“La insurrección es un arte” – Karl Marx
Con este breve texto no pretendemos lanzar fórmulas mágicas ni dar lecciones de cara al día de la huelga, tan sólo invitar a la reflexión a todas los colectivos, asambleas y personas involucradas en esta lucha por ganar nuestra dignidad, porque creemos que nuestras prácticas y discursos deben ser puestos siempre en cuestión. No podemos aferrarnos a catecismos revolucionarios, ni seguir a cualquier cura sin sotana. Poner en marcha nuestras ideas, errar, caer y volver a levantarse, es la mejor escuela que podemos tener.
A modo de introducción
Es indudable que el contexto económico, productivo y social ha variado considerablemente en el último siglo. Esto es algo que difícilmente se puede negar. Pero, mientras, por otro lado, nos encontramos que la huelga, una histórica herramienta de lucha de la clase trabajadora, como ya hemos visto en un artículo anterior, no ha alterado prácticamente su planteamiento, herramientas y estrategias en este período. La realidad laboral en su conjunto, es decir, desde la relación empresa-trabajador/a hasta el proceso productivo en sí, ha sufrido determinadas transformaciones que exigen a la huelga, como intento de sabotear el ciclo productivo, replantear cómo aumentar su eficacia.
El actual entorno económico dista mucho del de hace 30 o 40 años. En el Estado Español, la terciarización de la economía nos ha llevado a un punto donde la mayoría de los/as trabajadores/as nos encontramos empleados/as dentro del sector servicios o sector terciario. La reconversión industrial y las deslocalizaciones han conseguido que la fábrica pierda su papel hegemónico dentro del sistema productivo. Este importante cambio en la orientación económica inevitablemente ha traído parejo un cambio en las relaciones laborales. El antiguo modelo productivo implicaba, entre otras cosas, una clara dicotomía entre empresa y plantilla, y una alta concentración de trabajadoras/es, favoreciéndose así el desarrollo de vínculos entre ellas/os, lo que daba lugar a una fuerte conciencia de clase, sectores altamente sindicados y eventuales conflictos con la dirección. En la actualidad, nos encontramos con una realidad bien distinta: la precariedad, la indefensión, la incertidumbre, la competencia, el agachar la cabeza, etc., es parte del día a día de, sobre todo, los/as trabajadores/as más jóvenes. Un panorama laboral lúgubre donde no está claro ni para quién trabajamos, puesto que las ETTs y las subcontratas han adquirido todo el protagonismo. Con este percal, los conflictos en los curros se han reducido al mínimo. La escasa conciencia de clase, el miedo a ser arrojado/a al Inem, la lógica del sálvese quien pueda entre los/as propios/as compañeros/as, la poca firmeza y escasa confianza en los sindicatos y la falta de otras alternativas de lucha, la adhesión de la plantilla a los intereses de la empresa, etc., han propiciado que el levantar la voz en el tajo o mostrar una actitud crítica ante los jefes, no sólo sea cada vez más difícil de ver, como decíamos antes, si no que cada vez, son más difíciles las condiciones para que esto se dé.
Por ello, es necesario, ante una convocatoria de huelga, replantear la estrategia para reorientarla a la actual realidad social.
A grosso modo
Con una reserva de casi seis millones de personas desempleadas, con una recién estrenada legislación laboral que agiliza los trámites y condiciones del despido, con una población activa que se encuentra trabajando principalmente en pequeñas y medianas empresas, con la despolitización, pasividad e individualismo reinante, etc., sumado al tipo de convocatoria que lanzan los sindicatos (avisada con antelación, permitiendo así la restructuración de turnos y el trabajo a realizar; con poca determinación; con la aceptación de unos servicios mínimos que prácticamente permiten un normal funcionamiento en ciertos sectores claves; etc.), se dificulta claramente el conseguir que la huelga tenga relativo éxito. En una o dos semanas que quedan para la convocatoria del 14 de noviembre, a ninguna fórmula mágica podemos recurrir para conseguir un paro casi total y una jornada de lucha con una capacidad de presión suficiente como para poner al gobierno contra las cuerdas. Por ello, sin perder el objetivo principal de tratar de interrumpir al máximo el proceso productivo, durante el día de huelga debemos plantearnos otros propósitos que afiancen un movimiento social que a largo plazo se convierta en un problema real para el actual sistema político y económico. Aprovechar la huelga para generar momentos de ruptura con la normalidad, de encuentro en la calle con nuestras/os compañeras/os de curro o con nuestros/as vecinos/as. Aprovechar la huelga para probar nuestras fuerzas, nuestras posibilidades de actuación, para poner en marcha diferentes tácticas, para fortalecer nuestras estructuras organizativas, para sacudir la paz social aunque sea un instante. Aprovechar la huelga para todo esto y más puede ser un buen punto de partida.
