La primera vez que leí el concepto pinkwashing fue en un artículo de Houria Bouteldja, activista y escritora francoargelina. Desde ese momento se convirtió para mí en una indiscutible oradora. Houria no tiene reparos en decir las cosas tal como son, el frente abierto contra el que lucha es demasiado grande. Porque como para cualquiera de nosotras de este periódico y sus allegadas, la izquierda se presenta poco menos fascista que cualquier otra política que vaya en sentido contrario. Y aquí estamos, atónitas, frente a un baile macabro, un circo mediático de las feministas igualitaristas. La lucha interna de la izquierda por hacerse con el poder del feminismo lleva librándose más de dos años. La púgil de Podemos se consagró ganadora el primer round el 16 de febrero de 2018, al registrar en el Congreso de los Diputados la primera proposición de ley integral de transexualidad. El PSOE no esperaba el golpe y se preparó para el segundo round. El 3 de julio de 2019 atacaba con la Escuela Feminista Rosario de Acuña, con Amelia Valcárcel, consejera de estado desde 2003 desde el feminismo igualitarista, como anfitriona del evento. Los tres minutos del segundo round son los más agresivos, golpeando a diestro y siniestro siendo las primeras afectadas, no Podemos, obviamente, sino las transexuales, disidentes, pobres, putas, las migrantes. Llegó el tercer round y Podemos se hizo con el asalto en una estrategia de desgaste en plenas negociaciones con el PSOE, estaban en juego unas quintas elecciones. El 30 de diciembre de 2019 PSOE y Unidas Podemos presentan un programa conjunto de gobierno que incluía la aprobación de la ley integral de transexualidad. Y vamos por el cuarto round, PSOE saca su argumentario “Argumentos contra las teorías que niegan la realidad de las mujeres”, y con una estrategia del todo vulgar, parece ganar el asalto.
Pinkwashing significa lavado rosa, en una traducción menos literal, lavado de cara. Define las políticas de aquellos Estados que se muestran aperturistas, progresistas y vanguardistas en asuntos LGBTI, al tiempo que mantienen políticas de odio, exclusión y colonialismo. De eso el PSOE sabe bastante, en el año 2005 sacó su ley de matrimonio igualitario y dos años más tarde en 2007 aprobaba la ley de identidad de género, que permitía a las personas trans cambiar el nombre y sexo del DNI, sin necesidad de operarse. No así la despatologización, obligando a las personas a ser diagnosticadas de disforia sexual y someterse durante al menos dos años a un tratamiento hormonal. Es fácil aceptar implementar el matrimonio igualitario cuando la idea misma es adaptable a la heteronoma. Ahora bien, es incapaz de reconocer la libertad de elección y la integridad de las personas; es incapaz siquiera de nombrar la ley de extranjería. Mientras tanto, Podemos juega apresurada y ambiciosamente con su proyecto de ley, simplemente para anotarse el tanto. Y con ello prefiguró los vacíos que pueden echar por tierra dicha ley. Un púgil débil y arribista.
Yo no voy a sacarle el carnet de feminista a nadie, si estas señoras se entienden feministas, digo yo, lo serán. Ahora bien, a los epítetos igualitarista, hegemónico, esencialista, no me cuesta nada agregar fascista. Un oxímoron, sí. Entre los rasgos del fascismo se encuentra la exaltación de los valores de la pureza, el enemigo es el otro, el extraño, el anormal, lo que supone la opresión directa de las minorías. Hablar del sexo en términos de pureza para mantener a raya a las queer[1], es una muestra clara de fascismo. Obligar a las personas a pasar por la hormonación y la patologización para adaptar sus cuerpos a la norma binomial de la categoría sexual, no es otra cosa que colonizar los cuerpos. El argumento de la Categoría Sexual binomial niega una realidad, a la par que violenta a las personas privándolas de la atención sanitaria específica; de acceso laboral sin discriminación; de prestaciones públicas; de una educación libre de persecución; de la identidad con nombre y género vivenciado, y quizás lo más importante, que toda acción que vaya en contra de estas premisas, pueda ser violatoria de derecho.
Este enfrentamiento de politiqueo barato nos resulta sumamente aburrido y soporífero, no le hubiéramos prestado atención de no ser por estar en juego la dignidad, no sólo de muchísimas personas, si no y al mismo tiempo de muches compañeres. A la práctica de estas señoras se la denomina transfobia, pero no estoy muy segura de que sea fobia lo que realmente sientan, puede que sientan asco, lo cual les hace aun más deleznable, pero no es miedo propiamente dicho, es odio queridas mías.
Para mayor comprensión recomendamos los siguientes artículos:
«Qué carajo es la Teoría Queer y por qué importa tan poco«, por Nuria Alabao.
«Janice Raymond y Ronald Reagan, el genocidio silencioso«, por Alana Portero.
«Salud trans. Con Ley pero sin igualdad«, por Deborah Oriana Kaplan.
«El transgénero y el espíritu de la revuelta«, por Judith Butler.
[1] «Queer» es una palabra del inglés que significa extraño, raro, poco usual.