Cuando se dice que los mayores terroristas son los Estados, cuando se dice que la policía es asesina, cuando se dice que las banderas están manchadas de sangre, se dice por algo. No se dice porque sí, gratuitamente y con frivolidad. Se dice con el peso de la historia, se dice con la amargura de quienes ponen caras y fechas al dolor. Se dice porque se tiene que decir, porque no decirlo sería condenar al olvido a quienes han muerto a manos de la tiranía, y eso sería matarlos/as doblemente.
Hace ahora quince años tuvo lugar en Italia una operación represiva que acabó con dos personas muertas y otra encarcelada. Esa es la historia que vamos a contar, pero empecemos por el principio…
Desde mediados de los años 80, en el seno de la Comunidad Económica Europea, se empiezan a desarrollar una serie de planes destinados a conectar las grandes capitales de los Estados miembro por medio de líneas de Tren de Alta Velocidad (los famosos TAV, de los que ya se ha hablado alguna vez en este periódico). Estos Trenes de Alta Velocidad, resumiendo mucho, están integrados en un proceso internacional que responde a los intereses de las clases dominantes y que pasa por encima (físicamente, en muchos casos) de los intereses de los habitantes de pequeñas poblaciones rurales. Por supuesto, supone también un enorme despilfarro de recursos y un gran destrozo del entorno natural.
Pues bien, en el norte de Italia, en la región de Piamonte, se sitúa el valle de Susa, un valle que las obras del TAV dejarán bastante mal parado si éste se llegase a construir. El 23 de agosto de 1996 comienza la resistencia directa al proyecto depredador, esta vez en forma de ataque incendiario contar maquinaria utilizada para reconocer el territorio y preparar así su destrucción. Comienza así una serie de sabotajes contra la infraestructura utilizada para estudiar el terreno y contra algunas centrales de telecomunicaciones. En algunas acciones se hacen pintadas contra el TAV, en otras no se deja comunicado alguno, y dos de ellas son reivindicadas con panfletos por Lupi Grigi (Lobos Grises).
A punto de empezar la primavera de 1998, y tras 16 ataques, no hay nadie imputado/a por ninguna de las acciones. La incapacidad de las autoridades italianas para poner fin a estos ataques estaba quedando en evidencia ante la CEE y ante las empresas que invertían capital en las obras del TAV. Así, por orden de los fiscales Maurizio Laudi y Marcello Tatangelo (pupilos del superjuez Antonio Marini), el 5 de marzo son allanadas tres casas okupadas en Turín, con el resultado de tres anarquistas detenidos/as: Silvano Pelissero, Edoardo Massari y Soledad Rosas, acusados/as de formar la organización criminal Lupi Grigi. Silvano y Edoardo eran anarquistas reconocidos que ya habían tenido problemas con la justicia italiana años atrás. Soledad era una joven argentina que había llegado a Italia muy poco tiempo antes, después ya de que hubieran tenido lugar los ataques de los que se le acusaba (según Silvano, su amistad había comenzado en diciembre de 1997).
Al día siguiente una concentración de protesta ante el Ayuntamiento de Turín termina con cargas y disturbios durante una hora. 17 personas son denunciadas, 6 son detenidas, decenas de escaparates son destrozados y por la noche se reokupa El Asilo, centro social desalojado durante los allanamientos del día anterior. Durante los siguientes días se suceden muestras de solidaridad: concentraciones, cortes de tráfico, panfletos y ataques contra locales de medios de comunicación y de Alleanza Nazionale. Aprovechemos este momento para explicar que los/as periodistas funcionaban como un elemento más del aparato represivo estatal, inventando y calumniando en cada párrafo que escribían. En cuanto se produjeron las detenciones corrieron a celebrar la “desarticulación del grupo de ecoterroristas”, lanzando todo tipo de injurias contra los/as tres detenidos/as que, en manos del Estado, no tenían siquiera la posibilidad de defenderse.
El jueves 26 de marzo se le deniega la petición de excarcelación a los/as tres anarquistas arrestados/as. Dos días después, el sábado 28, es hallado colgado sin vida el cuerpo de Edoardo Massari en su celda de la cárcel de Vallete, en Turín. Se suceden las muestras de rabia y solidaridad, llegando uno de los momentos de mayor tensión en el propio funeral de Edoardo. Soledad obtuvo un permiso y pudo asistir custodiada por policías. La familia y los/as compañeros/as habían pedido a políticos/as y periodistas que se abstuviesen de acudir, deseo que no fue respetado ni por uno/as ni por otros/as. El resultado fue el enfrentamiento directo, siendo el calumniador profesional Daniele Genco el peor parado, que acabó con algunos huesos rotos (dos anarquistas pagaron con prisión por estos hechos).
Tras la muerte de Edoardo, es curioso ver cómo la izquierda isntitucional y la extraparlamentaria empiezan a hablar de él como de una víctima, un joven frágil con mala suerte (algo parecido a lo que pasó por aquí con la muerte de Puig Antich). También la prensa deja de hablar de peligrosos/as ecoterroristas, ahora los/as tres compañeros/as que no eran ni siquiera los/as Lupi Grigi, eran “colaboradores/as”, y más tarde “gémulos”. Muerto Edoardo y con las dudas razonables sobre la culpabilidad de Soledad, la prensa empieza una campaña de difamación contra Silvano.
El 11 de abril Soledad Rosas es encontrada ahorcada en la casa en la que cumplía el arresto domiciliario. En una famosa carta que escribió tras la muerte de Edoardo ya mostraba su estado de desesperación: “Voy a buscar la fuerza de alguna parte, no sé de dónde, sinceramente ya no tengo ganas pero tengo que seguir, lo hago por mi dignidad y en nombre de Edo. Lo único que me tranquiliza es saber que Edo ya no sufre más. Protesto, protesto con mucha rabia y mucho dolor”. Silvano pagaría prisión hasta marzo de 2002, reconociendo la propia justicia italiana la inconsistencia de las pruebas presentadas contra los/as tres. Edoardo y Soledad salieron absueltos/as del juicio. Por supuesto, los ataques y la resistencia contra la implantación del TAV han continuado hasta el día de hoy, habiéndose formado en el valle de Susa una verdadera comunidad de lucha entorno a este conflicto.
Podríamos ahora buscar la lágrima, decir que Sole y Edo fueron víctimas de la represión, y en parte lo fueron, pero no fue así como ni ellos/as ni sus compañeros/as afrontaron su vida ni su lucha. La historia de la humanidad está llena de casos parecidos: en nuestra mano está olvidarlos o intentar que su memoria permanezca viva y sirva para darnos más motivos aún para enfrentarnos a quienes juegan con nuestras vidas.
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