Es muy complicado escribir sobre la situación actual. Pasan muchas cosas y muy rápido. Vivimos una situación dramática y llena de dolor. Una pandemia mundial ha ralentizado el capitalismo global ante nuestros ojos. La vida continúa, pero cuando esto termine, no volverá a ser como antes. No lo podemos permitir.
Cambio de ciclo inesperado
Esta crisis sanitaria profundiza la larga crisis económica que veníamos sufriendo, no la crea porque ya existía. No puede esperarse que un mundo se pare durante el tiempo que sea y a la vuelta todo siga igual, arrastramos una inercia incontrolable. Lo que parecía un momento de recomposición de las distintas fuerzas políticas tras un acuerdo de gobierno que prometía estabilidad y cambio social, se ha transformado en una situación social dramática. Tenemos al Gobierno con más poderes desde la Dictadura, el Estado de Alarma está cerca de otorgar plenos poderes al Consejo de Ministros. Con la gente recluida en sus casas o trabajos el poder del Estado se despliega en las calles a modo de demostración de quien controla el territorio y la situación. La forma de actuar en momentos álgidos de las crisis determina la salida de ella y configura situaciones del futuro. En 2011 se optó por reformar el artículo 135 de la Constitución para poner el pago de los intereses de la deuda por encima de las necesidades sociales. Durante esta crisis se tomarán decisiones a la altura de la importancia de un cambio constitucional, cuales sean éstas nos dará claves para pensarnos en el futuro, como personas, como trabajadoras y como movimientos. No es lo mismo amenazar con que «toda la riqueza del país está subordinada al interés general» que hacerlo. Lo que está sucediendo ahora frente a nuestros ojos abre un nuevo ciclo que definirá grandes decisiones a nivel político, económico y social.
Una crisis de estas características pone de relieve la nulidad de las teorías políticas liberales e individualistas del sálvese quien pueda. Ante una pandemia solo es posible salir pensando de forma social. Ahora todos los propagandistas del neoliberalismo, aquellos que desmantelaron durante años las estructuras sociales y comunitarias del Estado y fuera de él, quienes claman contra la intervención en los Mercados, corren a abrazar al Estado en busca de protección. Los empresarios exigen garantías, y si pierden que sea el Estado quien lo asuma. Es el Estado al que nos llevamos acercando años, el Estado que protege al capital, el que garantiza la economía de mercado, la explotación y el control social.
Ante los retos que nos apelan como comunidad (una pandemia, el cambio climático) las respuestas individuales son insuficientes. En el caso sanitario, contar con un sistema de salud universal y gratuito permite hacer frente, un sistema de seguros privados en el cual parte de la población queda desprotegida es incapaz. Sistemas universales y accesibles a toda la población en todas las necesidades básicas son los pilares para sociedades más justas e igualitarias. El desmantelamiento de la sanidad pública que hemos vivido está última década nos ha dejado más expuestos a crisis como esta.
Estado. Mercado. Común.
Mientras que el Estado se muestra incapaz de proteger con decisión y hechos a las personas trabajadoras y los sectores más vulnerables, el Mercado aprovecha la situación para obtener beneficios con movimientos en corto en bolsa, subiendo precios de productos sanitarios altamente demandados o realizar ERTEs y despidos. Frente a ello un común de personas donde se aplaude y se pone en valor aquellos trabajos, muchas veces invisibles o despreciados, pero que permiten la reproducción de la vida más allá del capital: cajeras de supermercado, limpiadoras, barrenderas, enfermeras… Redes vecinales que se transforman en grupos de apoyo mutuo para la ocasión, para hablar, para cuidarse, para hacerse la compra, cocinarse, lo que se necesite desde la más absoluta solidaridad. Estas formas de autoorganización espontáneas en tiempos de crisis nos dan una gran lección y es que al final, solo el pueblo salva al pueblo. El confinamiento casero impide el encuentro masivo en las calles, pero si se pudiera, estaríamos ante la reaparición de un movimiento de asambleas en las plazas de los barrios cuyo objetivo es hacernos la vida más faćil entre todas. Quizás el apocalípsis tenga menos de gente solitaria desconfiada tratando de sobrevivir a costa de lo que sea y más con el fomento de unas formas de relación comunitarias, locales y solidarias.
