
Autora: Kristin Ross. Editado por Virus Editorial. Barcelona, 2024. 160 páginas. Traducción de Paula Martín Ponz.
«Resistir significa que la batalla, en caso de haberla, ha sido perdida y que solo podemos intentar aguantar desesperadamente frente al inmenso poder que le atribuimos a la otra parte. Por el contrario, defender implica que hay algo en nuestro lado que poseemos, que valoramos y amamos, y que, por tanto, tenemos algo que merece ser protegido y por lo que hay que luchar«
Este pequeño librito escrito por la profesora emérita de literatura comparada, Kristin Ross, sintetiza en su título un objetivo, una práctica y una herramienta de lucha y de vida. En sus obras la autora traza un continuum entre la Comuna de París y sus vidas posteriores, siguiendo los rastros de la Comuna e identificando en esos restos una forma de lucha que atraviesa tiempos y territorios y en la que resuena el eco de las demandas de los comuneros: la exigencia de una vida bella para todas.
En este pequeño manual para el combate nos muestra los efectos profundamente transmutadores que tiene el conflicto cuando emana del reconocimiento de lo colectivo y demuestra el potencial transformador que posee el territorio de la vida cotidiana como campo de lucha. Su existencia en la práctica transforma la gente y altera profundamente las relaciones entre ellas y el espacio desde el momento que actúan como dueñas de sus propias vidas y no como asalariadas de las mismas. Los momentos, según la autora, en los que las formas que se adoptan para la revolución acaban siendo indistinguibles de las personas mismas son los momentos que desmontan la jerarquía impuesta sobre la vida, es decir, la vida deja de ser algo ajeno que se tiene que gestionar y pasa a ser un todo que se construye en colectivo, en lo común y por el común. Afirma que las comunas y su forma de vida florecen a medida que retrocede el Estado. Podemos ir más allá y decir que la vida, en todas sus formas, florece en la medida que retrocede el Estado y avanza la construcción colectiva de modelos de vida, de formas de organización, que restituyen la agencia al territorio y sus habitantes.
Imaginar formas de un mundo mejor es una condición necesaria para construirlo. No solo necesitamos más utopías y relatos de victorias que nos permitan imaginar escenarios nuevos, sino también maneras de llevarlos a cabo. Estos imaginarios y sus prácticas son imprescindibles para parar el fascismo que nos acecha pero, sobre todo, para ampliar las grietas en las que construir ese mundo nuevo; porque no basta con parar el fascismo, sino que para que no vuelva hay que crear espacios en los que éste no pueda crecer.
La forma comuna es, como dijimos antes, herramienta, horizonte y práctica. Una forma que, siendo válida en sí misma, debe, como todo, actualizarse y revitalizarse de manera que se adapte a las realidades materiales de cada momento. En su momento la comuna fue un modelo puesto en práctica en un territorio limitado y hoy en día une política y prácticamente espacios transregionales. Un espíritu de lucha condensado en una forma que busca transformar el espacio y el momento sin esperar a que llegue el momento exacto que lo transforme todo, sino que apuesta por transformarlo todo poco a poco, valorando las necesidades de cada sitio y momento pero con la vista puesta, tal vez, en una comuna de comunas.
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