Pero aun así, es necesario replantear aquellas acciones que se vienen realizando durante el mismo día del paro. En las dos últimas movilizaciones que hemos participado, hemos comprobado como el esquema de actuación se ha repetido. Las acciones priman la búsqueda de cierta repercusión mediática y, por ello, se imponen ciertos ritos y una centralización. Los piquetes por el centro de la ciudad nada más dar las doce de la noche, son un buen ejemplo de ello. Frente a esto, apostamos por descentralizar las acciones, salpicar el mapa de Madrid, y, sobre todo, romper con las viejas prácticas de los sindicatos. Jugarse el éxito de la convocatoria en el impacto que tiene en los medios de comunicación implica una derrota de antemano. Nuestra partida se juega en nuestro entorno, con un trabajo real en el barrio y en el curro, que aunque a corto plazo no resulte tan espectacular, a largo plazo, acaba aportando sus frutos. Hacer ver a nuestras/os vecinas/os que no estamos ante un día normal, conseguir que su relación con la huelga no se limite a las imágenes del telediario de la noche, es un objetivo que si logramos cumplir podremos darnos con un canto en los dientes.
Otro aspecto importante que no podemos olvidar tocar, es el del papel que juega el transporte. La “cercanía” y la velocidad que permiten los actuales medios de transporte, ha propiciado el desarrollo y fortalecimiento del capitalismo. Sabotear el flujo de mercancías y personas, atascar la ciudad, son acciones que sin ser de una gran complejidad, contribuyen a dañar la economía. Con esta propuesta no estamos ni inventando ni descubriendo nada nuevo, pues recientemente, tanto en la huelga de los/as mineros/as como en las primeras semanas de movilizaciones de los/as trabajadores/as de la Administración Pública, se sucedieron cortes en carreteras y vías de trenes.
Si nos metemos de lleno con otro aspecto, con los propios piquetes, nuestra propia experiencia no es muy gratificante. Los grandes centros de producción y consumo o están blindados por la Policía (la imagen de un Corte Inglés rodeado de antidisturbios se ha convertido en la estampa típica de los días de huelga) o se encuentran alejados de nuestros barrios o no contamos con la suficiente fuerza como para ir más allá del reparto de octavillas. Y por el otro lado, los medianos y pequeños comercios y empresas que se encuentran abiertas o cierran las persianas para abrirlas en cuanto el piquete se ha alejado, o se genera una riña que supone un desgaste desproporcionado respecto al objetivo en sí. Ante esta realidad, como alternativa planteamos realizar visitas los días previos y repensar en los espacios donde prepararemos esta convocatoria los objetivos de los piquetes y cómo cumplirlos, para el mismo día 14 no tratar de abarcar todo, sino priorizar a la hora de repartir nuestro tiempo.
Antes de terminar, entre esta caótica exposición de ideas, queríamos incluir un breve comentario sobre los llamamientos cada vez más habituales a realizar otro tipo de huelgas ese mismo día. La huelga de cuidados, vislumbra una interesante reflexión que permite aportar contenido feminista a la lucha de clases, algo realmente necesario. Pero la huelga de consumo, aunque también es certera su aportación crítica, nunca puede ser utilizada como sustitutivo. Si vas a trabajar, aunque ese día no compres nada, eres un esquirol y punto. Si comentamos esto es porque lo hemos vivido, aunque parezca increíble.
Para terminar, remarcar que la huelga es una oportunidad para realizar un trabajo que afiance grupos y asambleas de vecinos/as y trabajadores/as, para visibilizar el hastío creciente, para romper con esta rutina aplastante, para probarnos a nosotras/os mismas/os y en colectivo, etc. Pero que quede claro que no es el principio ni el final de nada.
“Unas cuantas docenas o cientos de personas se reúnen de repente en un mismo punto, llevan a cabo su operación y se dispersan luego lo suficientemente rápido como para evitar o minimizar los arrestos. El plan es normalmente mantenido en secreto hasta el último minuto de forma que la policía no sepa dónde enviar refuerzos. Muchas veces el objetivo era invadir algún edificio —unos almacenes o supermercados, la sede de un periódico, una emisora de radio o televisión, una oficina de correos, una oficina de empleo, una ETT, una agencia inmobiliaria, una oficina de la Cámara de Comercio o la sede general de algún partido político. En otros casos el objetivo era bloquear una red de transportes —una estación de tren, un cruce de tráfico, una autovía, el metro, un puente, una terminal de autobuses o un aeropuerto” – Reflexiones sobre el levantamiento en Francia contra el CPE.
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