Myanmar: dos años después del golpe militar

El pasado mes de febrero se cumplieron dos años del golpe de Estado en Myanmar. Dos años en los que el Tatmadaw, el ejército birmano, ha gobernado el país en base a un Estado de Alarma que debía haber acabado este febrero con la convocatoria de elecciones; algo que la cúpula militar ya ha decidido retrasar al menos seis meses más. Pero también se cumplen dos años de resistencia, dos años durante los cuales parte de la población de Myanmar ha participado de diferentes frentes y métodos de lucha contra el gobierno militar. Lo que comenzó como una primera resistencia urbana masiva, con bloqueos de distritos, huelgas de trabajadores y el nacimiento del Movimiento de Desobediencia Civil de trabajadores estatales, ha ido mutando con el tiempo, adaptándose a la brutal represión de los militares, y en parte, volviéndose más clandestino. Al mismo tiempo, han crecido focos de resistencia armada en las zonas rurales, que se unen a los grupos armados de minorías étnicas que luchan desde hace décadas.

Para acercarnos a esta realidad os recomendamos el podcast de febrero de La Internacional (aunque en realidad os recomendamos que lo escuchéis todos los meses), donde Adriana Cardoso e Hibai Arbide entrevistan a Queralt Castillo, que nos pone en contexto del golpe de hace dos años, de la política birmana y de la actual resistencia. También se puede completar con el artículo que Queralt escribió para La Marea en febrero sobre el tema.

Pero si hay un aspecto sobre el que no se habla en profundidad en el podcast, es sobre la lucha armada que se está llevando a cabo en grandes áreas rurales de Myanmar. Para profundizar en ello, traducimos a continuación un extracto de una entrevista realizada por el activista birmano Obi-Y Kanochi a Leisa, una rebelde que participa de la resistencia armada al Tatmadaw, y que fue publicada por el portal web libcom.org (donde se puede encontrar el texto al completo).

Entrevista a Leisa

¿Cómo te involucraste en la resistencia armada al golpe militar?

Empecé a involucrarme en el movimiento de resistencia urbana con algunos grupos de la UG. Cuando eso fracasó y nos vimos obligados a huir de las ciudades, algunos de mis compañeros viajaron a las áreas controladas por las Organizaciones Armadas Étnicas (EAO) para recibir entrenamiento básico de combate. Mientras, yo me quedé sola en la ciudad apoyando a aquellos que seguían participando de los CDM (Movimiento de Desobediencia Civil). Durante ese tiempo, brindé apoyo a unos 20 trabajadores pertenecientes a los CDM, proporcionándoles a cada uno un saco de arroz y 50.000 kyats (unos 25 dólares) al mes.

Durante todo este camino, tuve que vender todas mis propiedades, y solo cuando no podía permitírmelo, comencé a pedir donaciones online. Más tarde, mis camaradas regresaron de entrenar en la selva. Al principio, no podíamos decidir a qué fuerza de resistencia unirnos, y finalmente, nos unimos a un grupo de Defensa Popular Local en la región, el SBDF, y nos alistamos en su base. Por aquellos momentos, no teníamos la confianza pública ni el apoyo de la gente, por lo que teníamos que comer y sobrevivir solo con lo que podíamos encontrar en la selva, como brotes de bambú y pasta de pescado. Aun así, tratamos de producir material altamente explosivo, rifles hechos a mano y bombas con habilidades y conocimientos limitados. Yo asumí el papel de apoyo en el transporte y la logística. Ya fuera un día lluvioso o soleado, de día o de noche, transporte en motocicleta materiales y armas que se fabricaban en lugares ocultos de la ciudad hacia nuestros campamentos de resistencia. Como es lógico, hubo muchos incidentes en los que casi me arrestan. Para ser honesta, tengo miedo de morir, y al luchar y esforzarme por no morir, me convertí en una mujer fuerte. Las personas como nosotros que no tenemos fe en la vida eterna, creo que tenemos más miedo a la muerte porque una vez que morimos, ya está, se acabó.

Por mucho que nuestra fuerza de resistencia necesite un tremendo apoyo, es altamente efectiva y realiza muchas operaciones con gran resolución. Y, por supuesto, no podemos hacerlo solos sin la solidaridad, el apoyo y la ayuda mutua de la gente. También tenemos un tesorero, cuyo alias es Mr. Yar Zar. A través de sus conexiones en el extranjero, recibimos mucho apoyo de los trabajadores migrantes en otros países. Por otro lado, hemos sufrimos muchas bajas y dificultades en esta lucha. Comenzamos con una veintena compañeros entrenados por los EAO, y ahora solo tenemos tres. La mitad han muerto y el resto están heridos. A pesar de las pérdidas, creemos que la victoria está a nuestro alcance. En estos dos años hemos cumplido muchas misiones. Tenemos datos y estadísticas que haremos públicas cuando todo esto termine.

¿Puedes explicarnos cómo tu grupo de resistencia dentro de la rama SBDF se transformó con el tiempo?

