Autor: G.K. Chesterton. Publicada originalmente en 1908. Editada en 2011 por Valdemar. 304 páginas.
En el Londres de principios del siglo XX, el poeta Gabriel Syme es reclutado por una sección anti-anarquista del Scotland Yard para infiltrarse en el movimiento anarquista, haciéndose pasar por un activista y así poder delatar a sus integrantes.
Syme se infiltra en el movimiento anarquista a través de otro poeta, Lucian Gregory, que, ignorando su condición de infiltrado, le lleva a una reunión anarquista local. Esa noche da la casualidad que ese grupo local debe elegir esa noche a quién les ha de representar en el Consejo Central de Anarquistas del mundo entero. En vez de elegir al (verdadero) anarquista Gregory, los asistentes de la reunión eligen al ingenioso agente Syme.
El Consejo mundial consta de siete hombres, cada uno con el nombre en clave de un día de la semana. A Syme se le asigna el nombre de “Jueves”. En sus esfuerzos por desbaratar las intenciones del Consejo, sin embargo, Syme descubre que cinco de los otros seis miembros son también policías o detectives encubiertos; todos igual y misteriosamente empleados y asignados para derrotar al Consejo de los Días.
No contaremos cómo termina esta divertida novela, que tristemente es muy de actualidad en estos momentos en los que se han destapado en el último año y medio a nueve policías infiltrados en movimientos sociales de Catalunya, Madrid y Valencia. Se han infiltrado tantos agentes en los movimientos de vivienda, antifascista, antirrepresivo, anarquista, independentista, etc. que daría la sensación de que están unos informando sobre otros, siendo todos desconocedores de que realmente tienen enfrente a otro infiltrado. Jueves informando sobre Miércoles; Miércoles sobre Martes. Nos reiríamos si no fuera porque han destrozado a varias personas a su paso, haciéndoles creer que podían confiar en ellos, intimar con ellos, o mantener relaciones sexoafectivas, todo mientras les espiaban, reportaban a sus superiores sobre lo que hacían y, seguramente, riéndose con sus colegas en el bar sobre lo que habían hecho.
Chesterton, el autor de esta novela, era profundamente religioso y escribió estas líneas a modo de conversación consigo mismo sobre el anarquismo y el sentido de Dios. Evidentemente, lo ve todo desde la distancia, muy ajeno a este movimiento, pero no deja de ser una lectura interesante.