicarán subidas anuales, o sobre el que se calculan las horas extras, es únicamente de 3.000 Taka. Si a ello le sumamos que la inflación en Bangladesh está desatada, ejecutándose entre un 7% y un 12% en los últimos meses, el valor de este nuevo salario puede quedar devorado en pocos meses por la inflación si la situación continúa como hasta ahora.
A pesar de esta subida, que ya ha sido aprobada por el gobierno de la Liga Awami y aplaudida por los sindicatos participantes, el pacto cuenta con el rechazo de muchos/as trabajadores/as. Las huelgas han continuado en muchas fábricas, las manifestaciones y los enfrentamientos con la policía han sido diarios. Los/as trabajadores/as entienden que esta subida está lejos de lo que se reclamaba en las manifestaciones, es decir, un incremento que colocara el salario de entrada en los 8.114 Taka mensuales; y además, se está viendo cómo muchos/as patrones/as tratan de trampear las subidas a través de tejemanejes en los subsidios de vivienda, alimentación o transportes (algo, por otra parte, totalmente común en Bangladesh, donde las reformas legislativas no son siempre aplicadas desde las instituciones del Estado).
Y es en medio de esta situación donde se sitúa la noticia con la que abríamos este artículo, el incendio, presumiblemente intencionado, de una fábrica textil de la ciudad de Gazipur (a unos 40 kilómetros de la capital Dhaka). Ahora puede ser más sencillo entenderla, o al menos analizarla en su justa medida. El pasado 29 de noviembre, durante una manifestación del sector en Gazipur, se produce la muerte de dos trabajadores/as como consecuencia de los disparos de la policía. Ante este hecho, y como acción de repulsa, la policía afirma que numerosos/as confeccionistas “tanto del interior como del exterior de la fábrica” incendiaron la misma (una de las mayores del país con más de 18.000 trabajadores/as) junto con varios camiones de la empresa cargados de prendas listas para la venta. El sabotaje se produjo durante el cambio de turno y no supuso ningún daño personal.
La lucha de los/as trabajadores/as y el sindicalismo
Algo a destacar de todo este conflicto es la fuerza de la protesta proletaria. Se han producido enormes manifestaciones, continuas huelgas salvajes y piquetes, y como ya se han visto, varios casos de sabotajes. Todo ello se ve favorecido por un nivel de desarrollo productivo capitalista caracterizado por grandes concentraciones fabriles (cientos de fábricas cercanas en las que trabajan miles de trabajadores/as) rodeadas de los propios barrios de residencia de los/as obreros/as y sus familias. De esta forma, cualquier lucha, cualquier manifestación o huelga, se extiende rápidamente entre el resto de fábricas de la zona (de ahí lo habitual de las huelgas de solidaridad), de la misma forma que la policía se las ve y se las desea para disolver concentraciones y piquetes. A todo ello se le une una legislación laboral que deja en manos de cada patrono la aceptación de los sindicatos, de modo que éstos apenas están extendidos en las fábricas textiles (los niveles de afiliación son mínimos, en torno a un 3%). En este sentido, y durante estos 30 años, se ha ido desarrollando una importante autoorganización y solidaridad obrera en el sector, con sus consecuentes pros y contras.
Todo esto es algo que podría cambiar de la mano de las nuevas reformas que se están preparando. Al mismo tiempo que se prometen mejoras de las condiciones de vida y de trabajo, el gobierno está planteando la posibilidad de facilitar la incorporación de los sindicatos a las dinámicas negociadoras del sector. Lo que tras una mirada rápida debería verse como un factor de crecimiento para la clase trabajadora, genera ciertas incertidumbres cuando se lee todo más atentamente. Si nos fijamos en el actual caso concreto de la negociación de la subida salarial, nos encontramos con que los sindicatos encargados de la misma no cuentan con apenas apoyo entre los/as trabajadores/as del sector. En muchos casos, nos encontramos ante pequeños sindicatos sin apenas base ni experiencia en conflictos, meros apéndices de pequeños partidos de la izquierda reformista o ligados a ONGs occidentales. Sociológicamente, los/as negociadores/as de este conflicto han sido, en su gran mayoría, hombres de mediana edad, pertenecientes a los cuadros de los sindicatos o profesionales liberales (que no han trabajado nunca en la confección). Pocas mujeres, de las cuales muchas estaban empleadas directamente en ONGs. Todo ello les distancia de la masa de mujeres jóvenes, y a pesar de su segura buena voluntad, les resta legitimidad. Si a ello se le suma la crítica que muchos/as de ellos/as han hecho de las huelgas salvajes y la violencia ejercida por los/as trabajadores/as en sus enfrentamientos con la policía, se alejan más si cabe de unos/as trabajadores/as que quieren seguir con los paros.
A ello deberíamos sumar el hecho de que no son pocos/as los/as líderes políticos/as que desde los dos principales partidos políticos (la ya nombrada Liga Awimi y el BNP) ya tratan de rentabilizar todo conflicto laboral. Para ello no hay más que ver el caso del dirigente de la Liga Awami, Shajahan Khan, que aprovechando la ausencia del ministro de trabajo ayudó a convocar una de las mayores manifestaciones por la subida del salario de estos últimos meses. Este hombre es presidente de la Federación de Trabajadores del Transporte por Carretera, a la vez que su familia posee una de las empresas más lucrativas de transporte por carretera. Al final, una parte más de la corrupción congénita que acompaña a las diversas instituciones bangladeshís (y de la que el sindicalismo reglado no se escapa).
Es por ello que el actual esquema de trabajadores/as autoorganizados/as que nunca se sabe cómo van a responder a las agresiones del empresariado (ya sean físicamente explícitas o en forma devaluación de las ya de por sí lamentables condiciones laborales), trata de ser sustituido por unas dinámicas negociadoras en las que los sindicatos jueguen el papel de apagafuegos mediadores, capaces de encauzar el juego dentro de las reglas ya marcadas, siendo capaces de utilizar la fuerza de los/as trabajadores/as pero pudiéndola frenar cuando toque. Introducir en el tablero a quienes hablen su lenguaje, el de la competitividad, el del desarrollo económico, el del crecimiento nacional…, a quienes trabajan sobre la ingenua intención de lavar la cara del capitalismo, pero sin la visión de fondo de que las reformas, aunque puedan ser victorias parciales, nunca nos sacarán del barro de nuestra condición de explotados/as.
A esto habría que añadir (por ahora) un último factor, a saber, las necesidades del capitalismo bangladeshí de adaptarse a sus nuevas circunstancias. En su afán de acumulación y desarrollo de sus fuerzas productivas, puede haber llegado el momento de que la economía bangladeshí acometa nuevas reformas, de cara a superar sus límites expansionistas. Puede ser el momento de generar una mano de obra más cualificada y productiva, con el necesario crecimiento del salario social del trabajador (asistencia social, disminución del analfabetismo, vivienda social…). Si ese es el caso, el proletariado bangladeshí afrontará una gran transformación en sus condiciones de vida (para mejor en muchos casos), pero la explotación seguirá presente, de otro modo, pero igualmente alienante. Ahora todo depende de cómo se adapten los/as trabajadores/as y su autoorganización a esta nueva situación, y cómo vayan evolucionando los sindicatos en su actual posición en el juego. Por ahora, la lucha por la subida salarial sigue abierta.