Con motivo del pasado día internacional de la mujer, los/as compañeros/as londinenses de Angry Workers of the World se plantearon compartir cuatro historias de mujeres trabajadoras de su gran urbe. Historias actuales, de mujeres afectadas por el sexismo en su lugar de trabajo, por los controles fronterizos racistas y por un sistema de bienestar cada vez más degradado. No son sólo historias duras, son ante todo la realidad sobre la que deben trabajar las organizaciones de clase, las diferentes problemáticas que atañen a las trabajadoras. Os presentamos extractos de dos de estas entrevistas. Los textos completos los podéis encontrar en libcom.org o próximamente en nuestra web.
Kulbir
“Yo nací en Punjab, en la India, en un pequeño pueblo rural. Los campos y tierras alrededor de nuestro pueblo eran propiedad de un terrateniente para quien mi madre (y ocasionalmente mi hermana y yo) trabajaba. Era un trabajo estacional y laborioso.
Mi padre era policía, pero muy a menudo estaba ausente del trabajo pues era alcohólico. Esto aumentaba la presión económica sobre mi madre para que aportara ingresos del trabajo en el campo. Mis padres discutían mucho y él se ponía violento de vez en cuando. Yo no quería ese tipo de vida.
Tuve suerte ya que pude centrarme en los estudios. Cuando terminé la escuela secundaria, me preparé un examen para entrar en la universidad. Lo aprobé y estudié en la universidad comercio durante 3 años. Me gradué con 21. En ese momento me casé. Mi tío, el hermano de mi madre, presentó a mis padres y a la familia de mi futuro esposo. Eran una familia agradable y respetable con más dinero que la mía. Vi a mi marido una sola vez antes de casarnos. Me gustó. Estaba muy emocionada con mi futura vida. Antes de casarme ya había enviado mi petición de visado para estudiar en el Reino Unido. Era mi sueño. ¡Y en un doble golpe de suerte, me concedieron el visado el mismo día de mi boda!
Esto fue en 2009. Mi marido pudo acompañarme ya que le concedieron un visado de cónyuge y, por aquel entonces, eso significaba que, mientras yo estudiaba, a él se le permitía trabajar a tiempo completo. El visado me permitía trabajar 20 horas a la semana además de estudiar, pero nunca encontré trabajo. Mi marido, a través de un amigo, encontró un empleo a tiempo completo en una tienda india. Estaba ganando unas 220 libras semanales. Alquilamos una habitación en una casa compartida, todos eran indios. 8 personas vivíamos en una casa de tres habitaciones.
Cuando mi curso finalizó, di a luz a mi hija. Debido a esto pude extender mi visado de estudiante durante 7 meses más mientras me quedaba en casa cuidando de mi bebé. No recibí ninguna ayuda económica por maternidad ni nada parecido, no sabía si tenía derecho a ello, no había nadie a quien preguntar.
Regresamos a la India para visitar a nuestras familias con el bebé. Después de que mi curso hubiera terminado, podíamos solicitar un visado de trabajo de dos años. Yo quería trabajar, pero me era imposible con el bebé. La única forma posible era que la dejáramos al cargo de sus abuelos en la India.
De modo que volvimos al Reino Unido sin mi bebé. Encontré un trabajo de cero horas, reponiendo en un almacén frío para una gran cadena de supermercados. Mi esposo encontró trabajo a tiempo parcial en una panadería industrial. Encontramos otra habitación en un piso compartido allí cerca. Era una casa de tres dormitorios, con seis personas viviendo en ella, todos indios de nuevo. Hablábamos entre nosotros en la cocina, todos trabajábamos en ocupaciones similares, a través de agencias temporales o en la construcción. Ninguno quería volver a la India. Todos sabían que esta era la posibilidad para hacer algo de dinero, y aunque el trabajo era duro, pensaban que era una vida más fácil que la que tendrían en la India.
Usamos los servicios de un agente local de visados para obtener nuestro visado de trabajo de dos años. Le pagamos 10.000 libras para organizar nuestra capacitación, pero solo recibí 2 semanas de entrenamiento y luego me dieron unos documentos falsos para solicitar un visado. Pensé que podría ayudarme a obtener mi visa legalmente, pero solo buscaba nuestro dinero. Fui a su oficina un montón veces para quejarme, pero nada. Hablé sobre la situación con una amiga del trabajo en el almacén. A esas alturas, estaba muy estresada y no sabía qué más hacer. Ella dijo que podía llevar a un grupo de amigos a su oficina para presionarlo y devolverme el dinero. Así que fuimos todos, había alrededor de 10 de nosotros, ¡incluido un sacerdote católico local! Nos negamos a irnos hasta que aceptara devolverme el dinero. Trató de asustarnos, y cuando eso no funcionó, trató de ser amable y hacer promesas. Al final, como estábamos causándole tantos problemas, terminó pagando todo el dinero en los siguientes dos meses.
