Durante la primera mitad de 2014, la imagen descontextualizada del disturbio y el contenedor ardiendo fue la estrella de las noticias en los grandes medios: Gamonal, las huelgas de estudiantes, las marchas del 22-M… Quizá por ello, las frecuentemente silenciadas protestas de los pescadores tuvieron cierta repercusión mediática. En marzo, las tripulaciones de la flota de armadores de cerco gallego protagonizaron contundentes movilizaciones y enfrentamientos con la policía en las ciudades de Vigo y Santiago de Compostela. La fuerte represión se saldó con numerosos/a heridos/as, detenidos/as, y la ya manida manipulación afirmando que en las protestas había “infiltrados/as extremistas”, anarquistas e independentistas, que nada tenían que ver con el conflicto (el concepto de solidaridad debe de ser inconcebible para quienes se tragan estas noticias), que sólo aprovechaban que pasaban por allí para armar un poco de jaleo e incendiar algo. También hubo protestas conjuntas con el sector asturiano en Oviedo, las lonjas vivieron jornadas históricas de paros, y barcos con pancartas se concentraron en el Puerto de Vigo. El motivo: el desigual reparto de las cuotas de jurel y caballa que, siguiendo el modelo impuesto por la reforma de la Política Pesquera Común de la Unión Europea, favorecía (según los/as afectados/as) a la flota del País Vasco.
Sobre la mesa estaban (disfrazados de “criterios de sostenibilidad”) los intereses políticos y económicos de siempre, frente al pan de miles de familias de pescadores que, en marzo, habían cubierto ya la cuota permitida para todo el año. Lo mismo sucede constantemente, conflictos pesqueros nacionales e internacionales donde el entramado de intereses es tan complejo que es prácticamente imposible de seguir: los acuerdos y desacuerdos con Marruecos sobre los cuales los reyes de ambos reinos departen amistosamente mientras toman el té, los problemas en las aguas de Gibraltar, y hasta la no tan lejana “Guerra del fletán” con la flota canadiense en 1995.
Pero políticos/as y marineros/as no son los únicos actores de este drama. El sector pesquero conlleva también terribles impactos sociales y ambientales que no se deberían olvidar ni separar jamás del problema en su conjunto. Así como no se puede olvidar a quienes, en primera y última instancia, son los protagonistas de todo esto y mucho más que un número: los peces y otros animales acuáticos, los miles de millones de individuos que sufren y mueren para satisfacer la demanda de la industria.
«Nos metieron el hambre en casa y ahora lo que nos queda es responder»
Así definía un armador gallego la situación durante las movilizaciones. Por si no ha quedado claro ya, al intentar abordar el tema en su complejidad no pretendemos sencillamente deslegitimar la lucha de quienes pelean por su subsistencia y la de sus familias en contra de los intereses de los/as poderosos/as. Pero hemos de recordar que también favorece a los intereses del sistema que sólo nos movilicemos frente a lo que nos afecta directamente, sin profundizar en la raíz de los problemas y en las consecuencias de nuestro modo de vida. Para empezar, es importante señalar que si determinadas comunidades costeras en esta sociedad dependen tanto de la pesca, es en gran parte por la especialización impuesta por el sistema económico. Los/as pescadores/as de Galicia o Asturias no pescan para subsistir, para alimentar a sus familias con los animales que sacan del mar, sino para abastecer los intereses de un mercado internacional que determina cómo, cuándo, dónde, cuántos y qué peces hay que matar. El hambre no se la metieron en casa cuando de repente los intereses de ese mercado no coincidían con los suyos, sino cuando les convirtieron en la mano de obra (mal pagada, precaria, mortal) del esquilme de los mares y la masacre de los peces. ¿Por qué ver el problema sólo cuándo el viento nos sopla en contra? Dejarse llevar cuando el viento sopla a favor puede conducir también a grandes catástrofes. Esa es la historia de nuestra sociedad y es la historia de la destructiva industria pesquera.
