El Síndrome de Sherwood o cómo la policía revienta una protesta

Por Andrés Santafé

Tras la irrupción de una turba de Mossos d’Esquadra en la Universitat de Lleida el pasado martes 16 de febrero y la posterior detención del rapero Pablo Hasél, una ola de solidaridad inundó las calles de ciudades y pueblos del Estado Español. Las manifestaciones en contra del encarcelamiento y a favor de la libertad de expresión se extendieron desde ese mismo día, y con ellas la represión y los altercados.

El miércoles fue seguramente el día más caliente. Las principales ciudades acogieron movilizaciones y, aunque la gran mayoría fueron pacíficas, en algunas la tensión latente y la actuación policial terminaron en cargas, barricadas y detenciones. Como es habitual, los grandes medios de comunicación pusieron el foco en el contenedor quemado, mientras sus tertulianos se apresuraban a criminalizar a las manifestantes.

Sin embargo, no se tienen muchísimos factores en cuenta a la hora de analizar qué estaba ocurriendo. Aunque sobran los ejemplos y testimonios, nos centraremos en la concentración que se produjo en la madrileña Puerta del Sol. Esta plaza, enclave habitual para las manifestaciones, volvió a convertirse en una ratonera. Unidades de antidisturbios taponaron cada calle aledaña y las allí reunidas quedaron encapsuladas. Era el momento de iniciar el Síndrome de Sherwood.

Esto no es más que la denominación que el comisario de Mossos d’Esquadra David Piqué le dio a su Trabajo de Fin de Máster. Se trata de un protocolo milimétricamente ideado para desactivar el potencial combativo de cualquier convocatoria. En el presente caso empezó ya minutos antes de las 7 de la tarde, hora establecida para la concentración por la libertad de Pablo Hasél, y lo hizo con registros supuestamente en busca de artefactos peligrosos.

La realidad es que este primer paso ya persigue, de alguna manera, desmoralizar a quienes protestan, haciéndoles ver que todo irá en la dirección que la policía determine. Según cuenta el propio trabajo: «la “redada” estará especialmente mal hecha y con trato humillante para encender más los ánimos, si es necesario»… «la consecuencia previsible de estos comportamientos previos y el diseño del dispositivo policial, es que acabará con una “batalla campal”».

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El encapsulamiento que se iba a producir posteriormente apunta al mismo objetivo: presencia y visibilidad de los cuerpos represivos con el objetivo de intimidar. La gente quería salir y eso no iba a ser posible. Se seguía caldeando el ambiente y comenzaban a producirse cargas, a lo que las manifestantes respondían con autodefensa utilizando el mobiliario urbano y todas sus posibilidades. El contenedor ya estaba ardiendo: policía, prensa y gobierno sonreían aliviados.

La intervención policial abusiva está también en los planes: «se producen las cargas policiales que en ningún momento quieren ser disuasoria, no se disimula. Se va directamente contra los manifestantes, considerados vándalos, y se ataca con suficiente velocidad para que no dé tiempo a la fuga y se provoque el enfrentamiento físico». Fue completamente así, ya que las cargas se produjeron contra grupos que se encontraban quietos, acorralados junto a la pared o contra jóvenes menores que en absoluto parecían peligrosas.

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El hecho de que el brazo ejecutor de todo esto sean agentes antidisturbios hace que se produzcan más excesos de los que ya hay planeados, como llamar “puta de mierda” a una joven o las numerosas agresiones a prensa acreditada que tuvieron lugar esa misma noche. Imaginen qué sucede después en comisaría; hay que recordar que varias de las detenidas por esta protesta denunciaron malos tratos y que les fuera negada la atención médica.

Hay que destacar que el ejemplo de la concentración de Sol es meridianamente claro, pero este protocolo está más cerca de ser una norma que una excepción. Se ha usado en manifestaciones como Rodea el Congreso, Marchas de la Dignidad, las acaecidas tras la Sentencia del Procés y, como no podía ser de otro modo, durante otras que se siguieron produciendo la semana de solidaridad con Hasél.

Por citar otros dos casos, el jueves Valencia salió a las calles. La manifestación transcurría de forma totalmente normal y la policía cargó contra una multitud que se encontraba simplemente andando. Más gente herida y más detenciones. La Delegada de Gobierno, por su parte, negó que se produjeran cargas, explicando que solo hubo «contención». El sábado, Barcelona pareció recibir un castigo en vez de una intervención. Antidisturbios rodearon a la manifestación por delante y por detrás y la carga fue salvaje. ¿La excusa? Fue un error de coordinación.

El Síndrome de Sherwood tiene claro y especifica que esto debe hacerse en paralelo con una gran campaña de los medios de comunicación. Miedo, criminalización y omisión de información se combinaron esa semana para conseguir un rechazo total por parte de la opinión pública. Se podía leer en redes sociales que estamos protestando en 2021 como si fuera 1921. Analizado todo esto, quizá los movimientos sociales deban buscar nuevas formulas combativas. Ahí queda para la reflexión de cada una.

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