Por Adrián Almazán (Ecologistas en Acción). Publicado en CTXT
La popularidad de la senadora demócrata Alexandria Ocasio-Cortez no ha dejado de aumentar en los últimos meses. Y, con ella, la del Green New Deal (GND) que propusiera en el congreso de los EE.UU. el pasado febrero. La extensión de este concepto a países y posiciones políticas muy variadas ha generado, consecuentemente, una fuerte polisemia del término.
Esta repentina fiebre verde, sin embargo, no tiene nada de casual. ¿Quién no querría apuntarse el tanto de conseguir el apoyo de los jóvenes integrantes de las nuevas movilizaciones internacionales en defensa del clima? ¿Cómo no tratar de subirse a un caballo que, de salir exitoso, articulará la política compartida de la izquierda parlamentaria del globo (o, al menos, de las democracias occidentales)?
La realidad es que, pese a que se hable de GND, en muchos casos este término está sirviendo para encubrir la ya antigua idea del crecimiento verde. Amparados en el mantra de la descarbonización, partidos como PSOE o Podemos (pero también Ocasio-Cortez, Corbyn o Macron) siguen pretendiendo que es posible compatibilizar el crecimiento de la economía, la creación de empleo y la reforma ecológica de nuestro metabolismo. Estas posturas, ancladas en el dogma del crecimiento, han sido ya suficientemente criticadas[1], por lo que no les dedicaré mi atención.
Me interesa más, en cambio, dialogar con la particular versión del GND que, entre otros, abandera Más País, el partido de Errejón. Al fin y al cabo, éste es el único que se tomó la cosa lo suficientemente en serio como para haber llegado a titular al adelanto de su programa electoral Lo que no puede esperar. Un acuerdo verde para España. Dos de los protagonistas de la redacción de dicho programa, e inspiradores de la idea de que el GND puede servir como eje transversal para rearticular una nueva política de izquierda en la era de la crisis ecosocial, fueron Héctor Tejero y Emilio Santiago Muiño. Ambos autores del libro ¿Qué hacer en caso de incendio?: Manifiesto por el Green New Deal[2].
En su larga trayectoria militante e intelectual, tanto Tejero como Santiago han explorado en profundidad en qué sentido las sociedades capitalistas industriales son el paradigma de una vida indeseable. Sin embargo, en los últimos tiempos su anticapitalismo “neopolanyiano” se ha reducido a afirmar que nuestra única alternativa en la era del colapso socioecológico es crear “autodefensa social”, o más bien “¿autodefensa? estatal” frente al capitalismo. Es decir, nos conviene abandonar cualquier programa de ruptura con el capitalismo o con el Estado. Tanto nuestra dependencia material del metabolismo industrial capitalista, como el escenario social y antropológico que ha creado el éxito neoliberal, nos constriñe a, como máximo, aspirar a la posibilidad de una disputa electoral por la hegemonía. Disputa que, en caso de ser exitosa, se encargaría de poner en marcha políticas públicas “posneoliberales” (o quizá preneoliberales, al tratarse en el fondo de una propuesta de keynesianismo igualitarista[3]) en lo social y algo parecido a la “economía del Estado estacionario” de Daly en lo metabólico.
Así lo recogía la definición de GND del programa de Más País: “El Green New Deal es un ambicioso programa de reforma estructural del modelo socioeconómico basado en dos pilares: la modernización ecológica de la economía, especialmente a través de la transición energética hacia una economía neutra en carbono, aunque no solo, y la transformación de la arquitectura fiscal y de los sistemas de redistribución de riqueza desde una óptica de reducción de la desigualdad y reparación de la herida social por la que hoy se desangra nuestro marco de convivencia compartida”.
No soy, sin duda, el primero en criticar este GND con sabor neogramsciano y regusto tecnocrático. Su imposibilidad material, insuficiencia ecológica e indeseabilidad política han sido señaladas ya por algunas de las voces más importantes del ecologismo ibérico[4] que, a grandes rasgos, contraponen a este GND la idea de un decrecimiento metabólico, pero también entendido como transformación antropológica y sociológica de las sociedades humanas. Una posición a la que mi propuesta de construir un proyecto de autonomía que pivote en torno a una nueva ruralidad se siente cercana.
Y es que, aunque esta versión de GND rompe con una de las claves de bóveda del capitalismo verde, el desacoplamiento del crecimiento económico y el crecimiento metabólico (y por tanto la destrucción ecológica), lleva implícita posiciones muy peligrosas. Por un lado, el convencimiento de que los que defienden que la política extraparlamentaria debe ser el principal motor de cambio en esta época convulsa o incurren en una mala comprensión del mundo (social y/o natural) o en un utopismo ingenuo. A lo más que podrían aspirar los movimientos de base sería a actuar como palanca que diera acceso a la hegemonía, a erigirse como conciencia moral de base del partido en el poder o a servir como laboratorio de ideas para la creación de políticas públicas. A eso les condenaría el neoliberalismo como trampa civilizatoria omniabarcante y marco antropológico sin fisuras.
