340 páginas. Michel Foucault, Siglo XXI, 1975
En 1757, el regicida Damiens fue ejecutado públicamente. Medio siglo después, esta “tecnología de castigo” fue sustituida por la del encierro en prisiones oscuras, agujeros de piedra deprimentes capaces de volver loco a cualquiera. La tecnología de castigo “monárquica”, la de la ejecución pública, consiste en la represión de la población mediante ejecuciones públicas y tortura. La segunda, la del «castigo disciplinario», es la forma de represión – que al igual que la anterior busca extender el miedo -, que le da a los «profesionales» (psicólogos/as, jueces, guardias, etc.) poder sobre el/la preso/a: la duración de la estancia depende de la opinión de los profesionales.
La sociedad actual sigue aplicando el castigo disciplinario ejemplificador, pero de una forma más complicada, ya que son demandados por nosotros/as mismos/as, por el conjunto de la población. Foucault compara la sociedad moderna con las prisiones con estructura panóptica diseñadas por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham: en ellas, un solo guardia, que no puede ser visto, puede vigilar a muchos/as presos/as desde una posición elevada. Finalmente, los/as presos/as se comportan en todo momento como si les estuvieran observando, sin llegar a saber jamás si eso está efectivamente ocurriendo o no. Y lo mismo ocurre en nuestra sociedad. El oscuro calabozo de la pre-modernidad ha sido reemplazado por la moderna prisión brillante, pero Foucault advierte que «la visibilidad es una trampa«. A través de esta óptica de vigilancia, dice, la sociedad moderna ejercita sus sistemas de control de poder y conocimiento. El autor sugiere que en todos los planos de la sociedad moderna existe un tipo de “prisión continua”, desde las cárceles de máxima seguridad, las labores de trabajadores/as sociales, la policía y maestros/as, hasta nuestro trabajo diario y vida cotidiana. Todo está conectado mediante la vigilancia (deliberada o no) de unos seres humanos por otros, en busca de una ‘normalización’ generalizada.