A lo largo del verano solemos percibir un descenso de noticias que podríamos llamar importantes, sin embargo, hay una que se mantiene como una constante en la época estival, ya que acompaña, inevitablemente, al calor: los incendios. Con este tema como punto de partida, hay muchos caminos que podrían llevar a conclusiones interesantes. De momento vamos centrarnos en la responsabilidad medioambiental.
Se quema un monte y, en seguida buscamos culpables, alguien que pague el pato: el que quema rastrojos, uno que pasó por allí con una máquina que, por algún extraño motivo, echaba chispas, o el pirómano de turno. Yendo un paso más allá, la responsabilidad es del gobierno de la comunidad, que no castiga con suficiente dureza, o de la explotación que sufren los/as trabajadores/as de los retenes, con sus precarios contratos y jugándose la vida, o de que no hay suficientes guardabosques, o suficientes cortafuegos, o que no se limpia el campo…
Casi todo esto es verdad, hay un millón de causas, y por mucho que la política contra incendios fuera óptima, seguirían sucediendo, pues la naturaleza es así y, a pesar de todo lo que nos da, a veces, inevitablemente nos quita. Pero hay una causa que subyace a cualquier otra, y nos hace responsables a todos/as: el abandono del campo.
Los ritmos y las necesidades que nos impone este sistema nos han obligado a huir del campo buscando formas más rápidas y condiciones menos duras para ganar dinero. El sector primario se transforma y tiende hacia grandes latifundios gestionados por pocos/as. Y si en algunas zonas son grandes, es porque se ha talado bosque para conseguirlos, destrozando nuestra naturaleza, una vez, en nuestro propio beneficio. La carne y los productos derivados de animales salen más baratos que nunca, debido a una reducción de costes a lo largo de su mantenimiento que roza (y a veces sobrepasa) la tortura. La fruta y la verdura cada vez saben a menos y a penas podemos saber de dónde viene, con cuantos químicos la fumigaron, o con que otro ser vivo cruzaron sus genes.
Estamos tan separados del campo que solo lo entendemos como una forma de turismo y no como la fuente de la vida. En un mundo así, todos/as permitimos que se degrade cada día más: ríos contaminados, enormes presas, talas masivas, cementerios nucleares… Si nuestra vida siguiera ligada al campo de forma directa y no a través de intermediarios, otro gallo cantaría. Si necesitásemos de los bosques para alimentarnos, su cuidado volvería a nuestras manos, nuestra sería la responsabilidad de mantenerlos limpios para evitar la expansión de incendios. No es una cuestión de voluntad, es una cuestión de necesidad.
Y aunque se nos ha olvidado, aún lo necesitamos, ya no sólo por los recursos que alberga (animales, frutos, madera…) sino porque la capa vegetal es el pulmón del mundo. Por lo menos hasta que el capitalismo encuentre la forma de fabricar oxígeno y empiece a vendérnoslo. La comunidad de Madrid intenta privatizar nuestro agua, la nueva reforma del sector energético contempla gravar el autoconsumo, es decir, cobrar más por tener en casa una placa o un molino que nos permita contaminar un poquito menos… algún día será el aire, no es una broma. Es la hora de plantarse.
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Especulando con el fuego
A continuación y tirando de este hilo, nos animamos a vincular los incendios y la especulación inmobiliaria. Muchas veces las razones que se exponen para explicar el inicio de un incendio insultan a la inteligencia, especialmente cuando hablamos de fuegos que comienzan en varios puntos a la vez.
Se ha visto que, con la explosión de la burbuja inmobiliaria, ha descendido el número de incendios que asolan nuestros campos: hasta el año 2006 creció paulatinamente el número de siniestros, sobre todo los grandes incendios (más de 500 hectáreas). También año tras año se mantuvo la superficie afectada, 131.774 hectáreas como media anual hasta 2007; el 67% de ellos en terrenos idóneos para vivienda vacacional (dehesas, pastos…). En 2007, coincidiendo con la crisis inmobiliaria, y sobre todo en 2008, confirmada la burbuja especulativa, cuando el suelo urbanizable resultaba menos necesario, las cifras de incendios han experimentado un descenso absoluto. En ese año se quemaron sólo 39.895 hectáreas, además hubo únicamente tres grandes incendios por los 58 del año 2006. Y, desgraciadamente, no va a ser raro que vuelva a ocurrir, dado que el gobierno de turno intenta aferrarse al ladrillo para sacarnos de la crisis.
En marzo de este año, pudimos conocer el contenido del borrador de la reforma de la Ley de Montes. Hasta ahora, la ley a nivel nacional, impedía cambiar el uso de un terreno quemado hasta pasados treinta años (salvo que existiera, previo al incendio, un acuerdo para el cambio de uso de ese terreno). El borrador contempla una excepción en el artículo 50, que trata del mantenimiento y restauración del carácter forestal de los terrenos incendiados: “Con carácter excepcional las comunidades autónomas podrán acordar cambio de uso forestal cuando concurra un interés general prevalente”, dicho interés “deberá ser apreciado mediante ley”, continúa el texto, “siempre que se trate de terrenos de titularidad pública y que se adopten las medidas compensatorias necesarias que permitan recuperar una superficie forestal equivalente a la quemada”. ¿Se hará norma la excepción?
La Comunidad Valenciana ya en 2011 intentó cambiar la ley autonómica para introducir exactamente la misma excepción. En aquel momento chocó con la ley nacional, pero a partir de ahora no habrá nada que se lo impida. No es la primera vez que una comunidad reta la Ley de Montes, Castilla y León autorizó una pista de esquí artificial en terreno forestal quemado en Valladolid. Tras una sentencia judicial en contra, las Cortes autonómicas aprobaron una ley específica para sortear la negativa del juez. Será casualidad que los incendios que asolaron la costa mediterránea en 2012 coincidan con tramos por donde está previsto que pase el corredor de tren mediterráneo, menuda suerte tienen.
Estas sospechas nos hacen mirar una vez más hacia Grecia, donde se hallan las certezas. La legislación griega actual prevé una moratoria durante la que está prohibido edificar en zonas calcinadas, aunque las lagunas en su aplicación suelen permitir la construcción de asentamientos ilegales, que luego son regularizados, en zonas antes ocupadas por bosques. Según las estadísticas publicadas por el diario Kazimerini (agosto de 2009), el 49% de los incendios que se registran en Grecia son intencionados y en este caso concreto las autoridades locales de las zonas más afectadas por los incendios de los alrededores de Atenas aseguraron que los incendios fueron provocados para servir a los intereses inmobiliarios.