Autor: Miquel Izard. Virus Editorial. Barcelona, 2012. 392 páginas
El pasado 16 de enero nos dejó el historiador catalán Miquel Izard i Llorens.
Bajo el maestrazgo de Jaume Vicens, Pierre Vilar y Jordi Nadal le atrajeron el proletariado y la manufactura algodonera. En 1968 se exilió a Venezuela para huir de la represión franquista y allí devino americanista dando clase en la ULA de Mérida. Investigó el rechazo a la colonización, la forja de ámbitos cimarrones o denunció la esperpéntica, falaz y grotesca Leyenda Apologética y Legitimadora (LAL) sobre la agresión castellana.
Volvió a su tierra y fue profesor en la Universidad de Barcelona hasta que se jubiló. Allí, sin apoyo institucional, regresó al pasado catalán, a la Guerra y la Dictadura y la revolución social. Indagó en la Retirada, en el enero de 1939, o sobre los chiquillos y mujeres durante los primeros años del franquismo, dos grupos muy perjudicados y ninguneados por tanto cronista.
Entre sus libros destacan El rechazo a la civilización; Orejanos, cimarrones y arrochelados; El miedo a la Revolución; o Patagonia: Crónica de un viaje. Pero ahora nos queremos detener en Que lo sepan ellos y no lo olvidemos nosotros, quizás su obra más interesante, editada por nuestras amigas de Virus Editorial en 2012. En esta obra, aborda aquel inverosímil verano del 36, que resultó sorprendente para toda la sociedad catalana y para los que desde fuera de Catalunya pudieron seguir de cerca unos acontecimientos que se desencadenaron de manera trepidante.
El golpe de Estado del general Franco hacía tiempo que se incubaba. De eso eran conscientes tanto los que de una u otra manera simpatizaban o colaboraron con el mismo, como el movimiento obrero que, organizado principalmente en la CNT, salió a la calle no para defender las conquistas sociales que la República no le quiso dar, sino para avanzar hacia una sociedad sin clases y sin desigualdades sociales tras conseguir la derrota del fascismo.
La rabia inicial se transformó en furia creadora y, de la noche a la mañana, las convenciones sociales, las formas de producción, las estructuras de decisión y la vida cotidiana anterior saltaron por los aires, y Catalunya entera se puso manos a la obra para construir una sociedad sobre las bases de la libertad y la justicia social para todos y todas.
Al contrario de lo que se puede leer en tanta historiografía oficial, no fue Barcelona y no fueron los «murcianos» los únicos protagonistas de la revolución social, fue el conjunto de obreros y campesinos de toda Catalunya los que salieron a la calle y tomaron el futuro en sus manos.
La obra colectivizadora en las fábricas y el campo, la expropiación de locales de la burguesía y de la Iglesia para escuelas, comedores y hospitales —además de para locales de sindicatos, partidos y asociaciones—, la creación de comités municipales y de defensa se extendió por toda Cataluña, de manera espontánea, sobrepasando muchas veces a las propias organizaciones obreras y borrando de un plumazo las relaciones de poder anteriores.
También la represión sobre fascistas, algunos elementos de la burguesía o sus colaboradores y sobre el clero se dejó sentir en todo el país, pero ni ésta fue tan ciega, ni tan numerosa, ni fue obra sólo de incontrolados o de miembros de la CNT. Y, sobre todo, no fue Barcelona donde hubo proporcionalmente más muertos, sino en algunas zonas rurales donde el caciquismo y la Iglesia habían jugado un papel especialmente represivo, como nos demuestra Miquel Izard en su abrumador trabajo: una radiografía de los seis primeros meses de revolución social en Cataluña, a partir de las noticias de la época y los escritos dejados por sus protagonistas y observadores de todo el espectro político —tanto los partidarios como los críticos—, en aquel lejano y extraordinario verano del 36 que unos se esfuerzan por recordar, mientras otros se empeñan en enterrar.
“Me di cuenta que el verano del 36 en Catalunya tuvo lugar un fenómeno muy estimulante a nivel material-colectivizaciones de fábricas-, sanitario-con una reforma de 180 grados y construyendo seis hospitales en tres meses-, pedagógico-la escuela unificada con el referente de Ferrer Guardia-, cultural y de relaciones humanas. Esto nos lo han ocultado”, explicó en una entrevista para Rojo y Negro en el año 2013.
“Algunos historiadores aseguran que en verano del 36 sólo hubo asesinatos e incendios de iglesias. Esta simplificación es una grosería. Aquellos meses había entusiasmo, ilusión y se creía que todo era posible. No diría que fuera una revolución anarquista, sino mucho más que anarquista. La sociedad eliminó las relaciones de superioridad entre las personas, el machismo, las mujeres decidían cómo vestirse, las parejas iban de la mano … Este entusiasmo arrastró a miles de personas que no tenían nada que ver con el anarquismo o la CNT. Creo que ocurrió algo inverosímil.
[…] Una semana después del golpe militar la mayoría de fábricas volvieron a trabajar aunque muchos propietarios habían huido. A la mayoría de trabajadores les gustaba su trabajo, pero lo que era insoportable eran las malas condiciones de trabajo. Los de la España Industrial, una de las más grandes de Barcelona, se reunieron espontáneamente en un cine de Sants y decidieron seguir trabajando. Crearon una asamblea formada por doce mujeres trabajadoras y algunos técnicos para tomar todas las decisiones de la empresa. Redujeron la jornada laboral y poner una guardería, una escuela para sus hijos y para los adultos, una biblioteca, una sala de conciertos … Esta gente creía que la fábrica podía ser un lugar amable”.
Que la tierra te sea leve, Miquel.