Una pareja deambula por las mutiladas calles de Belén. La noche es fría, igual que el silencio que impregna la ciudad. La mujer, embarazada, empieza a sentir los síntomas del alumbramiento. Es 25 de diciembre en Cisjordania y el viento trae recuerdos de otra época. La pareja, ante el empuje del pequeño, decide detenerse bajo un maltrecho portal. En su interior dos animales de carga miran impasibles la cara de dolor de la mujer, quien solo piensa en su casa derribada por los misiles enemigos, añorando el calor de su hogar y la comodidad de su cama, pero la vida que pide a gritos salir no entiende de enemigos ni de misiles. Después de largos minutos de sudores asoma la cabeza de un pequeño entre las piernas de la mujer, en ese momento una sirena rompe la quietud de la ciudad y una ráfaga de luz recorre el cielo, el resplandor ilumina la estancia y así la mujer puede observar por primera vez la cara de su pequeño. Pasados unos breves segundos, que para la mujer han sido los más hermosos de su vida, empieza a notar como el suelo comienza a vibrar, las vibraciones cada vez son más fuertes igual que las contracciones que la avisaban de su inminente parto. Cuando parece que el suelo se va a romper bajo sus pies, tres hombres armados irrumpen en el destartalado portal. Los hombres se acercan a la criatura sin dejar de apuntar a su cabeza. La madre estalla en llanto y el hombre se abalanza sobre ellos con el objetivo de desviar las balas que apuntan a la cabeza del pequeño. Tres balazos y el hombre yace muerto en el suelo. Acto seguido, los tres hombres salen corriendo del portal con una sonrisa en los labios, “otro palestino menos” se podía leer en sus caras. Todo queda en silencio. La madre, muda de miedo, abraza a su pequeño recién nacido, quien aprieta los puños como los apretará el resto de su vida en un símbolo de rabia contra aquellos asesinos.
Esta vez no vino un ángel a anunciar el nacimiento de ningún niño, fue una sirena de bombardeo. El resplandor que cruzó el cielo no fue una estrella fugaz, fue un misil aire-suelo. Cuando la tierra temblaba y entraban los hombres armados, no iban en camello ni traían al pequeño incienso, oro y mirra, iban en tanques y le traían tres subfusiles de asalto. Ninguno de ellos iba con capa y con corona, sino con trajes verdes, cascos y protecciones. El 25 de diciembre de 2014 en Palestina no hay nada que celebrar.