2021 ha empezado con fuerza. Mientras los datos de incidencia del coronavirus siguen subiendo desde mediados del pasado mes de diciembre, la entrada del nuevo año nos ha traído a Madrid una nevada de campeonato. Tres o cuatro días de nieve (sí, sólo tres o cuatro días) nos han dejado más de dos semanas de una ciudad patas arriba. Y menos mal que ha llovido. Si bien es cierto que la situación ha sido bastante insólita y la nevada la más cuantiosa en 40 años, las respuestas de las administraciones han sido, por decirlo suavemente, lamentables. Las previsiones meteorológicas estaban ahí; las previsiones de alcaldías y comunidades, parece que no tanto.
De nieves y apoyo vecinal
Calles atestadas de nieve, árboles caídos y autobuses de la EMT atrapados en mitad de grandes avenidas. Las imágenes han sido espectaculares, pero han durado demasiado tiempo, y en muchos lugares, si se han empezado a solventar no ha sido, en gran medida, gracias a las acciones tomadas por quienes nos gobiernan. Las causas de esta aparente inacción (o vamos, de verse sobrepasados) son muchas; claro está que no estamos en el mejor momento, que la crisis sanitaria del COVID-19 nos tiene a todos a pie cambiado, pero también es cierto que esta nevada ha sacado a relucir las carencias de todos (y no queremos focalizarlo sólo en los gobiernos del PP-Ciudadanos, pero son los que nos tocan a nosotras más de cerca en este caso). Servicios municipales de limpieza con plantillas cortas y medio externalizadas, bomberos que llevan años reclamando más trabajadores y medios, cuadrillas de parques y jardines envejecidas y sin respuesta, hospitales que han externalizado hasta el servicio de lavandería a la UTE formada por Flisa y Laudry Center (del grupo Ilunion) y, ¡vaya!, que ahora no llegan las sábanas limpias que tienen que llegar desde otra provincia, y así un largo etcétera. Y, qué curioso, la medida estrella de todo gobierno (ante un problema, la represión) parece que no sirve para combatir las nevadas.
Ante esta situación ¿qué nos queda, entonces?… pues el ejército y los voluntarios. La UME sirve para todo, para un roto y un descosido, para tratar de paliar todo tipo de carencias de otros servicios civiles (carencias que los gobiernos mismos generan) y como constante campaña de publicidad para blanquear a militares y todos los negocios de armas que les rodean.
El resto, que lo asuma la buena voluntad de los vecinos. Mientras Almeida reclamaba ayuda vecinal para abrir caminos en la nieve, Aguado solicitaba excavadoras y palas a quien tuviera. La dinámica es la misma que hemos estado viendo durante estos meses de pandemia: si abro un hospital nuevo y no quiero contratar personal, voluntarios; si mis exiguas plantillas sanitarias no dan para vacunar, voluntarios; si el contexto agudiza la pobreza y no voy a destinar fondos y personal para ayudar, voluntarios. Civismo elevado al cuadrado.
Las necesidades materiales inmediatas de comida, ropa, ayuda para ir a la farmacia o mil cosas más, durante el confinamiento de la primavera pasada las asumieron las redes de solidaridad (aquí y en el extranjero), ya fueran previas o creadas exprofeso en dicho contexto; del mismo modo que muchos de los pasillos por los que hemos transitado durante estos días entre la nieve y la mierda acumulada los abrieron los vecinos mismos, recibiendo de las instituciones, si acaso, sal. Ello ha derivado, en muchos casos, en que los barrios en los que ya existía un tejido comunitario previo, por informal que fuera, sean aquellos que más rápido reaccionaron. Ese mismo tejido que desde las instituciones suele denigrarse y tratar de zancadillear.
De modo que, ante un Estado de Bienestar que desde hace décadas anda en retroceso a nivel de servicios sociales, sanitarios o educacionales (no así en otros muchos ámbitos de la vida política y económica), con recortes de plantillas, externalizaciones y precariedad como bandera, resulta que cuando vienen mal dadas, quienes nos gobiernan echan balones fuera y tiran de civismo y falsa solidaridad. Quieren voluntarios, pero que hagan lo que ellos quieren en cada momento y que se retiren de nuevo a sus casas cuando ya sobren. Debemos ser responsables, pero no demasiado, no vaya a ser que nos demos cuenta de cuánto de nuestras vidas podemos gestionar con ese tejido comunitario que se crea en situaciones de crisis. No vaya a ser que estos tejidos se expandan, se fortalezcan y sigan acumulando responsabilidades.