Cómo funciona el cotarro a grandes rasgos
Vigo es el puerto pesquero más importante de Europa y uno de los más activos del mundo. El Estado Español dispone de la mayor flota pesquera en tonelaje de toda la Unión Europea, y Madrid (ciudad sin mar) alberga la sede del ICCAT, un importante órgano intergubernamental en materia pesquera. Sin embargo, y aquí radican la mayoría de las protestas, todas las políticas locales y estatales están sometidas a las decisiones que se toman en Bruselas en base a la PPC (Política Pesquera Común). A la PPC se supedita la fijación de cuotas (cantidad de capturas permitida para cada especie), las prohibiciones y moratorias para las especies en peligro, las restricciones a determinadas técnicas y, lo más importante, el reparto del pastel de subvenciones a órganos consultivos, pesquerías, piscifactorías, etc.
Pero el poder de la PPC se extiende también a las actividades de las flotas europeas en aguas extracomunitarias. Como ha sucedido con otras industrias, los países ricos han ido trasladando la explotación a lugares más rentables, en este caso principalmente por la escasez de peces que ha generado la masacre indiscriminada del último medio siglo. Actualmente, casi una cuarta parte de las capturas europeas proceden de aguas internacionales o de terceros países, especialmente del África Occidental. Europa envía barcos gigantescos pertenecientes a grandes multinacionales como la PFA (Pelagic Freezer-Trawler Association), a países como Senegal o Mauritania, en los que gran parte de la economía local depende de la pesca. Entre 2006 y 2012, la UE pagó a Mauritania unos 142,27 millones de euros de dinero público por los derechos de estos barcos a pescar en sus aguas. Los destructivos arrastreros de la PFA, que representan a 9 grandes empresas, capturan y procesan en un día tantos peces como 56 cayucos mauritanos en un año. La economía local se hunde, la población se muere de hambre y, cuando deciden arriesgar la vida para viajar a Europa en busca de un futuro mejor, les reciben los golpes, los disparos, las cuchillas de las verjas y las redadas racistas.
En abril, el Parlamento Europeo aprobó el acuerdo sobre el Fondo Europeo y Marítimo de Pesca (FEMP), último paso para implementar la nueva reforma de la PPC. En este acuerdo se define la distribución, en forma de subvenciones, de 6.400 millones de euros. Como es de imaginar, no irán a parar a que los/as pescadores/as humildes, ya sean de Galicia o de Senegal, puedan encontrar una forma de mantener a sus familias que no sea destructiva para el mar y los animales. No, irán seguramente a investigaciones que les den los datos que les convienen, a empresas que desarrollen nuevas formas de explotación y, según Greenpeace, a “la sustitución de los motores de los buques pesqueros (incluidos los arrastreros) por motores más potentes que incrementarán la capacidad de pesca y, por tanto, la sobrepesca”. Esos son los criterios ambientales, sociales y económicos que tanto preocupan a los/as responsables europeos/as.
Pesca ilegal, sobrepesca y… ¿pesca sostenible?
La pesca ha transformado profundamente ecosistemas enteros. Su poder destructor, aparte de ser prácticamente invisible, es incuantificable; pero hay investigadores que aseguran que, desde que comenzó la industria a gran escala en los años 50, el número de grandes peces se ha reducido en un 90%. Aún así, la flota que existe actualmente es tan poderosa que se podrían capturar hasta 4 veces más. Según el documental The End of The Line (Rupert Murray, 2009), se podría rodear 550 veces el planeta Tierra con los 1.400 millones de anzuelos que lanza al mar la industria palangrera cada año. Asimismo, en las grandes redes de arrastre que arrasan las profundidades oceánicas con sus rastrillos gigantes, podrían llegar a caber 13 aviones Boeing 747. Los enormes arrastreros pelágicos, como los de la PFA, aspiran con grandes mangueras succionadoras todo ser vivo que encuentran a su paso. Normalmente, los barcos tienen licencia para capturar determinadas especies o, sencillamente, sólo les interesa una parte del mercado. El resto, directamente, se devuelven al mar muertos/as o medio muertos/as. A esto se le denomina “descartes”, y suponen aproximadamente un 10% de las capturas totales. Por otro lado están lo que la propia PPC describe como “capturas indeseadas”: tortugas, aves marinas, delfines, tiburones, ballenas, y demás animales que no son objetivo directo, pero que quedan atrapados en las redes o anzuelos.
