En Cartagena, la noche del 11 al 12 de julio de 1873 comienza una rebelión que se prolonga hasta el 12 de enero de 1874; seis meses en los que la ciudad adquiere un rol protagónico en la prensa y entornos políticos nacionales y europeos, pero que 150 años después apenas consigue cierto eco fuera de los círculos académicos pese al gran esfuerzo realizado por determinadas personas en el año de un aniversario tan significativo.
En el mismo 1873, un año después de la ruptura definitiva entre marxistas y anarquistas en el Congreso de La Haya de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), F. Engels comenzó a escribir el artículo “Los bakuninistas en acción”, que ofrece una imagen intencionadamente distorsionada sobre la revuelta cantonal y sobre el papel de los internacionalistas del país, claramente decantados por las tesis libertarias. En el artículo, Engels defiende que los revolucionarios deberían haber apoyado a la República hasta que se desarrollaran las condiciones factibles para la emancipación de la clase obrera, pues ésta aún no podía tener lugar en un país con tal retraso industrial. El adjetivo más amable al que Engels es capaz de recurrir para describir a los internacionalistas españoles es el de aventureros, pues el texto, influido por el contexto de lucha por la hegemonía dentro del movimiento obrero entre sus dos facciones principales, se encuentra lleno de descalificaciones y acusaciones.
Sin embargo, la Federación Regional Española de la AIT asumió como postura “oficial” un distanciamiento crítico respecto a la insurrección cantonal por el papel predominante de la burguesía republicana, aunque esto no fue obstáculo para que participaran de forma activa muchos internacionalistas de diferentes lugares y de la propia ciudad portuaria, en la cual el desembarco de las ideas socialistas se había producido recientemente, pero ya impregnaba determinados entornos proletarios, principalmente en el Arsenal, cuyos trabajadores protagonizaron destacados conflictos laborales a partir de 1870.
En junio de ese año, había 700 trabajadores afiliados a la sección local de la AIT. La presencia activa de los internacionalistas fue la responsable de la asunción por parte del Cantón de un programa de transformación de las condiciones de vida de las clases populares. La Junta cantonal reivindicó y aprobó medidas de carácter social y laboral como la jornada de 40 horas (46 años antes de que se aprobara por ley en todo el Estado), la supresión de impuestos que agravaban principalmente a la clase trabajadora (el «derecho de puertas»), la abolición de las quintas (un sistema de reclutamiento militar forzoso que la burguesía podía evitar con el pago de una cantidad) y de la pena de muerte, un sistema público de enseñanza gratuito y universal, las prestaciones laborales de carácter asistencial (como la baja por accidente laboral), la abolición de la esclavitud y del trabajo infantil, la instauración del divorcio, acuñó moneda propia, etc.
La postura sostenida por las dos ramas políticas del movimiento obrero ha originado que ninguna de las dos tradiciones revolucionarias hayan reivindicado ni incorporado a su imaginario lo ocurrido en Cartagena, y que tampoco se haya realizado un análisis más exhaustivo que profundizara más allá de la visión maniquea que quedó definida en un primer momento. Por ello, 150 años después, cuestiones como quiénes fueron sus protagonistas, de dónde provenían socialmente, cómo se configura políticamente el movimiento cantonal, etc., son relativamente ajenas para aquellas que nos consideramos herederas de dichas tradiciones. Por suerte, publicaciones actuales como Federación o muerte. Los mundos posibles del Cantón de Cartagena, de Jeanne Moisand, pretenden revertir esta dinámica.
La llegada de Giuseppe Fanelli a España en noviembre de 1868, la posterior creación de las dos primeras secciones en Madrid y Barcelona de la AIT, y la fundación de la Federación Regional Española de la AIT en el Congreso Obrero de Barcelona de junio de 1870, establecen el comienzo de un período de organización revolucionaria de la clase trabajadora, pero, en 1873, su implantación y desarrollo en el Estado es incipiente y desigual. En este contexto, en torno al republicanismo, concretamente a su ala federal, se agrupan todo tipo de personajes y discursos que abarcan desde corrientes más socialistas y proudhonianas hasta liberales opuestos a principios colectivistas. Todos ellos comparten la proyección de un futuro diferente para el país sobre la idea de la república federal. Son también los elementos más populares del republicanismo federalista quienes pasan a integrar las sociedades obreras que acabarían conformando los núcleos internacionalistas.
La multiplicidad de elementos agrupados sobre el imaginario de la Federación implica que una definición de dicho fenómeno de carácter homogéneo, ya sea como movimiento integrado en exclusiva por el republicanismo burgués o expresión revolucionaria del proletariado, suponga caer en la simplificación con la que hemos cargado hasta el día de hoy. En el Cantón se manifiesta el conflicto del Estado central con los municipios periféricos, pero también, dentro de la rebelión cantonal, convergen diversos conflictos como el de clase, el de género o el colonial.
