“El número de hombres hace la riqueza de los Estados […] considero a los hombres como una manada de ciervos en el parque de un gran señor porque no tienen otra función que la de poblar y llenar el recinto” – Federico II a Voltaire.
La viruela, durante siglos, democratizó la muerte asolando los pueblos de todo el mundo sin distinción de clase. En las colonias británicas de Norteamérica fue incluso deliberadamente empleada como arma biológica del Imperio contra aquellos pueblos originarios que más costó dominar. Para la Corona española fue muy importante en su devenir, ya que casi acabó con la dinastía de los Austrias, lo que determinó en buena medida a la posterior instauración de los Borbones (no sin antes pasar por la cruenta Guerra de Sucesión). En sus colonias de Abya Yala[1], hizo estragos esquilmando -y extinguiendo en algunos territorios- su población originaria con un genocidio vírico desde los inicios de la colonización. En la Europa del S. XVIII se estiman en 400 mil sus muertes.
Si bien en China, India y otras muchas partes del inmenso mundo no europeo ya se conocía la variolización como método para tratarla con una eficacia cuestionable desde hacía mucho tiempo, es al inglés Edward Jenner a quien se le atribuye la invención de un remedio efectivo contra la viruela allá por 1796. Famosa es la ‘anécdota’ que llevó a Jenner a encontrar tal solución, y que no es otra que la apropiación de los saberes tradicionales de las ordeñadoras de las zonas rurales inglesas que sabían que las pústulas que les salían en los brazos al infectarse de una variante de la viruela que afectaba a las vacas, las inmunizaba frente a la viruela humana. Jenner no inventó nada. Transformó en una práctica médica unos saberes populares, algo que sucedió en muchos otros campos del saber de manera sistemática en el contexto de la Ilustración, como por ejemplo, la apropiación y devaluación de los saberes de las mujeres parteras por parte de una incipiente institución ginecológica dominada, eso sí, por hombres. Entendamos que la Ilustración y su idea de progreso ejercía una violencia hacia lo popular, creando un abismo entre ellas, en proceso de transformación de los saberes hacia una ciencia con mayúsculas, elitista e institucionalizada. Como bien puntualizaba el amigo Kropotkin, los saberes no se pueden privatizar porque son acumulados, por tanto, de todas.
Filantropía y utilitarismo como arma del Imperio: La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna
Más allá del evidente drama social que supone cualquier proceso de enfermedad y muerte en un contexto epidémico, resulta interesante analizar las lógicas de la clase dominante frente a este problema.
La Corona española, encabezada a finales del siglo XVIII por Carlos IV –quien además sufrió en las carnes de su hija los estragos de la viruela- puso en marcha la primera expedición internacional de índole sanitaria, que tenía como objetivo realizar una vacunación masiva contra la viruela en los territorios de Abya Yala y Filipinas que dominaba: la conocida como ‘Real Expedición Filantrópica de la Vacuna’. Ésta se llevó a cabo entre 1803 y 1806 dirigida por el médico y cirujano alicantino de la corte del rey, Francisco Xabier Balmis y Berenguer y como subdirector, José Salvany y Lleopart. Les acompañarían 22 niños huérfanos de entre 3 y 9 años que serían los encargados de transportar en sus propios cuerpos e infectándose brazo a brazo unos a otros a lo largo del infernal trayecto por mar las pústulas de la viruela vacuna, muchos de los cuales no consiguieron sobrevivir siquiera al viaje.
A pesar del rimbombante nombre con la que se bautizó, lo cierto es que esta expedición de altruismo tenía poco y sí mucho de ideología dominante: el problema de la viruela no era considerado en sí un problema sanitario, sino demográfico. Es decir, un problema de escasez de mano de obra en las colonias, imprescindible para seguir alimentando la voracidad de un capitalismo mercantil colonial en pleno apogeo.
