Autora: Caterina Canyelles Gamundí. Virus Editorial. Barcelona, 2023. 480 páginas
Hace unas semanas, Cristina Fallarás publicó en sus redes sociales un relato de una mujer que explicaba que había sufrido varios abusos sexuales y emocionales a manos de un “político de izquierdas de Madrid”. Enseguida se relacionó, sin mucha dificultad, el relato con Iñigo Errejón y se desató un enorme tsunami político en el seno de la política institucional. A las pocas horas dimitió – publicando una lamentable carta en la que culpaba de sus comportamientos al neoliberalismo, disociaba entre la persona que era y el personaje que interpretaba y se escudó en sus problemas de salud mental – y varias mujeres alzaron la voz para explicar que ellas también habían sufrido agresiones por parte de Errejón.
Si bien las condenas al comportamiento de Errejón han sido casi universales – en muchos casos por intereses políticos –, tampoco han sido pocas las voces que han cuestionado (aunque sea parcialmente) las versiones de las víctimas de Errejón, con la misma cantinela de siempre: ¿por qué no le denunciaron cuando pasó? Esta pregunta, que se hacen principalmente los hombres, ignora que la estructura del proceso judicial, o los valores sociales interiorizados por los operadores jurídicos (jueces, fiscales, abogados, etc), se están constituyendo como otra forma de violencia y revictimización que lastran los avances sociales feministas.
En Machismo y cultura jurídica, la antropóloga Caterina Canyelles desentraña el funcionamiento de esa maquinaria con las herramientas de la etnografía, mediante un cuidado y minucioso trabajo de campo en los juzgados de Catalunya y Balears. Fruto de la observación de los diferentes ciclos del proceso judicial y de entrevistas con diferentes actores, Canyelles muestra cómo la mirada patriarcal, y las actitudes que se derivan de ella, atraviesan la práctica jurídica de tal manera que impactan en la “experiencia vivida por las mujeres en el proceso judicial” y afectan a la propia aplicación de las leyes.
Ese orden sistémico, sus rituales, su lenguaje y sus dispositivos simbólicos de autoridad producen “la víctima”, la juzgan como «falsa» o «verdadera» y, en función de unos estereotipos simplificadores, aplican una justicia en que la propia conducta de las mujeres es la que resulta enjuiciada. Eso, lejos de establecer un mecanismo de justicia y reparación, acaba desembocando en formas de desamparo material y simbólico que los cambios legislativos a priori pretendían evitar.
Este libro, que huye del sentimentalismo y el sensacionalismo victimista, es esencial para entender por qué miles de mujeres al año no quieren pasar por el proceso de denunciar a su agresor o maltratador y someterse a la maquinaria judicial. Es, en definitiva, un texto que ofrece herramientas de análisis capitales para el actual ciclo de luchas feministas.