Iniciamos el artículo sobre el ataque a los/as periodistas de Charlie Hebdo con una foto que no hemos podido ver en la mayoría de los medios de comunicación. Nos ha parecido mucho más ilustrativa que la que hemos visto hasta la saciedad de unos/as políticos/as dándose un baño de masas con el pueblo y encabezando la manifestación del pasado 11 de enero en París. Pues bien, nada más lejos de la realidad: estos siniestros personajes vestidos/as de negro estaban a muchos metros de los/as manifestantes, bien blindados/as por sus decenas de guardaespaldas. Pero no se lo reprochamos, es más, nos alegramos, no queremos estar a su lado. Pese a que lo ocurrido nos parece despreciable y obra de unos fascistas islámicos, a esos/ as personajes los/as queremos bien lejos de nosotros/as. No queremos compartir espacios con supuestos/as defensores/as de la libertad de expresión como Rajoy, impulsor en nuestro país de la Ley Mordaza, Sarkozy, Hollande y Merkel cuyas primeras medidas ante los atentados han sido de corte represivo para la población, Erdogan quien ha propuesto censurar Twitter y Youtube, Netanyahu, genocida del pueblo palestino… Como manifestó Willem, uno de los fundadores de Charlie Hebdo: “Nos hacen vomitar todas estas personas que de repente dicen que son nuestros amigos y encabezan la manifestación de París”.
En las siguientes dos páginas hablaremos de cómo este conflicto está instrumentalizado y utilizado por las élites para enfrentarnos y crear un enemigo común, simbolizado ahora por el/la inmigrante, el/la musulmán, el/la otro/a, etc., y vendernos así la imagen de unidad frente a ese enemigo. Por el otro lado, se nos trata de imponer un modelo de vida retrógado y autoritario, fascista al fin y al cabo, utilizando esta vez la coartada del islam como en otros momentos se ha utilizado la del cristianismo y de la patria.
Por nuestra parte, creemos que este tema es bastante más complicado de lo que los grandes medios de comunicación quieren que creamos, que el análisis fácil de buenos y malos deja muchos lugares en sombras. En ese sentido, quedan lejos de los focos temas como la utilización por parte de los gobiernos occidentales del miedo generalizado en pro de políticas cada vez más represivas, la cercanía en cuanto a valores reaccionarios tanto de los integristas islámicos como de muchos de sus fervientes enemigos europeos o un sin fin más de cuestiones. Y es en esta línea que nos parece interesante el texto que a continuación reproducimos, un escrito publicado por los colectivos Mouvement Communiste y Kolektivne proti Kapitălu (traducido al castellano por los compañeros/as de la editorial Klinamen, en cuya página web podréis encontrar el texto al completo). Una parte importante del mismo se escribió antes del atentado de Charlie Hebdo, pero no por ello deja de ser de lo más actual:
Cualesquiera que fueran los objetivos de los responsables de la masacre de Charlie Hebdo, la consecuencia fue aterrorizar a toda la población. Aterrorizar para evitar la comprensión, aterrorizar para establecer barreras aún más altas entre las personas en base a creencias religiosas. La religión se ha convertido en una verdadera arma del Islam político en todo el mundo. En Francia se opone a la religión del Estado, que se dice secular y republicana. Al presentarse como el guardián de la paz civil, el Estado llama a la unidad nacional a su alrededor. Exige que la población delegue en él para la defensa de la libertad y la democracia. Es una defensa a costa de la restricción preventiva de libertades individuales y colectivas y una mayor represión a la disidencia antiestatal. Para los defensores de la “identidad blanca”, como el Frente Nacional, el ataque confirmó que “la guerra civil ya ha empezado” contra un enemigo ya identificado: los musulmanes, todos los musulmanes, ya compartan las ideas de los fanáticos, las combatan o simplemente se sometan a ellas silenciosamente. El extranjero, “el otro”, es el objetivo para los fanáticos de todas partes. El despreciable ataque a Charlie Hebdo le hace el juego al Estado y debilita a la única clase, la clase obrera, que puede luchar concretamente contra el fanatismo religioso ahí donde se origina, donde busca sus soldados potenciales, en los barrios obreros y los lugares de trabajo. Esta lucha es imprescindible si no queremos abandonar la reivindicación de la necesidad de los explotados y oprimidos de organizarnos independientemente contra el Estado, contra todos los Estados. En cuanto al Islam político violento, su objetivo es forzar a los musulmanes a aislarse y servir como carne de cañón en Siria, o incluso aquí mismo. Lo que importa es entender este fenómeno para ser capaces de enfrentarnos a él sin piedad, evitando estar atados de pies y manos al Estado.