Después de todo esto, presentamos nuestra propia solicitud de visado. Pero fue rechazada. Inmediatamente nos retiraron el derecho a trabajar. Nos dijeron que si nos pillaban trabajando nos deportarían inmediatamente. Pero si no trabajábamos, ¿de qué se supone que íbamos a vivir?
Además, cuando presentamos nuestra solicitud de visado, decidí quedarme embarazada de nuevo. Pensé que obtendríamos nuestro visado y que todo iría bien. Debido a que no tenía permiso de residencia, tampoco tenía derecho a una atención médica gratuita. Las nuevas normas implicaban que tenía que pagar 4000 libras para que mi bebé naciera en el hospital.
Ahora, obviamente, tenemos que ganar dinero para sobrevivir. Nosotros tres, mi esposo, mi bebé y yo, compartimos una habitación en un piso con 10 personas más. Pagamos 420 libras al mes por el alquiler. La casera gana mucho dinero alquilando esta casa a tanta gente, pero aun así es muy tacaña con respecto a la cantidad de calefacción que utilizamos.
Mi esposo y yo tenemos trabajos en negro. Es la única forma mediante la cual podemos sobrevivir aquí mientras se procesa nuestro nuevo visado. Yo trabajo como cocinera para una pareja en una vivienda privada. Me pagan 10 libras la hora por dos horas al día. En la India esto sería menospreciado – ¿una mujer como yo trabajando como empleada doméstica? Pero aquí, puedo hacerlo. Es un trabajo bastante fácil y me permite tener mi propio dinero, gastar cómo quiero. Eso es importante para mí.
No he visto a mi hija desde que la dejamos con sus abuelos en la India cuando tenía poco menos de un año. Ahora tiene 7. Ella dice que quiere venir a UK para estar con nosotros, pero nosotros no podemos abandonar UK si pretendemos regresar. Y no quiero irme. Por supuesto, siempre es una preocupación en tu mente, el que no podamos trabajar legalmente, o que puedan deportarnos, pero al mismo tiempo, todavía siento más libertad aquí que en la India. Puedo trabajar, habrá una buena escuela para mi hijo, hay actividades para él, podemos ganar dinero. Quiero estudiar IT. Puedo tener un futuro aquí, pero no tener derecho a trabajar hace que todo sea más duro.
¿Qué he aprendido estando en Inglaterra? He aprendido a ser independiente, autosuficiente, a ganar mi propio dinero. Me he dado cuenta de mi valor humano. Trabajo honestamente y duro. Pero también he aprendido que no puedes confiar en todo el mundo. Pero puedo defenderme. ¿Por qué? Confío en mí misma.”
Meena
“Nací en el Reino Unido y ahora tengo más de treinta años. Fui a la universidad, pero después de trabajar para varias ONGs mientras tenía veinte años, me desilusioné con todo el sistema. No quería pasar el resto de mi vida engañándome a mí misma, así que cuando me despidieron, me fui a vivir fuera durante un tiempo. A la vuelta, necesitaba un trabajo, de modo que me inscribí en una empresa local de trabajo temporal y me enviaron a una fábrica de alimentos en el oeste de Londres.
A pesar de que era un contrato de cero horas, tuve que hacer un “entrenamiento” de seguridad alimentaria que consistía únicamente en contestar a varias preguntas. A la mañana siguiente, entre quienes enviaron a la fábrica, había personas de muchos países distintos: Goa en la India, Congo y Somalia en África, Sri Lanka… Sólo había un hombre inglés blanco y dos ingleses negros.
El recorrido por el sitio fue bastante abrumador; había muchas áreas, diferentes colores de abrigos, zapatos o redecillas para el pelo que significaban cosas distintas. Por ejemplo, los trabajadores de agencias temporales tenían que usar redecilla verde, los permanentes usaban azul o blanco en días alternos, y los gerentes usaban redecillas rojas. Supongo que esta era una forma de asegurarse de que las jerarquías se mantuvieran. En toda esa línea de montaje se sucedían numerosas mujeres trabajando. Me sorprendió que, aparte de las líneas de ensamblaje y las máquinas que sellaban los contenedores de alimentos, no había demasiada maquinaria y gran parte del trabajo parecía hacerse a mano.
En mi primer día, me enviaron a la línea de montaje, poniendo “pegamento” (una pasta de harina y agua) alrededor de los bordes de la pasta redonda. Tuve que ir intercambiando la mano con la que trabajaba porque la botella de pegamento hacía que mis manos, pulgar y brazo doliesen mucho. En las líneas de montaje había principalmente mujeres gujarati mayores que no hablaban inglés muy bien.
Tras esto, no podía entender que los trabajadores de la fábrica siempre dijeran que el trabajo en la línea de ensamblaje era el trabajo “más fácil”. Te encontrabas atascada en una misma posición durante horas con pequeñas variaciones, me dolían los pies y la espalda de estar todo el rato de pie, no podía parar ni un segundo porque tenía que ir tan rápido como la cola, los gerentes siempre miraban para que no pudieras escabullirte, los descansos eran estrictamente de media hora porque todos tenían que estar de regreso al mismo tiempo para comenzar la línea. Era muy difícil. En nuestro caso, manteníamos la cordura hablando entre nosotras, discutiendo con el gerente de línea cuando hacía que la línea fuera más rápida y cantando.
