El pasado 7 de junio la CNAAE (Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente) convocó manifestaciones y concentraciones en las principales ciudades del Estado. Lo hizo en el marco de la ola de protestas contra la discriminación racial iniciada en los Estados Unidos a raíz del asesinato de George Floyd por parte de un agente de la policía.
Gran parte de los comentarios que pudieron leerse en las redes sociales a raíz de esa convocatoria, si dejamos a un lado los abiertamente racistas, versaban en torno a que, si la violencia policial de carácter racial se estaba produciendo al otro lado del Atlántico -muy pocos se atrevían a negar tal extremo- ¿por qué se iban a poner a protestar aquí? Creo que este tipo de comentarios iban más allá de la tradicional defensa que ciertas posiciones ideológicas hacen de las fuerzas policiales y tienen que ver con que no existe en el imaginario local, no al menos entre los blancos, la conciencia de España como un Estado históricamente racista y negrero.
Antigitanismo secular
Es cierto, que si queremos buscar aquí un ejemplo de segregación racial secular similar al que las comunidades negras viven en EE. UU., este hay que encontrarlo, no hacia la población negra (muy minoritaria en la península hasta, al menos, las últimas décadas), sino dirigido al pueblo gitano. Prácticamente todos los estereotipos que se asocian a las poblaciones afroamericanas (cleptomanía, ociosidad, talento para la música) han sido también asignados a las poblaciones gitanas de España. Ambas poblaciones han sufrido en sus respectivos países procesos alternos de asimilación-segregación por parte de la población blanca dominante que, actualmente, las mantienen por debajo en niveles de escolarización, acceso a enseñanza superior, a vivienda digna o a puestos de responsabilidad y por encima en parámetros como el desempleo, la criminalidad o el porcentaje de población reclusa. Al igual que con la gente negra de Estados Unidos, el gitano fue primero violentado, después segregado, a continuación forzosamente integrado y, por último, convertido en objeto del asistencialismo (mientras, a la vez, se mantenía todo lo anterior). Todo ello como consecuencia de políticas dictadas por blancos. Podemos concluir que, efectivamente y aunque no se imparta en los programas educativos, en España ha existido, históricamente, un tipo equivalente y paralelo al sufrido por las comunidades negras en Estados Unidos.
La España esclavista
Al igual que no existe conciencia del racismo histórico inserto en nuestra sociedad, es nula también la conciencia sobre el papel colonial de España y, sobre todo, sobre su papel respecto al África negra. Han tenido que ser libros como Negreros y esclavos: Barcelona y la esclavitud atlántica, publicado en una fecha tan tardía como 2017, los que empiecen a divulgar qué antepasados de los que hoy son referentes políticos de la burguesía catalana, como Artur Mas, fueron mercaderes de esclavos que participaban en el comercio triangular.
La serie Raíces logró que cada familia española se arremolinara en torno al televisor a finales de los 70 y Django desencadenado recaudó 2,5 millones de euros en su fin de semana de estreno en 2013. Existe, por lo tanto, un interés hacia la historia de la gente negra y su lucha por la emancipación, pero solamente si esa lucha ocurre fuera de nuestras fronteras. Sin embargo, pesan en nuestra historia los 700.000 esclavos negros que fueron llevados solamente a la Cuba española, cifra que únicamente Brasil supera y que es superior que los que fueron llevados a Estados Unidos. Pero son estos últimos, o los del Reino Unido, en los que pensamos cuando nos hablan de la esclavitud impuesta a la gente negra.
Por un lado, aunque la esclavitud también se practicó en la península, ésta se localizó de forma masiva lejos de la metrópoli. Por lo que, una vez que los distintos Estados latinoamericanos se fueron independizando, los españoles nos pudimos olvidar de nuestros antiguos esclavos y de la responsabilidad que nuestro país tiene en las condiciones de vida de sus descendientes; cosa que los estadounidenses blancos no pudieron hacer por razones obvias. Por otro lado, creo que una de las causas de este “olvido nacional” se encuentra en el papel que tuvo España en la colonización africana.