Pero, entonces, ¿cómo entender los más de 2000 casos de luchas en pos de la justicia ambiental registrados en el Atlas coordinado por Joan Martínez Alier, en la mayoría de los casos protagonizados por sociedades rurales e indígenas que de facto viven en marcos como máximo formalmente subsumidos al capitalismo? ¿Cómo explicar las revueltas de Chile o Ecuador? ¿Por qué cada vez más personas sólo encuentran salida al dolor de este mundo en el suicidio o la medicalización? ¿Cómo es posible que la respuesta más habitual de la gente de a pie ante las grandes catástrofes inducidas por el colapso socioecológico sea la solidaridad, en muchos casos a la contra de los deseos de los Estados?
Propuestas como el GND impiden entender que el capitalismo industrial, o el neoliberalismo contemporáneo en su terminología, goza de un reinado que por fuerza tiene que ser precario e incompleto. Y no sólo por el modo en que erosiona las bases materiales de las que depende, algo que de algún modo está en la base de la existencia de algo como el GND. Sino porque es una máquina de generar dolor, miseria, indignidad, rabia y descontento. No sólo ha sido incapaz de invadirlo todo, y siempre lo será. Además ha sido contestado y combatido, y nunca dejará de serlo.
Sin embargo, paradójicamente esta crítica al utopismo se complementa con lo que sólo puede considerarse un utopismo selectivo a la hora de pensar en las posibilidades de acción de los actuales Estados-nación. Quizá baste mirar con un poco de atención a lo que está sucediendo en Hong Kong para entender cuál es la naturaleza más íntima de todo Estado. Pero incluso si cerramos los ojos ante esa naturaleza básica, uno no puede dejar de preguntarse, ¿es de verdad coherente creer a la vez que estamos atrapados en el triunfo hermético de la subjetividad neoliberal y que es posible crear mayorías electorales dispuestas a abrazar las draconianas medidas necesarias para sortear lo peor del colapso socioecológico en curso? Imagino que sólo mediante algún milagro de Laclau, el santo patrón del populismo.
Defender al Estado como una plataforma política privilegiada pasa necesariamente por meter debajo de la alfombra muchas cosas. Su dependencia de los organismos supraestatales (económicos y políticos), su arquitectura electoral alérgica a la ruptura, la existencia de un deep state fuera del juego parlamentario, su naturaleza oligárquica, su tendencia burocrática, su dependencia de imaginarios sociales no controlados por él, etc. Los intentos históricos de instrumentalizar el Estado con fines emancipatorios se han encontrado o con la violencia de las élites que no han dudado en recurrir al golpe de Estado o la guerra civil siempre que ha sido necesario, o la de las nuevas clases burocráticas que, tras ser aupadas al poder por la movilización popular, siempre le han dado la espalda. Por desgracia, la magia de Laclau no lo puede todo. Sólo hace falta ver cómo los regímenes del famoso nuevo socialismo latinoamericano se han derrumbado aquejados del mal del burocratismo y la corrupción.
Pero el problema de este GND no es sólo que presente lo indeseable como inevitable, que asuma la dominación como un mal menor en pos de la supervivencia. Lo que resulta alarmante es su postura completamente ingenua ante la tecnología. Que es inseparable de su desproporcionada confianza en la ciencia como vector de transformación social que, aunque no abordaré, no puede partir más que de ignorar la bien estudiada interrelación existente entre tecnociencia, capitalismo y poder.
Más allá de que la propuesta de GND de Más País esté repleta del lenguaje neoliberal de la innovación, la emprendeduría, las start-ups y la transferencia, lo que allí se presenta sin complejos es una propuesta de informatización total de nuestra sociedad. En las páginas del programa escuchamos hablar de redes eléctricas inteligentes, ecoeficiencia, cuarta revolución industrial, robotización, interconectividad digital… Todas ellas, supuestamente, los medios imprescindibles para garantizar las políticas de protección social, la liberación de la soga asfixiante del salario y la construcción de una economía de Estado estacionario que no podemos denominar más que cibernética.
Pero, ¿no han sido estos mismos “medios” los que desde hace décadas han servido para aumentar el paro, reducir los salarios en nombre de la sagrada competitividad, hacer realidad la largamente soñada globalización capitalista, aumentar sin precedentes la capacidad de control social de Estados de todo el mundo y, en resumen, invadir y mercantilizar ámbitos de nuestra vida antes inaccesibles, por ejemplo, el amor o la amistad?
El modo en que este GND abraza acríticamente las TICs, entendiendo la informatización del mundo como un fenómeno cuasi-natural, ignora que, como señalaron los autores de La libertad en coma[5], la informatización de la sociedad ha sido el modo en que la dominación del capitalismo industrial ha podido garantizar su avance y proyectarlo más allá de lo que nunca habría podido soñar. Por no hablar de lo indignante que resulta que se corra un tupido velo sobre los requisitos metabólicos, y por tanto geopolíticos, de ese andamiaje de alta tecnología. Fiarlo todo al reciclaje o la minería de vertedero, prácticas hoy casi inexistentes, es ratificar implícitamente los monopolios en el acceso a las materias primas y la producción de tecnologías de la actualidad. Es dar el beneplácito al nuevo esclavismo chino, a la minería del Congo o a la dictadura de Sillicon Valley.
