“Todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican” – Michel Foucault
Finalmente habrá ‘PIN parental’ en Murcia después de que la Consejería de Educación autorizara su implementación a principios de año. Se trata de una propuesta de Vox que no se logró tumbar en la Asamblea Regional, debido a los votos en contra de la formación ultraderechista y del Partido Popular, así como la abstención de Ciudadanos (sí, ese partido que se vende como moderno y gay-friendly que por alguna razón no para de pactar con la ultraderecha homófoba), a cambio de que el partido fascista apoyara los presupuestos autonómicos. Una medida que también se ha impuesto en Madrid y Andalucía, las otras comunidades donde gobierna el trifachito.
La educación – y especialmente el control de la educación pública – se ha convertido en una de las obsesiones de Vox durante el último año. Como lo ha sido siempre de las élites ultraconservadoras españolas. Por su parte, los presidentes del PP, bien por simpatía con la idea, bien por su interés en gobernar, han cedido en esta materia, haciéndolo bajo la bandera de la transparencia y la libertad.
Ataque a la educación pública
“Me parece enternecedora la fe que tiene la derecha en los profesores. No soy capaz de que pongan una tilde y voy a ser capaz de que se hagan maricones…” – Una profesora en Twitter
En su discurso de investidura del verano de 2019, la presidenta madrileña Díaz Ayuso (PP) defendió el control ideológico sobre la educación sexual y de género en las escuelas alegando que “las familias de Madrid pueden elegir la educación que quieren para sus hijos”, con claros guiños a Vox. Y el ‘PIN parental’, la opción que tienen los padres de vetar la asistencia de sus hijos a determinadas charlas que tengan que ver con educación sexual o concienciación contra la homofobia u otras formas de descriminación, es la mayor expresión de este control.
La derecha siempre ha tenido a su disposición la escuela privada para enseñar sus valores culturales, económicos y religiosos a sus retoños. Posteriormente, asaltaron la concertada y consiguieron que fuéramos todas las que subvencionáramos su educación cristiana y elitista. Y, ahora, un vez que la izquierda ha cedido esa trinchera y ya no se disputa la pertinencia de la concertada, buscan asaltar la pública. Por eso no están centrando sus esfuerzos en controlar lo que los niños y niñas puedan ver en Internet o en televisión, o en otros aspectos de la vida; únicamente se centran en la escuela pública. Como ya lo hicieron en 1939, cuando fusilaron a miles de maestros y maestras de la República, depuraron a unas 15.000 profesoras y sancionaron a otras 6.000.
El objetivo último de todo este discurso es consagrar como ley el mantra de “los padres educan [en valores occidentales] y los profesores enseñan”, estableciendo la tradicional familia nuclear y heteropatriarcal como la única vía para enseñar valores y también roles de género. O, como sucede en muchos casos, para no hacerlo, por ser un tema tabú (el padre que no quiere que le hablen a su hijo de sexo en el colegio, no le habla de ese tema luego en casa), y dejar que los niños aprendan la sexualidad por su cuenta (en la era del porno online), con todos los riesgos que ello implica para un chaval adolescente y quienes le rodean.
La prohibición de la educación en casa
“No necesitamos educación, no necesitamos control del pensamiento” – Pink Floyd
En el año 2010 el Tribunal Constitucional dictó una demoledora sentencia en la que estableció la prohibición del homeschooling, es decir, de impartir la educación en casa o incluso en escuelas libres, si éstas no contaban con la adecuada licencia de actividad. Muchas compañeras que habían optado por un aprendizaje libre para sus hijas, al margen de las directrices del Ministerio de Educación, que pusiera la vida y el respeto a la personalidad de la cría en el centro, se vieron obligadas a matricularlas en escuelas convencionales (si bien otras han resistido ferozmente). De lo contrario, corrían el riesgo de que un Juez de Familia y Servicios Sociales pudieran entrometerse en sus vidas.
Nos obligan, por tanto, a que a nuestras criaturas se les eduque de una manera determinada, en un sistema educativo que busca domesticarlas desde una temprana edad. La Historia que se les enseña es la oficial, en la que España fue “reconquistada” a los árabes, América fue “descubierta” por los europeos y se ignoran los genocidios que se cometieron. O en clase de Economía se ensalza el libre mercado como la única opción sensata frente a los males del socialismo, y en Filosofía ocurre lo propio con el liberalismo como única filosofía política viable. Por no hablar de actividades menos oficiales, como cuando acude la Policía a las aulas para impartir clases sobre sus bondades e, incluso, muestra el funcionamiento de material antidisturbios.
Prácticamente nadie se plantea solicitar la instauración de un ‘PIN parental’ en estas materias, porque poco más que han alcanzado la categoría de ciencia. Que la economía de mercado es la única que funciona se ha convertido casi en una verdad indiscutible, por lo que no se puede exigir un control sobre este contenido. Es tan objetivo como las matemáticas. Y si queremos que nuestras hijas aprueben, lo deben interiorizar. En cambio, se nos dice que la violencia machista sí es discutible, sí es opinable, se puede negar su existencia. El respeto a quienes tienen una sexualidad diferente es una cuestión ideológica y, por tanto, quienes son machistas y homófobos pueden decidir que sus hijos no deben exponerse a ningún otro mensaje distinto del suyo.