Algunos grupos de mujeres de la línea de montaje eran bastante luchadores. Las cosas estallaban con frecuencia, los gerentes, bajo presión, gritaban a otros gerentes más bajos que ellos, que a su vez comenzaban a gritarles a las mujeres de la línea. Pero para abordar las grandes cosas, como mejores salarios, más descansos, menos estrés en el trabajo, la mayoría de la gente no estaba organizada.
El contrato que teníamos implicaba que la agencia temporal podía llamarte o cancelar tu turno por mensaje de texto en cualquier momento. Un par de veces incluso me llamaron al trabajo.
En las áreas de trabajo hay bastante segregación por género. Las mujeres trabajan en las líneas, los hombres suministran las líneas, las mujeres colocan las mangas de cartón en los contenedores terminados, los hombres apilan los palés con el producto terminado, algunas mujeres son gerentes, pero los hombres tienden a ser los gerentes y jefes de equipo superiores. Por otro lado, a las mujeres no se les ofrece la oportunidad de hacer lo que se conoce como trabajos de “hombres”, como usar traspalés eléctricos, que se pagan mejor. Recientemente se negoció un nuevo acuerdo salarial entre el sindicato y la dirección de la compañía, que dividió a los trabajadores en cuatro categorías nuevas: no cualificados, semicualificados, cualificados y supervisores. Los sueldos son diferentes según la habilidad, pero era ridículo: todas las mujeres en la línea fueron clasificadas como “no cualificadas” y obtuvieron el salario más bajo, y cualquier cosa como usar una máquina, era semicualificada. Obviamente, fue un hombre el que creó la clasificación.
Otro efecto de esta segregación en la fábrica era el alto nivel de intimidación e incluso el acoso sexual. No me había dado cuenta antes, pero el hecho es que las mujeres son supervisadas mucho más y los hombres pueden pasear; el estatus de los hombres dentro de la fábrica es más elevado ya que su trabajo se considera más cualificado y mejor remunerado; muchos hombres son gerentes y tienen derecho a gritarle a las mujeres y decirles qué hacer; las mujeres aceptan su estatus inferior; existe una presión de trabajo tan alta que hace que la gente se sienta enojada, estresada y desagradable; por otro lado, en el mundo exterior estos trabajadores son los más bajos y los más pobres de todos los trabajadores, lo que significa que tienen pocas maneras de ejercer su poder y frustraciones, excepto sobre las pocas personas a su alrededor que pueden manejar… Y las mujeres no se apoyan mucho entre ellas.
Quería un cambio y decidí estudiar para obtener una licencia de carretillera. Inmediatamente después de aprobar, encontré trabajo en un almacén de logística. Yo era la única mujer en el equipo. En mi primer día, el gerente me enseñó todo. Después de unos minutos, se detuvo y me dijo: “¡Sonríe!” Me estaba mostrando unos trasteros en una de las áreas de almacenamiento, así que no entendía porque debería estar tan sonriente y feliz. Nunca había escuchado a un hombre decirle a otro: “¡Sonríe!”.
Creo que los hombres piensan que las mujeres tienen solo dos estados de ánimo: feliz y gruñón. No hay término medio. No podemos ser consideradas, no podemos estar tristes, no podemos estar preocupadas. Estas expectativas resultan agobiantes. Mi estado de ánimo, vestimenta, cabello, acciones, levantaron comentarios, pero en relación con la expectativa que el hombre tenía de lo que debería estar haciendo, pensando o usando. Sentí que constantemente tenía que justificarme y todo lo que quería hacer era seguir con el trabajo y mejorar mis habilidades.
Me han llamado “bebé”, “cariño” o “chiquilla” más veces de las que puedo recordar. Me han silbado antes de las 7 de la mañana, estando medio dormida. Insisten en llevarme la bombona de gas cuando se agota, aunque puedo llevarla por mi cuenta. Se sienten “caballerosos” cuando en realidad es espeluznante. Intentan ser útiles cuando lo único que quiero es que se quiten del camino. Mi gerente ha comentado mi peso (“¿has engordado?”) más de una vez. Le dije que podría tener un trastorno alimentario, ¿qué sabe él? Se disculpó, pero un par de meses más tarde repitió.
Los primeros meses fueron realmente difíciles. No quería tener que lidiar con esto, y sentía que me obligaban a hacerlo. Si actué amistosamente con alguien, fue tomado como una invitación para coquetear y tocarme. No me di cuenta de lo difíciles que siguen siendo las cosas para las mujeres hasta que comencé con estos trabajos. Sin embargo, soy una conductora de carretillas jodidamente buena. Tal vez algún día los atropelle.