Tenemos un Plan
La expresión más política de este sentir popular está siendo el Plan de Choque Social y la convocatoria de Huelga de Alquileres. Frente a la incapacidad del Gobierno de llevar a cabo políticas sociales y de protección, ha sido una diversidad de movimientos quienes han elaborado un plan propio con ejes muy concretos: sanidad, trabajo, vivienda, violencia machista, prisiones, migrantes y recursos públicos. De estos ejes el que más está siendo problematizado es el de la vivienda. El gobierno hizo unas declaraciones muy polémicas los primeros días en el sentido de no regular los alquileres posibilitando una suspensión o moratoria y que eso era un problema privado entre particulares. Mientras, la situación económica lleva a miles de personas al impago forzoso, y ya son más de 8000 las que han canalizado esta demanda a través de los sindicatos de inquilinas y que a partir del 1 de abril no van a poder pagar. Estos impagos se transforman en huelga con ayuda de los mismos movimientos sociales que impulsan el Plan de Choque Social.
El resultado de la Globalización
Esta crisis es de nuevo una consecuencia de la Globalización. La gran interconexión entre países es lo que ha provocado que lo que era un virus localizado en un territorio se convierta en una pandemia mundial. El mercado ha sido el vehículo de transmisión del virus. Cuando decimos que el capitalismo mata, es porque genera las condiciones ideales para que se produzcan hechos desastrosos. Por eso tampoco podemos decir que esta pandemia sea casual. Las condiciones extremas a las que estamos llevando a las sociedades y al planeta harán de estas situaciones algo más habitual. Las condiciones ambientales fruto del cambio climático aumenta la probabilidad de mutación de virus, la vida en zonas de alta densidad demográfica permiten su expansión más rápida. El deseo de todos los Estados por mantener la economía y la producción en marcha nos ha quitado semanas frente al virus.
La Globalización es un mercado mundial en el que cada territorio cumple un eslabón de la cadena de valor. Cuando esa cadena no puede funcionar de forma correcta el sistema al completo se puede ver afectado. Aquí hemos deslocalizado la producción a países como China y nos hemos convertido en el lugar de turismo de los europeos. Es nuestra función en el sistema-mundo. Concebimos la Tierra como un único territorio donde extraer el mayor beneficio. Hoy, cuando vivimos escasez de material sanitario de primera necesidad y tenemos que traerlo en avión nos damos cuenta de lo vulnerables que nos hace la interdependencia fomentada por el mercado.
Una doctrina del shock comunitaria
“Solo una crisis -real o percibida- da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo depende de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable” – Milton Friedman.
Esta idea de Milton Friedman, pensador liberal, fundador de la escuela de Chicago, ideólogo de la dictadura de Pinochet, es la idea fundacional del sistema que ha permitido la desmantelación de los sistemas de protección social y la oleada neoliberal desde los años 80. Esta es la idea que denuncia Naomi Klein en su libro La Doctrina del Shock. Una idea terriblemente cierta y que se ha demostrado exitosa para nuestra desgracia.
La certeza de esta idea puede ayudarnos a pensar la situación actual. Contamos con una cuestión política ventajosa que conviene explotar, la puesta en valor de anteponer las necesidades sociales a los intereses económicos. Podríamos estar ante la oportunidad de una doctrina del shock a la inversa de lo que hemos conocido. Las fuerzas sociales no cuentan con el poder necesario, pero iniciativas como el Plan de Choque Social o la Huelga de Alquileres son esas políticas vivas y activas que hoy parecen imposibles. Toca hacerlas inevitables.
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