En un artículo de El Salto, David Arribas rebate esta idea diciendo que “el derecho a que tu hijo reciba en la escuela una educación machista no existe. La homofobia no es una elección legítima para un método de enseñanza. Quienes tienen este argumento en su carcaj de flechas políticas claman contra la educación sexual y de género con la proclama de que lo que se busca es la uniformidad haciendo obligatoria la ideología de quienes apoyen estas medidas”.
Pin parental solo para el sexo y ataques a las educadoras sexuales
“Toda esa atención charlatana con la que hacemos ruido en torno de la sexualidad desde hace dos o tres siglos, ¿no está dirigida a una preocupación elemental: asegurar la población, reproducir la fuerza de trabajo, mantener la forma de las relaciones sociales, en síntesis: montar una sexualidad económicamente útil y políticamente conservadora?” – Michel Foucault
La forma en que se enseña educación sexual y el respeto a personas LGTBiQ en la escuela suele ser bastante deficiente, no lo vamos a negar. Quienes tenemos un discurso feminista radical encontramos muchas carencias en los programas de la mayoría de escuelas. Pero ello no significa que no se deba explicar con naturalidad estas cuestiones a las chavalas. Como dice Soraya Gahete Muñoz en El Salto, “las nuevas generaciones tienen derecho a saber que existen otros modelos de género que no pasan por modelos binarios, que la orientación sexual no es solo una o que una es más “correcta o normal que la otra”. Tienen derecho a saber que el sexo con el que nacen no tiene por qué corresponderse con su género, y que no hay nada de malo en ello. Tienen derecho a saber que nacer mujer te coloca en la sociedad actual en una situación de desigualdad con respecto a los hombres, lo que te lleva a enfrentarte a todo tipo de violencias a lo largo de tu vida. Y lo deben saber porque es la única manera de combatir esta lacra. Conocer nuestra realidad nos ayuda a enfrentarnos a ella y nos permite también normalizar ciertas opciones que todavía siguen siendo mal vistas por una sociedad que no es capaz de ver más allá de su propia individualización”.
En las últimas semanas, además, los defensores del ‘pin’ han señalado y atacado a varias de las personas que realizan estos talleres. Pamela Palenciano (activista feminista conocida por su monólogo sobre su experiencia con el maltrato, “No solo duelen los golpes”), por ejemplo, ha recibido amenazas por los cursos que imparte a adolescentes en institutos, y manifiesta ir con miedo a trabajar. Y no es la única. Ruth Arriero y Bárbara Sáenz, dos sexólogas de La Rioja, han sufrido una campaña de acoso y derribo, así como de amenazas, por parte de la asociación ‘Los niños son intocables’, la asociación ‘Hazte Oír’ (la del autobús tránsfobo) y la abogada Polonia Castellanos, de Abogados Cristianos. Y a veces el acoso viene en forma de represión judicial: las profesoras del programa Skolae (Navarra), que imparte talleres de educación sexual, han recibido una querella de una asociación religiosa por toda clase de delitos de índole sexual.
En un comunicado en apoyo a Pamela de las Asociaciones Vecinales de Puente de Vallecas, éstas nos recuerdan que “debemos hacer frente a la ola reaccionaria de quienes desde la estrategia del miedo, pretenden hacernos retroceder cincuenta años. El movimiento vecinal está con Pamela y con cuantos vecinos y vecinas defienden la libertad, la igualdad y la diversidad. Cuando una es acosada, lo somos todos, somos vecinos y vecinas, somos feministas, sindicalistas, LGTBI, migrantes, maestros y maestras, somos una sociedad diversa que lucha por la igualdad y no nos van a amedrentar”.
La propiedad de los niños
“Vuestros hijos no son vuestros hijos: son los hijos y las hijas de las ansias de vida que siente la misma vida” – Khalil Gibran
En pleno debate sobre el ‘pin’ Pablo Casado, Secretario General del PP, tuiteó “mis hijos son míos y no del Estado, y lucharé para que este gobierno radical y sectario no imponga a los padres cómo tenemos que educar a nuestros niños. Saquen sus manos de nuestras familias”. Al hacerlo inició, probablemente sin querer, un interesante debate filosófico acerca de la “propiedad” de los niños.
La derecha siempre ha defendido que los niños son de los padres, una propiedad más. Y sus postulados se hacen especialmente visibles a medida que el discurso feminista, que pone patas arriba su conservadora concepción del orden social, se hace más fuerte. La educación estaría, bajo este punto de vista, al servicio de su supuesta propiedad.
Pero no es así. Nuestras hijas no son nuestras. Son personas, son seres autónomos a nosotras. Son sujetos con derecho propio a pensar libremente. Las traemos al mundo, las cuidamos y protegemos, pero no nos pertenecen de la misma manera que nos pertenecen un par de zapatillas. Compartir genes no nos otorga derechos de propiedad. Como dice Bob Dylan en The Times They Are A-Changing, “venid padres y madres, que no lo entendéis, vuestros hijos e hijas están más allá de vuestro control”.
Bien haríamos en volver a recuperar lo que es nuestro y en defender, por un lado, la educación libre y autogestionada que nos pretenden arrebatar y, por otro, la no degradación de la escuela pública. Una forma de hacerlo es volver a cuestionar la existencia de la escuela concertada y combatir los contenidos oficiales que impone el Ministerio de Educación.
Y bien harían los padres que defienden la censura en no atentar contra los intereses de sus churumbeles y sus compañeras. Porque si hacen tres usos malos del PIN corren el riesgo de que su hija les salga PUNK.
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