El pasado 18 de julio nos dejó Lucio Urtubia a los 89 años.
Lucio fue albañil, luchador, falsificador y militante anarquista que siempre tuvo sus puertas abiertas para cualquiera que quisiera conocer su historia y sus consejos.
La vida de Lucio Urtubia es sencillamente increíble. Tan increíble, o en sus propias palabras, ‘una utopía’, que si no conociéramos su biografía (en parte gracias al muy completo documental titulado Lucio) pensaríamos que estaríamos ante una ida de olla hollywoodesca del autor.
Siempre fue un hombre de acción, porque, como decía él, “un revolucionario que no hace nada es como un cura”.
Que la tierra te sea leve, compañero. Y que viva, siempre, la anarquía.
Nos despedimos con un extracto del epílogo de El Tesoro de Lucio, una novela gráfica sobre su vida, escrita por Belatz y editada por Txalaparta en 2018:
Las acacias que planté cuando era un chiquillo, cuando me castigaban porque mi madre no tenía cinco pesetas para pagar la multa, han crecido ya. ¡Y qué buena fresca dan las tardes de verano! Protejamos esas acacias y plantemos más, destruyamos las cárceles y todas las demás maldades y hagamos escuelas, hospitales… Porque creo y seguiré creyendo que este puñetero mundo se puede –y debe– cambiar.
Debemos crear –quien pueda y sepa– pequeñas empresas y pequeñas cooperativas. No hay nada imposible, todo está por hacer. Una puerta de hierro robada en cierto momento me abrió la puerta a imprentas, porque si das recibes. Y esa es también la historia de las artes gráficas. Hace un tiempo di una charla a un grupo de estudiantes y les dije: qué suerte la vuestra, vuestro oficio, qué preciosidad y privilegio el vuestro; podéis hacer buenas lecturas, si sabéis hacerlas; editar periódicos y buenos libros, si sabéis serviros de vuestras herramientas. También podéis hacer bien fabricando los documentos administrativos y dándolos a quienes no los tienen, para que puedan vivir y trabajar. Podéis hacer hasta dinero, como lo hacíamos nosotros -si ellos hacen dinero, ¿por qué no hacerlo nosotros?-. Eso no es ningún crimen, eso es un placer.
Las cosas pequeñas no existen, todo crece y se hace grande: un encuentro, un libro, un ser humano. Y una sola gota de agua desborda entonces el vaso. Recuerdo una de mis últimas expropiaciones. Fue una imprenta offset que pesaba más que una lavadora y tuve que sacarla como pude, de madrugada, de una institución muy vigilada. En la furgoneta me esperaba mi mujer, con la puerta corredera abierta. Le pedí que me acompañara porque ya era la segunda ocasión que un amigo mío me traicionaba al no acudir a la cita. Aun así, nos llevamos aquel artilugio. Qué placer saber que esa máquina pudo seguir imprimiendo periódicos prohibidos y sirviendo a la causa en vez de oxidarse en aquel gran edificio. Esa es nuestra suerte y nuestra lucha. Como el poder haber hecho este libro. En definitiva, somos lo que hacemos y nada nos va a caer del cielo.