Se acerca una primavera con dos citas electorales casi sucesivas, el 28 de abril serán las elecciones generales mientras que un mes después, el 26 de mayo tendrán lugar en Madrid las municipales, a la Comunidad Autónoma y europeas. De forma irremediable, votemos o no, estas dos fechas nos afectan en varios niveles: los gobiernos que surjan legislarán sobre nuestras condiciones de vida durante los próximos cuatro años, los dos meses anteriores tendremos que asistir a las soporíferas campañas electorales repletas de mensajes calculados y en el seno de los movimientos sociales se dará una vez más el nada nuevo debate sobre si votar es o no una estrategia válida para la transformación social.
Institución o calle, ésa es la cuestión
Para nosotras el debate empieza viciado desde el principio y de forma nada inocente. Los sectores más favorables al mal llamado asalto institucional (la actitud de los/as asaltantes recuerda más a la de quien pide perdón sabiendo que este no es su lugar) sitúan la disyuntiva en términos de votar sí o votar no, y por tanto entre gobierno (estatal, autonómico o municipal) progresista o conservador, ante esta diatriba cualquier persona decente sabría que elegir. Para nosotras el debate es más profundo y complejo, aunque sabemos que en épocas electorales funcionan mejor los mensajes simplistas. Para nosotras la duda es si de forma colectiva podemos permitirnos invertir una enorme cantidad de recursos, personas y tiempo en llegar a las instituciones y por el camino irremediablemente vaciar las calles, si es una buena estrategia coger a las personas mejor preparadas de las asambleas de vivienda, de los sindicatos, de los colectivos de barrio y ofrecerles un puesto pagado. Parece innegable que desde que hace cuatro años la maldita ventana de oportunidad se abrió y mucha gente honestamente puso sus ilusiones y sus fuerzas en tomar el poder, los movimientos sociales no han hecho más que perder fuerza, con la honrosa excepción del movimiento feminista. La capacidad que tenían de marcar la agenda política se ha visto mermada. Mientras en la época post 15M se podía forzar desde la calle que el interés general girara entorno a los temas que afectan de lleno a la vida de la gente (desahucios, recortes en sanidad, educación, paro, reformas laborales), ahora que los partidos de la nueva política han llegado a la escena el debate ha vuelto a lugares donde el régimen se siente más cómodo: Cataluña e inmigración, lo que además es el caldo de cultivo perfecto para el ascenso de nuevos fascismos.
Antifascismo de urna
La urgencia, siempre la urgencia, urgencia como forma de aplazar el debate de fondo. Hace cuatro años había urgencia porque se cerraba la ventana de oportunidad, años antes porque venía el PP, hoy porque viene el fascismo, siempre hay urgencia y nunca hay tiempo para analizar de dónde viene la urgencia. No es que no nos asuste el ascenso del fascismo, pero creemos que la enésima escisión de los partidos de izquierda no va a ser quien le ponga freno. No es que busquemos el análisis con una intención paralizante o académica sino para ser más eficientes, para hacer las cosas mejor. El fascismo no es más que una versión extrema del capitalismo, es la forma que éste tiene de gestionar un territorio cuando la paz social se ha roto. Los regímenes fascistas siempre han sido proclives a aplicar medidas neoliberales y en beneficio de las clases altas. En un contexto en el que el fascismo está tomando posiciones a nivel mundial, no podemos situar nuestras esperanzas en la victoria de un gobierno de corte progresista. Sin unos movimientos sociales fuertes que sean capaces de organizar a las capas más desfavorecidas de la sociedad defendiendo sus intereses y marcando sus necesidades como prioritarias, estaremos creando un gigante con pies de barro que se derrumbará o se cambiará de bando al primer envite.
El poder corrompe
Como mínimo el poder te cambia el punto de vista y las prioridades. Hasta ahora hemos hablado de por qué nuestras esperanzas están en la calle, en la organización de las personas en torno a sus intereses, pero además creemos que la institucionalización no sólo no es positiva sino que es contraproducente. Una vez más, extraer lecciones de la Historia se hace necesario, si no corremos el riesgo de estar inventando la rueda una y otra vez. No estamos en el siglo XIX, ni las fórmulas que se plantean son completamente nuevas ni los contextos tan distintos. Basta observar el recorrido del movimiento obrero y de organizaciones como PSOE, UGT y CCOO para comprender que la apuesta institucional es un arma de doble filo que fácilmente se puede volver en contra de una misma. Viniendo a ejemplos más cercanos en el tiempo y en el espacio podemos ver cómo Ahora Madrid ganó las elecciones entre otras cosas prometiendo un Madrid libre de desahucios, concepto que siguieron utilizando una vez en el gobierno mientras era flagrantemente mentira, sin embargo el consistorio con mayor presupuesto del Estado no ha sido capaz de ofrecer unas soluciones que desde el movimiento de vivienda se aportan diariamente a las afectadas. La causa de esta inoperancia puede ser la falta de voluntad, que estratégicamente se prefiera no enfadar a sectores poderosos o la imposibilidad técnica. La causa parece irrelevante cuando en cualquier caso la consecuencia es que la institución no es una herramienta útil para solucionar los problemas cotidianos de la gente y la calle sí. La cuestión es que si cuando te van a desahuciar acudes al Ayuntamiento y este hace oídos sordos pero si acudes a la PAH, esta monta un #StopDesahucios y lo para, tenemos claro quién se merece nuestro apoyo y esfuerzo incondicional, independientemente de que votemos o no.