“Mira! A estratégia que empregam é bem doada. Projetarom polígonos à discriçom, por tudo o país, coma um exército que assalta umha posiçom, e agora, aqueles que despertem moita conflitualidade social dam-lhe pra trás. Ganham todos: governo, lobby eólico e inclusive certo ecologismo que lhes fai de avançadinha. Namentres, continuam a expropriar-nos o território com milheiros de poligonais eólicas. Por umha suposta transiçom energética que nom é mais ca umha grande burla verde. Estamos a pagar-lhe a reconversom energética ao mesmo capitalismo (fóssil) de sempre. Os mesmos culpáveis da desfeita ecológica que agora aproveitam.” (J. vizinho de Vincios)
El final de la Segunda Guerra Mundial resultó ser, como puntualiza José Ardillo en su obra Las ilusiones renovables [ecología, energía, poder], el inicio de la época de la «gran sustitución», es decir, el inicio de una nueva fase de la rapiña capitalista, en la cual la ciencia y la técnica fueron la punta de lanza de un expansionismo industrial incipiente que puso en marcha un proceso de transformación que supeditó la vida al crecimiento económico y al fetiche del progreso sin fin, condicionando las relaciones entre nuestra especie y el medio natural que nos sustenta, y generando consecuencias que son el seno de las crisis que hoy nos acechan.
A la luz de los hechos y con la perspectiva del tiempo pasado, podemos decir que la pandemia fue un punto de inflexión, una «segunda gran sustitución», a través de la cual se incentivan y se configuran nuevas formas y dinámicas de desterritorialización con las que el capital continúa expropiando el territorio y las formas de vida de las comunidades locales. Dichas dinámicas son auspiciadas por el combate de la crisis ecológica, en el que las energías alternativas -las mal llamadas renovables o limpias- juegan un papel central, ya que su implementación sería, según cuentan, el milagro con el que sostendría la «ilusión fundamental» a la que se refería Iván Illich, alegando que estas energías pondrán fin a todos los males endémicos del modelo imperante y que con ellas se podrá sostener, contranatura, los actuales ritmos de producción.
Ante las consecuencias del modelo empresarial imperante, tanto los poderes fácticos como las oligarquías hicieron suyo el discurso ecologista superficial. Esto es, aquél centrado en combatir exclusivamente la contaminación y el agotamiento de los recursos naturales, sin más fondo que la salud de la vida opulenta. Así, al acercarnos a analizar el nuevo boom que viven las fuentes de energía alternativa, debemos tener en cuenta que detrás de este aparente cambio de paradigma, de la mascarada verde, encontramos las mismas relaciones de poder, acaparamiento y terricidio del viejo capitalismo, con la energía eólica como actor principal, al ser ésta la más asequible económicamente y la que más desarrollada se encontraba.
Según los datos del Observatorio Eólico de Galicia (OEGA), en el año 2019 en Galicia este tipo de energía ocupaba 106 Concellos en los que se repartían los 3.992 aerogeneradores -0.68ae/100 habitantes-. Este capital eólico, tras el que encontramos lobbies de inversión extranjeros y grandes empresas fosilísticas, como Naturgy, Repsol, Iberdrola, etc., se vale de los contactos dorados que tienen con las instituciones para penetrar en el territorio sin respetar la legislación ambiental y a través de legislaciones amigables, subvenciones, reducción de trámites y favores.
El resultado de estas mañas es la aceleración del asalto á terra y la privatización de los recursos naturales. Así, por ejemplo, en lo que va de año, la Xunta de Galicia ya aprobó 188 nuevos aerogeneradores en 33 parques. A pesar de que, como admiten, no tienen estipuladas medidas preventivas ni correctoras para mitigar sus impactos. Otro ejemplo sería la reciente aprobación, de forma bilateral entre el Estado y las eólicas, del Plan de Ordenación del Espacio Marítimo, que de la superficie total destinada a la explotación eólica marina fija el 47% en los mares galaicos.
Un despliegue de medios financiado con insumos públicos, como los Next Generation, que se usan para financiar lucros privados, sin revertir en las comunidades ni en el territorio depredado, que ve cómo lo único que queda son las externalidades de una industria que exporta las ganancias por medio de rutas coloniales y de clase. Solo un 5% queda para las comunidades y/o los propietarios (OEGA, año 2017). En un país donde, además, las “energías renovables” ya cumplen los porcentajes exigidos por la UE.
La otra cara de este proceso de rapiña y expropiación la presenta el movimiento parroquial galego, que desde la pandemia viene configurando un diverso ecosistema de comunidades de resistencia: colectivos vecinales locales, colectivos ecologistas, sindicatos, comunidades de montes, plataformas comarcales, plataformas en defensa de la pesca… Una red popular de unos 200 colectivos, que se organizan en defensa de la gestión comunal de su sanctasanctórum, de su oficina viva, el territorio que nos sostiene y que nos expropian. Así, coordinados bajo el lema eólicas assim nom, exigen un «modelo energético alternativo fundamentado na soberania energética, no aforro, na eficiência e no autoconsumo; e dizer umha gestom pública dos recursos justa e ao serviço da sociedade galega».
Por Víctor Echevarría Bastos