En los dos campamentos de nuestra rama SBDF, solo teníamos treinta miembros y no teníamos suficientes alimentos ni materiales para producir armas. Tampoco teníamos electricidad, y necesitábamos de un generador para fabricar las armas, lo que cuesta alrededor de 50.000 kyats al día en combustible. Entonces, discutimos nuestra supervivencia y decidimos impulsar nuestro papel de relaciones públicas y revelar algunas misiones al público para atraer fondos. En cuanto a las armas y municiones, teníamos la posibilidad de obtenerlas del NUG (Gobierno de Unidad Nacional) si entramos en su cadena de mando. Tras tomar esa decisión, le pedimos permiso al comandante Than Ma Ni del SBDF para formar un nuevo grupo de defensa local llamado Dynamite.

La fama del nuevo grupo de milicianos se ha extendido por toda la región y hemos ganado el apoyo de los lugareños. Día a día llegan nuevos reclutas a unirse a nosotros, no solo de la región sino también de nuestros vecinos. De esta forma, nuestro grupo pasó a completar las características de un batallón, y con la ayuda de un antiguo miembro del partido NLD (Liga Nacional para la Democracia) y coordinador de jóvenes del pueblo, solicitamos convertirnos en un batallón oficial reconocido por el Ministerio de Defensa de NUG. La estructura organizativa del batallón es una jerarquía de arriba a abajo. Personalmente, no me gustó, pero estaba en minoría, así que tuve que acatar la decisión de acuerdo con la democracia mayoritaria.

Pero entonces sucedió algo que nos hizo separarnos: la mitad de mis compañeros y yo dejamos el batallón para formar un nuevo grupo.  Acordamos dejar las pertenencias, armas y municiones que obtuvimos de donaciones mientras estábamos en el grupo de Dynamite para el batallón, y aquí estamos de nuevo, comenzando desde cero. Sin embargo, ya no existe una estructura de autoridad de arriba a abajo. A cada uno se le asigna su propio rol y responsabilidad. Yo estoy oficialmente a cargo de la contabilidad y en la delegación encargada de hablar con el público y otros grupos.

Como mujer en lucha, ¿te has encontrado con el estigma patriarcal y la discriminación de género?

Definitivamente, he enfrentado muchos obstáculos, desde la discriminación de género hasta la influencia religiosa. En gran medida, los monjes nos salvaron. Recibimos refugio y comida de los monasterios.

Como ejemplos, en una ocasión, a nosotras, las mujeres, no se nos permitió ir al segundo piso del monasterio, que es el único lugar donde podíamos tener acceso a Internet. Cuando venían los monjes, teníamos que mostrar respeto y juntar las palmas de las manos frente al pecho. Algunas personas del pueblo se burlaban de nosotras por tener tatuajes, usar pantalones y maquillarnos. Sin embargo, con el tiempo, esto se va arreglando y hemos logrado generar la confianza y el respeto mutuo con el monje principal hasta un punto de que podemos mantener discusiones. Así como yo muestro mi respeto por su religión, ellos tienen que mostrar su respeto por mi libertad y mis valores. 

En términos generales, hay algunos monjes traficantes de poder en esta comunidad budista, creen que son moralmente superiores a sus devotos. Además, son arrogantes y disfrutan de poder sobre sus creyentes. De esta manera, se asocian con políticos. Aquí, la religión y la política siempre se han entrelazado.

En el pasado, los aldeanos rurales ni siquiera se atrevían a pasar a la sombra de los monjes que se hacían llamar Sangha, los hijos de Buda, y se ponían la túnica religiosa como un uniforme solo para ganar riqueza y poder. Pero ahora están maldiciendo a esos monjes que defienden la injusticia. Los ignoran cuando se trata de donaciones. Comienzan a cuestionar las consecuencias de Kan (Karama). Estoy bastante satisfecha de ver esas acciones. Además, creo que solo los monjes progresistas son capaces de examinar críticamente las creencias y los valores religiosos que les han sido transmitidos e influenciados de generación en generación, y solo ellos son capaces de demoler el muro religioso que han construido. Por eso creo que hemos hecho algunas mejoras a medida que avanzamos. La gente ahora empieza a cuestionarse el poder que la religión ha construido.

Como anarquista, ¿hasta qué punto esperas lograr la libertad y la igualdad de esta lucha?

Desde mis propias creencias, desearía llegar a ese punto en el que nadie pueda gobernar a nadie y el gobierno ya no sea necesario. En realidad, sin embargo, estamos combatiendo un sistema democrático representativo contra una dictadura militar. Eso ya lo sabía, pero la situación en la que me encuentro me ha obligado a luchar, y no tengo otra opción privilegiada que luchar y sobrevivir, así que decidí hacerlo en esta lucha por una sincera esperanza de que, junto con la revolución, seremos capaces de avanzar como oprimidos en la lucha de clases y acabar, hasta cierto punto, con el extremismo religioso y la discriminación de género.

Finalmente, ¿tienes algo más que agregar?

Para ser honesta, los que están luchando activamente en la revolución son en su mayoría gente de clase baja y familias campesinas rurales. Las clases medias progresistas o educadas liberalmente (la pequeña burguesía) están menos involucradas. Vivimos en una sociedad donde algunos privilegiados reclaman derechos sabiendo que la libertad tiene precio. Yo estoy luchando contra todo esto creyendo que podré ser capaz de cambiar algo, aunque sea un poco. No espero mucho, y continuaré luchando día a día, cada uno con nueva esperanza.

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