Cada día amanecemos con un nuevo récord del precio de la luz. De repente, aparecen noticias de forma escalonada acerca de la escasez de determinados suministros que obligan a parar empresas y que provocan un efecto en cadena que afecta a toda una diversidad de industrias. Se ha hablado mucho de la falta de microchips, ¿Qué no lleva ya un microchip encima? Pero también del acero o semiconductores. La pandemia lo paró todo y reactivar las cadenas de suministro globales no es posible de la noche a la mañana. Si encima a esto le sumamos un escenario de cambio climático y crisis energética, tenemos un panorama cuanto menos complejo. El proceso de descarbonización de la economía que ya se está dando no es tan sencillo como pasar del coche de diésel al eléctrico o de ponerse a producir de forma masiva energía eléctrica con tecnologías renovables. ¿Sabías que un coche eléctrico consume seis veces más minerales que uno tradicional? No es una cuestión (solo) de cambiar unos hábitos por otros, hace falta replantearse el mundo en función de los límites realmente existentes.
El ejemplo más cercano lo tenemos con la llamada transición energética. Si bien España es uno de los países con mayor producción de energía renovable, aun queda mucho camino para sustituir completamente las formas de producción contaminantes. Ese camino parece que está tomando un impulso ahora, pero como no podía ser de otra forma, el camino no es el de la transición que desearíamos y necesitamos si no que es el que las grandes eléctricas y empresas están abriendo. Que la transición energética sea dirigida, no esté sujeta a un debate público y no haya una planificación ordenada genera desequilibrios territoriales que fomentan procesos de colonialismo energético. Es decir, hay territorios que generan mucha más electricidad de la que consumen y otros que generan muy por debajo de sus necesidades. A esto se suman las grandes diferencias de distribución de la población y da pie a que haya una sobre explotación de aquellos territorios vaciados. Es cierto que es necesario un gran despliegue de energías renovables, pero esto no puede hacerse a costa de las poblaciones locales y rurales para beneficio del derroche de las zonas urbanizadas.
Las grandes empresas eléctricas dictan las normas del mercado eléctrico, que funciona como un oligopolio, se empeñan en repetir los mismos errores que han derivado en la actual crisis ecosocial. La liberalización del mercado eléctrico provoca que los precios sean sometidos a unas subastas que no tienen ningún tipo de condicionalidad ecológica y donde las pequeñas plantas o cooperativas de producción tienen más difícil el acceso.
Las Comunidades Energéticas
Frente al modelo del megaproyecto, la desigualdad y el arrase de los territorios hay quienes apuestan por la constitución de un nuevo modelo energético fundamentado en la producción descentralizada, de cercanía, con un gran impulso del autoconsumo y, sobre todo, centrado en la eficiencia y el ahorro energético. Priorizando el despliegue de renovables en suelo industrial y urbano.
Las Comunidades Energéticas vienen a ser la institucionalidad que da forma a ese nuevo modelo. Por lo general, son proyectos locales, de pequeña envergadura y desarrollados de forma cooperativa, donde los socios son copropietarios y reciben los beneficios de la producción. Suelen estar vinculadas a un territorio y son más que un proyecto económico o energético, realmente tratan de dinamizar las relaciones sociales y constituir formas democráticas de producción.
En Galicia existe un proyecto icónico en este sentido. La Comunidad Energética de Tameiga, vinculada a la Comunidad de montes veciñais en man común de Tameiga, genera 270 kilovatios, que puede llegar a producir 380 megavatios por hora al año, en varias pequeñas plantas distribuicas por la comarca. La tradición de los montes mancomunados en Galicia ayuda a que este tipo de prácticas se desarrollen. En Tameiga, se desarrollan las labores habituales de cuidado del monte y silvicultura, proporcionando leña de forma gratuita a todas las asociadas, además cuentan con el Centro Cultural As Pedriñas, de 30.000 metros cuadrados, salón de actos, piscina, polideportivo y oficinas. 352 familias forman parte de esta comunidad.
Las Comunidades Energéticas muestran lo que debería ser un futuro deseable. No es solo producir electricidad bajo formas de autogestión, si no que se trata de fomentar que cada territorio este articulado por una comunidad que se haga cargo de las necesidades de sus habitantes, de forma cooperativa e igualitaria.