El contexto en la que se enmarca la Real Expedición responde a una lógica típicamente ilustrada. El paternalismo era el tipo de relación que se establecía entre el poder político y religioso con sus súbditos en el contexto del Despotismo Ilustrado (“¡Todo por el pueblo pero sin el pueblo!”). El Rey se erigía como un padre utilitarista que sabía que los brazos de sus súbditos eran la base de la riqueza por lo que la cuestión demográfica era absolutamente central para las monarquías y, por supuesto, colonial como forma de legitimar el saber europeo. También se sucedieron otras expediciones científicas, enmarcadas todas ellas en el contexto del Reformismo borbónico y como modo de centralizar el poder y revitalizar el imperio. Por otro lado, ese optimismo ilustrado por lo humano, que se materializa en 1789 con la proclamación de los Derechos del Hombre por la Asamblea constituyente francesa, sustituye paulatinamente la caridad en filantropía, con su poder de legitimación por parte del estado. De ámbito público y privado, se abren multitud de inclusas, espacios destinados a recoger niños abandonados donde se unen la filantropía y la idea utilitarista de hacer de todo individuo una persona útil a la sociedad. En este sentido, se produce un cambio de mirada hacia la infancia en esa época (nace la Pediatría como especialidad), teniendo estas instituciones un papel bastante relevante. La elevada mortalidad infantil sonrojaba al ilustrado y la ciencia comienza a poner su foco sobre él. El cuerpo del niño se convierte en un ‘laboratorio de pruebas’ y las inclusas los espacios donde en gran medida se llevan a cabo. No es extraño pues, que los 22 niños que partieron en la expedición procedieran de estas.
Derroteros de una expedición fallida
La expedición salió el 30 de noviembre de 1803 desde A Coruña con destino Abya Yala. La urgencia por parte de la colonia, que seguía azotada por constantes epidemias de viruela, provocó la entrada en su territorio de la vacuna por vías extraoficiales y totalmente independientes de la metrópoli antes de la llegada de la expedición oficial de Balmis.
Por la zona del Caribe, penetró gracias al contrabando con la colonia británica de Saint Thomas a través de Puerto Rico en 1803 y de ahí a Cuba y Venezuela. En la Capitanía General de Chile y los Virreinatos de Perú y Río de la Plata, entró a través del comercio de esclavos africanos en Brasil allá por 1805. Esto provocó no pocos contratiempos y hostilidades con las autoridades de la colonia, en primer lugar, por la evidente inutilidad de la propia expedición, donde quedaba en entredicho la idea de ‘salvación’ por parte de la Monarquía española. En segundo lugar, porque modificó el desarrollo de la propia expedición, dividiéndose en dos. Una encabezada por Balmis hacia el Virreinato de Nueva España y de ahí hacia Filipinas, Macao y Cantón en China e Isla Santa Elena y de nuevo a España completando la circunnavegación, y por otro, la de Salvany hacia Nueva Granada y Perú, encontrando este la muerte en Cochambamba en 1810, completándola Grajales hacia la Capitanía de Chile y resto de territorios del sur. En tercer lugar, la falta de personas sin inmunidad complicó la propia forma de administración de la vacuna brazo-brazo, por lo que Balmis acabó recurriendo a la compra de esclavos. Ante esta aparente inutilidad, lo que si es cierto, es que la expedición contribuyó en cierta manera a la formación de las Juntas de la Vacuna por todo el territorio, aunque esto no hubiera sido posible sin la estructura que los científicos de Abya Yala ya tenían implementada y que respondía, en buena medida, a una concepción independentista en la colonia que ya se respiraba. Esto, unido a la onda expansiva que provocó la independencia de las 13 Colonias y la Revolución Francesa, serán claves en los procesos independentistas que se sucedieron a lo largo del XIX en Abya Yala, algunos de los cuales fueron simultáneos a la propia expedición: Viruela y colonialismo como enfermedad frente a la vacuna e independencia como cura.
A pesar de que este episodio de la larga y vergonzosa historia colonial puede que no sea muy conocida, sí sigue siendo ensalzada por la historiografía oficial y aquellos nostálgicos imperialistas de la hispanidad como un hito importante, rescatando esa idea de la grandeza y bondad del imperio para con sus ‘salvajes’, obviando de manera interesada lo que a todas luces fue un fiasco y los intereses a los que respondía. Hay que decirlo más: No, la Monarquía española no ‘salvó’ a sus súbditos de Abya Yala de la viruela. Es puro discurso colonial a combatir.
[1] Abya Yala es el nombre con que se conoce al continente que hoy se nombra América. Es aceptado ampliamente por varias de las actuales naciones indígenas como el nombre oficial del continente ancestral en oposición al nombre extranjero y colonial América.
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