Hace ya un par de meses que venimos dándole vueltas a estas líneas. Han sido muchas las noticias y artículos que a finales de este pasado agosto nos recordaban el 50 aniversario del famoso discurso de Martin Luther King. Aquel 28 de agosto de 1963, cientos de miles de personas (principalmente afroamericanos) recorrieron las calles de Washington reclamando igualdad, exigiendo unos derechos civiles que las minorías no disfrutaban. Entre los varios artículos que hemos leído, especialmente uno de ellos, publicado en El País Semanal del pasado 21 de agosto bajo el título “Martin Luther King, un sueño casi cumplido”, es el que nos ha llevado a plasmar estas reflexiones. Nos ha dado que pensar, nos ha llevado a discutir y darle vueltas a la cabeza sobre este tema, y ya sólo por eso nos ha parecido muy enriquecedor.
Ya simplemente el título del artículo nos deja bastante descolocados, pues, lo sentimos, pero a riesgo de parecer pesimistas, nos negamos a creer que el sueño de igualdad, un sueño por el que tantos han luchado, esté casi cumplido. Aunque este sueño de igualdad se reduzca al fin del racismo contra los afroamericanos, que por otro lado, nos parece mucho reduccionismo, seguimos pensando que el camino es aún largo, y ante todo, imposible de desligar del resto de aspectos sociales que determinan exclusión en nuestras sociedades: género, libertad sexual, nivel educativo, recursos económicos… Está claro que si miramos a los años 60 en Estados Unidos y a la situación social y política de la que gozaban los afroamericanos, nos echamos las manos a la cabeza. Partiendo de asesinatos, quema de hogares, exclusión de colegios, segregación en autobuses…, definitivamente se ha mejorado. Ir hacia abajo era difícil. Nunca olvidaremos, ni mucho menos infravaloraremos, a todas aquellas personas (no sólo afroamericanas) que se lo pelearon, que sufrieron, murieron o perdieron su salud o su juventud. Pero no por ello dejaremos de pensar que dentro de toda esta lucha ha habido muchas acciones y planteamientos que trataban de ir más allá de los derechos civiles, muchas personas y organizaciones que planteaban que el cambio no vendría sino de la mano de muchos otros cambios, que trataron de poner patas arriba a la sociedad americana con la intención de generar una ruptura con el sistema que les explotaba. Y todos estos planteamientos revolucionarios, que durante unos años (principalmente de la mano del Partido de las Panteras Negras para la Autodefensa) tuvieron al Estado en pie de guerra, perdieron, o mejor dicho fueron derrotados.
Y nos acordamos de esta sinergia revolucionaria que anduvo dentro del movimiento de liberación negro, en parte, para sacar a colación aquello que más nos rechina del artículo de El País, que es cuando se coloca a Barack Obama y su elección como presidente de los EEUU como una de las realidades que reafirman este avanzar en la igualdad. Nos rechina porque se olvida lo que sí que se menciona (de manera muy reducida) al final del artículo, aquellas estadísticas que nos representan los altos niveles de paro, abandono escolar o criminalidad que azotan a la comunidad negra. Y esto se olvida ya que se desliga el problema racial del problema de clase. Que existen unos odios y unos miedos (en muchos casos son estos miedos lo que llevan a esos odios) a lo diferente está claro (ya sea lo diferente una persona con un nivel de pigmentación distinta o con una cultura alejada de la nuestra), pero si la comunidad negra está como está en gran medida es por posición dentro de la sociedad de clases, como explotados con aún menos recursos (educativos, sanitarios, económicos) que el resto. Si uno echa un vistazo a muchas de las reivindicaciones que se plantaban desde los Panteras Negras, nos encontramos reclamaciones de viviendas decentes, sanidad gratuita, fin de la violencia policial, capacidad de decisión por las comunidades sobre sus asuntos y su educación…Y todo esto se reclamaba paras los negros, pero también para todos los oprimidos. Tantos años después, y con un sueño casi cumplido por medio, poco o nada de esto se ha alcanzado. En el por qué no sólo hay restos de racismo, sino principalmente capitalismo y sus consecuentes desigualdades.
Traigamos sino el asunto a nuestra cotidianeidad más local, al chaval magrebí que trabaja en una frutería se llamará moro, y se pondrá el peso en su procedencia a la hora de hablar de él. Sin embargo, el jeque árabe que pasa sus vacaciones en Marbella es diferente, él es rico, por tanto ya no es moro. Al final qué importa de verdad, ¿la procedencia o la posición social? Lo que como proletarios nos divide, tiene mucho menos peso entre los que están arriba.
Y yendo más allá, cuando se coloca en lo alto de la escala de poder al hombre blanco heterosexual, nuestra idea de igualdad implica un romper con estas relaciones de poder, atacar su superioridad e impedir que se ejerza, plateando unos modos relacionales diferentes. De nada nos sirve ocupar esa posición desde nuestro lado discriminado y luego hablar de que todos somos iguales. Poco cambia en estos casos, simplemente asumimos sus relaciones de poder y de desigualdad, aquellas que decimos combatir. No queremos estar abajo, siendo dirigidos y explotados, y nos da igual si el que nos apreta las tuercas es una mujer, un afroamericano u homosexual.
Por si a alguien le apetece leer el artículo de El País, os dejamos un enlace web al mismo http://elpais.com/elpais/2013/08/19/eps/1376920201_834323.html