Entre los internacionalistas de mayor renombre que fueron parte activa del Cantón encontramos a Antonio de la Calle, gaditano que participó también en la Comuna de París, lo que le obligó a retornar a España al ser condenado por un tribunal militar tras la derrota de la insurrección. Antonio de la Calle dirigió el periódico El Cantón Murciano y fue elegido de forma repetida en las votaciones celebradas para la elección de los miembros de la Junta revolucionaria. También hay que mencionar a Pablo Meléndez, obrero despedido por liderar la huelga de los talleres del Arsenal de 1870, que también fue parte del Gobierno cantonal, y a los hermanos Roca, trabajadores con un papel muy activo en la gestión cotidiana del Cantón y que aglutinaron la simpatía popular.
Las mujeres del Cantón
En octubre de 1873 se adopta el decreto sobre la emancipación de las mujeres, que si bien no deja de adolecer de una visión marcada por una Junta integrada exclusivamente por hombres y del contexto en el que se redacta, reconoce la igualdad de derechos civiles, entre ellos, el de la educación. Jeanne Moisand, en su trabajo anteriormente mencionado, presta atención a la aplicación real de dichas medidas así como al rol cotidiano de las mujeres en la rebelión, pues hasta ahora nunca había sido abordado por la historiografía.
Los opositores al Cantón recurrieron a la imagen de la mujer soltera, con una activa vida sexual, que no cumplía con sus obligaciones familiares, bebedora y fumadora, para denunciar una inaceptable subversión al orden moral y religioso imperante. Aunque, por ejemplo, el divorcio se institucionaliza, la mayoría de los hombres cantonalistas seguían compartiendo un imaginario común bastante tradicional sobre la familia y el rol de la mujer.
Por otro lado, las mujeres continuaron siendo excluidas de la participación y decisión a través de las vías oficiales (como las elecciones) en el gobierno de la ciudad, con la excusa, entre otras, de que no formaban parte de las milicias armadas encargadas de su defensa. Sin embargo, hay testimonios que corroboran la intervención de mujeres armadas en enclaves estratégicos para la defensa de la ciudad, sobre todo, en las últimas semanas de la resistencia. Aún así, la participación política durante el Cantón no se limitó a dichas vías institucionales, las asambleas y reuniones en talleres, dentro de los batallones, en las plazas, etc., constituyeron otros foros de expresión y decisión. De la Calle remarca la participación de las mujeres en una de las últimas asambleas y su determinación para continuar y no rendirse ante el asedio de las tropas centralistas. De cualquier modo, siguen teniendo un rol protagónico en tareas de cuidado y asistencia.
Por último, la represión judicial y militar tras la derrota no pone el foco en ellas por la concepción machista imperante, para el nuevo Gobierno es imposible que las mujeres pudieran haber sido responsables de lo acontecido. Por ello, su rastro es mínimo en archivos y registros. Dicha clemencia contribuyó a enterrar su participación y reconocimiento en una revuelta que, aunque fue protagonizada por hombres que compartían la visión patriarcal hegemónica del momento, generó espacios de libertad, de experimentación, de discusión, abriendo las puertas a nuevas formas de ser y estar.
El final del Cantón
El 12 de agosto de 1873 quedan disueltas la Junta Revolucionaria de la ciudad de Murcia y del resto de municipios de la región, por lo que solo queda Cartagena como último reducto de un levantamiento que en las semanas anteriores había llegado a extenderse por diferentes puntos del Levante, del Sur andaluz y de Castilla. Cuatro días después, comienza el sitio de la ciudad. Cartagena es bombardeada de forma continuada, rodeada por tierra y mar, las unidades militares tratan de cortar cualquier flujo de suministros y recursos. Dentro de la ciudad, revolucionarios llegados de todas partes del país, expresidiarios liberados (muchos de ellos jóvenes encarcelados por negarse a ser reclutados para luchar en las colonias que se habían revelado contra la metrópoli), trabajadores de los astilleros, marineros, antiguas criadas de hogares de burgueses que abandonaron la ciudad, etc., resisten, por qué no decirlo, de forma heroica durante meses, pese a las amenazas, los intentos de extorsión, el fracaso del resto de cantones, las penurias y el constante bombardeo.
El 6 de enero de 1874 un proyectil vuela el Parque de Artillería, donde se refugia parte de la población que no participa en la defensa armada del Cantón. Más de 400 personas quedaron sepultadas bajo los escombros del edificio en un auténtico crimen sobre la población civil, una de las mayores masacres de la historia contemporánea española. El impacto psicológico que supone dicho hecho, junto a un asedio que se prolonga 180 días, provoca la capitulación y posterior partida del Numancia, con más de 500 personas a bordo rumbo al exilio en Argelia.
Tras la entrada de las tropas militares, las autoridades del Gobierno central deciden no retirar y enterrar dignamente los cuerpos que yacían bajo los escombros. A día de hoy, todavía permanecen bajo la tierra y el cemento los restos de todas aquellas personas. En 2019 tuvo lugar el primer reconocimiento oficial de la masacre, cuando fue instalada una placa en memoria de las víctimas con una cita del historiador local José María Jover Zamora que nos recuerda que “nuestros ciudadanos se levantaron en 1873 frente al Gobierno de Madrid, […] motivados por una utopía política y social que estimaban válida para todos los españoles y cuyo advenimiento creían acercar con una denodada resistencia”.
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