Apenas hay 13.200 ecuatoguineanos y un número menor de saharauis viviendo en España. Si lo comparamos con el medio millón de argelinos o los 60.000 senegaleses que viven en Francia (sin contar a los descendientes nacionalizados) o 780.000 indios y 150.000 keniatas que hay en Reino Unido nos podemos dar cuenta de que España no ha tenido apenas un reflujo migratorio producto de su pasado colonial reciente. Pero ese pasado existió.
Llegados a este punto debo decir que mi posición personal en todo esto es particular, más como parte que como testigo, pues mi historia familiar conecta directamente con ese pasado y no precisamente en el lado de los oprimidos. Soy nieto de colonos españoles en Guinea Ecuatorial. Colonos que, en fechas tan recientes como los años 50 del siglo pasado, marcharon a aquel pedacito de tierra africana con una mano delante y otra detrás para obtener un rápido ascenso social (familias que habían sido campesinas en la península pasaban a ser dueñas de talleres mecánicos o de corte y confección). El gobierno franquista – y esto lo sé por testimonio directo y no porque se enseñe en nuestras universidades – imponía que las empresas que contrataran blancos debían poner a cada uno un sirviente local (boys los llamaba mi abuela) a sueldo para asegurarse de que se situaran por encima de la población local nada más llegar.
Por supuesto, no escribo estas líneas para redimir a mi familia (que durante el proceso de independencia perdió todas sus posesiones en Malabo, pero no la riqueza que habían logrado llevar a España, aunque poco quede de aquéllo), ni mucho menos para hablar en nombre de quien no me corresponde hablar, pero sí creo estar en disposición de dar una visión desde la óptica del antiguo colonizador, la cual nos es compartida como sociedad, pero que solo es conocida por personas cuyas familias tuvieron participación directa, más allá de romantizaciones edulcoradas del estilo de la película Palmeras en la nieve.
España: colonialismo de serie B
Cuando España se vio en la tesitura de tener que descolonizar territorios lo hizo de la peor forma posible; primero optando por negar la mayor a la portuguesa (provincializando los territorios coloniales y expidiendo DNI español a sus habitantes) pero sin la capacidad que tuvo Portugal para meterse en una larga guerra colonial y con mucho más miedo que el Estado luso de volver a ser aislada internacionalmente (recordemos que todo esto ocurre en los años del desarrollismo franquista). Al final, opta por abandonar las colonias de forma tan torpe que su influencia en Guinea, desde el golpe de Estado de Obiang, es prácticamente nula y en el Sáhara occidental ni siquiera llegó a completarse el proceso descolonizador, siendo transferida la colonia a la monarquía marroquí en una puñalada por la espalda a unos saharauis que todavía tenían el DNI español en la cartera. Guinea ecuatorial es hoy un país productor de petróleo (reservas que los españoles desconocían y que actualmente explotan compañías norteamericanas y, recientemente, también rusas); lo que lo convierte en el país con mayor PIB per cápita de toda África (y, dado que este PIB no se reparte ni mucho menos de forma uniforme entre la población, también el que tiene el nivel más desorbitado de desigualdad económica).
Ante tal descalabro, no es de extrañar que la postura que desde entonces mantienen las autoridades españolas haya sido la de hacer como si nada hubiera pasado, de cubrir con un velo la participación del país en el reparto de África, su papel en el expolio del continente y su responsabilidad en la actual miseria neocolonial. Y esto se traslada al negacionismo presente en buena parte de la sociedad y que se expresó como reacción a las manifestaciones, las primeras masivas convocadas por la comunidad negra en Estado, del pasado junio.
España es un país negrero, tanto como lo son Estados Unidos, Francia o Portugal. Los blancos llevamos apellidos de esclavistas, mercaderes de carne, explotadores, violadores y racistas profesionales. Eso es lo primero que nos toca asumir como sociedad.
Lo segundo: saber dar espacio a quienes se organizar para señalar ese racismo, para ponerle freno y para visibilizar sus vidas. La violencia que llevan sufriendo ni es de hoy, ni es de ayer, ni comienza con una redada policial en nuestros barrios. Las actuales políticas de racismo institucional que sufre la población africana y afrodescendiente del Estado español (segregación, dificultad para el acceso al mercado laboral, infrarrepresentación política…) son el último episodio de una violencia que lleva sucediendo siglos y exige verdad, justicia y reparación.
Por Yeray Campos (Nemo)
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