Las nuevas tecnologías se ponen también al servicio de la masacre: los bancos de peces son localizados mediante potentes radares, o incluso las flotas se complementan con aviones que los avistan desde el aire, de manera que ningún animal tiene ninguna oportunidad de escapar. Aunque muchos de estos instrumentos y técnicas están restringidos o directamente fuera de la legalidad, se continúan utilizando hasta el punto de que se estima que la pesca ilegal mueve unos 25.000 millones de dólares al año. Como suele ocurrir, grandes empresas se benefician de ello, mientras que los/as infractores/as más humildes sirven de cabeza de turco a las autoridades.
Legal o ilegal, la pesca pone en peligro crítico de extinción a muchas especies. La industria, lejos de preocuparse, suele sacar provecho de ello (a más escasez de un producto, mayor precio). El caso del atún rojo es el ejemplo más claro de cómo se abre camino la especulación y de lo poco que importa a quienes legislan. Hace unos años se hizo alarmante la disminución del número de individuos de esta especie. Mientras los informes científicos estimaban que para permitir su recuperación se deberían pescar menos de 15.000 toneladas anuales, la UE, a través del ICCAT (Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico), marcó una cuota de 30.000. Sin embargo, las capturas finales superaron las 60.000 toneladas. La gran multinacional Mitsubishi comenzó entonces a almacenar stocks de atún rojo congelado para poder venderlo a precio de oro llegada la extinción.
Por otro lado, se abren nuevas vías de negocio que aumentan el problema: si escasea un pez que se alimenta de gambas, habrá abundancia de gambas, así que se pescarán gambas (y todo lo que caiga con ellas en la red) hasta que éstas también escaseen, etc.
Las grandes empresas de acuicultura también se enriquecen con el cautiverio y la cría de los animales que ya son difíciles de encontrar en el mar. Para engordarlos, pescan el doble de animales de los que “producen”. En los últimos años han proliferado las granjas de engorde y las empresas que crían atún rojo en cautividad, como la gran compañía Balfegó en Tarragona, que a principios de 2014 solicitó duplicar el tamaño de sus instalaciones, frente a las protestas de pescadores/as y ecologistas. Curiosamente, unos meses después se anunció una “milagrosa” recuperación de la población, y la Secretaría General de Pesca comenzó a reclamar al ICCAT un aumento de la cuota.
La sostenibilidad que proclaman perseguir con sus cuotas y moratorias, no es sino la conveniencia de que siga habiendo el número justo de animales en el mar para poder seguir explotándolos. Las técnicas tradicionales a las que apelan muchas organizaciones, pueden ser sostenibles para que la humanidad siga indefinidamente causando sufrimiento a los peces, pero desde luego son insostenibles para los individuos que mueren asfixiados tras horas de agonía en la cubierta de un barco, o atrapados en una almadraba, golpeados, apuñalados, arponeados hasta la muerte.
Peces, no pescados
Todo esto no sería posible si no hubiera detrás millones de personas demandando pescado en sus platos, ignorando todas las injusticias cometidas en su nombre, dando crédito al prejuicio especista de que los/as humanos/as somos superiores a los demás animales y que ellos/as son sólo toneladas de recursos a nuestra disposición.
Pero antes de caer en la almadraba, el atún no era un pescado: era un pez. Podía surcar el océano con sus compañeros/as a 65 Km./hora y recordar cómo volver al mismo lugar unos años más tarde, adaptarse a temperaturas extremas, ver en la oscuridad, trazar mapas químicos del mar gracias al olfato o, según algunos/as investigadores/as, navegar guiándose por las estrellas. Después, sólo un producto. Así lo explica la PPC: “Para que la OCM (Organización Común de Mercados) tenga éxito, es esencial informar a los consumidores mediante campañas comerciales y educativas sobre la importancia del pescado en la dieta y la amplia variedad de especies disponibles (…)”.
Los peces, al igual que otros animales acuáticos víctimas de la pesca, son individuos que sienten. Su percepción sensorial, su capacidad para sufrir dolor, aprender y relacionarse son similares (y en algunos casos superiores) a las de los mamíferos. Para que su vida y su libertad tengan éxito, es necesario informarnos de la importancia que tienen como especies y, sobre todo, como individuos, y de la amplia variedad de alternativas disponibles: www.acabemosconelespecismo.com/pescado-y-marisco/