El GND sigue pensando que la tecnología es neutral, una realidad moldeable y adaptable a cualquier tipo de programa político. Y, por tanto, está condenado a no entender casi nada de nuestro presente. El capitalismo industrial ha creado un entramado tecnológico del que depende y que le es consustancial. Su objetivo es construir el mundo cerrado del control total, la utopía cibernética que permita por fin racionalizar todo comportamiento social. Cerrar los ojos ante esto sólo puede conducirnos a trabajar por la construcción de una trampa de control que, en manos de los adalides del GND se convierte, eso sí, en una cárcel “sostenible”. Flaco consuelo.
Transformar nuestro mundo en el Siglo de la Gran Prueba tiene que pasar por transformar nuestras tecnologías. No sirve conformarse con decir, como en la propuesta de Más País, que “lo que está en juego es la viabilidad material de nuestro orden social y su reproducción en el tiempo”. El objetivo es trabajar precisamente porque este orden social no siga reproduciéndose y se transforme integralmente. Y de ahí la necesidad de pensar en tecnologías para la vida, tecnologías democráticas y no orientadas al control. Un ecosocialismo que, como defiende Jorge Riechmann siguiendo la inspiración de Ghandi, se descalce. Una emancipación, como han defendido todos los críticos de la industria y de la técnica (Illich, Mumford, Charbonneau o Ellul entre otros), que abandone el prometeísmo mecánico y ponga al ser humano en el centro.
De no hacerlo podemos acabar sosteniendo propuestas tan peligrosas como la de la tarjeta digital ciudadana única, también parte de este GND. Una tarjeta que pueda “servir de soporte a la totalidad de las políticas públicas”. Pero que, además, se convierta en el medio para desarrollar un programa de incentivos que premie los consumos sociales y ecológicamente responsables. Es decir, no sólo que contenga en sí todo el potencial de control del Estado, sino que además haga suyo el sueño húmedo de Sillicon Valley: convertir todo acto de vida en información registrable, reproducible, analizable y, en este caso, premiable. Aunque en el programa de Más País se explicite que los datos quedarían protegidos del mercado y no podrían servir para castigar, ¿acaso no es suficientemente alarmante el mismo hecho de proponer como emancipatorio algo que no resultaría exagerado considerar como ingeniería social?
Aunque pudiéramos confiar en un despotismo ilustrado que utilizara este flujo de información para crear sociedades justas y sostenibles (cosa que los procesos de burocratización nos ha enseñado que no deberíamos hacer), ¿qué pasa con la libertad? ¿cómo pensar en la posibilidad de una vida que tratara de escapar del control y los imperativos del Estado?
Pero, además, ¿no es éste un ejercicio de una tremenda soberbia? Si el GND realmente cree en el parlamentarismo como su terreno de juego, ¿cómo no puede darse cuenta de que estaría creando una herramienta inmejorable para poner en marcha uno de los muchos posibles ecoautoritarismos que justificara medidas punitivas, la defensa de privilegios o incluso el genocidio con el mantra de la supervivencia? Bologna, en su libro Nazismo y clase obrera[6], mostró a la perfección cómo la barbarie nazi, que accedió al poder mediante elecciones, habría sido imposible sin la información que obtuvieron del entramado asistencial creado por los socialistas de Weimar.
Si algo así pudo sustentarse en ficheros y hojas de papel, ¿qué no podría hacer una dictadura verde con los big data y la economía de Estado estacionario cibernética? ¿De veras pretendemos construir la cárcel y guardarnos la llave para siempre? Yo, personalmente, creo que es un riesgo que no debemos correr.
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Notas:
1. Para una refutación crítica concisa pero completa de la idea del “green growth”, del capitalismo verde, recomiendo la lectura de: Jason Hickel y Giorgos Kallis, Is Green Growth Possible?, New Political Economy, 17 de abril de 2019, 1-18.
2. Héctor Tejero y Emilio Santiago, ¿Qué hacer en caso de incendio?: Manifiesto por el Green New Deal (Madrid: Capitán Swing, 2019).
3. Cuyos problemas y ambiguedades señalaba Emmanuel Rodriguez en su artículo ¿Un Green New Deal para España?
4. Un listado no exhaustivo de algunos artículos clave para entrar en ese debate serían los de Jorge Riechmann, Luis González Reyes o el equipo del Grupo de Energía Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid.
5. Grupo Marcuse, La libertad en coma: contra la informatización del mundo, trad. Adrián Almazán Gómez y Salvador Cobo Marcos, Segunda (Madrid: Ediciones El Salmón, 2019).
6. Sergio Bologna, Nazismo y clase obrera: 1933-1993 (Madrid: Akal, 1999).
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