Crítica del califato y el irracionalismo
El Islam político se ha convertido en un sujeto global de debate y de la polarización de la sociedad civil en comunidades ilusorias opuestas. Cada una de estas comunidades ilusorias dice luchar en nombre de una idea de civilización que solo es capaz de expresarse por completo en la derrota total del otro, identificado como enemigo por la fe que procesa, incluyendo la fe en el secularismo y el Estado. En nombre de tal o cual creencia en lo sobrenatural, se puede ignorar casi cualquier cosa: la milenaria opresión de la mujer, la familia, la migración internacional, el trabajo, la vivienda, la alimentación, etc.
El prisma deformante y mistificador de la religión, de las religiones, pasa a ser la supuesta justificación de lo irracional, del rechazo del principio de realidad y, de forma más general, la negación de la humanidad para los enemigos de la fe. Esta mistificación específica de las relaciones sociales penetra profundamente en las mentes de numerosos proletarios aquí, en los países capitalistas avanzados, y en las de sus hermanas y hermanos en la periferia del mundo capitalista más desarrollado.
Debido a su incontestable éxito, estas ideas reaccionarias se convierten en una potente fuerza material que se añade a las que ya configuran la superficie del mundo capitalista. La extensión del fideísmo en todas sus formas cambia las prioridades y redefine los campos capitalistas en todas las regiones del planeta. Pero, como toda ideología, esta larga ola de oscurantismo no es capaz de contener el determinismo material y las relaciones sociales que la ideología dice reemplazar. El capitalismo no está siendo amenazado por la fe más que las sociedades de clases que lo precedieron. El fideísmo no es más que una expresión ideológica particular de la sumisión de clase.
El fideísmo es un término teológico católico, relacionado con el tradicionalismo. De acuerdo con él, la fe solo puede ser conocida por la tradición, no por la razón. Todo conocimiento se fundamenta sobre una revelación primitiva que prolonga y enriquece la revelación cristiana. Más precisamente, el fideísmo excluye la posibilidad de que las verdades de la fe puedan basarse en preámbulos racionales, en pruebas, incluyendo un núcleo de racionalidad que podría ser absorbido en una filosofía autónoma. En todo caso, el término implica un desafío a la razón; es por ello que la trata peyorativamente.
El proletariado revolucionario debe en primer lugar enfrentarse al fideísmo en sí mismo y tratarlo como lo que es: un instrumento de división de clase que refuerza la dictadura del capital y los Estados, y que es empleado para reclutar a los explotados y oprimidos para luchar en nuevas guerras que benefician a las clases dominantes. El califato es la ideología fideísta reaccionaria que parece estar logrando los mayores éxitos ahora mismo.
Primer punto
Los partisanos del califato tratan de establecer un orden que les será favorable en regiones en las que domina el capitalismo pero aún no ha disuelto (o lo ha hecho muy poco) las relaciones sociales heredadas de las sociedades de clases que lo preceden. Las 10.000 tribus suníes en Irak son el ejemplo más claro de esto. La arcaica estructura social tribal ha sobrevivido al margen del capital moderno, alimentándose de las rentas petrolíferas y el comercio de mercancías, a menudo ilegal. La tribu suní iraquí ha sido transformada por la extensión de la dominación del capital, pero los lazos ancestrales, lazos patriarcales, no se han roto. La tribu administra su territorio. Es un pequeño mundo cerrado al exterior y el interior, excepto cuando hay que acumular medios de supervivencia mediante el clientelismo y el regateo. Hoy en día, un gran número de tribus suníes en Irak juran su fidelidad al EI (Estado Islámico). Este sangriento grupo garantiza la permanencia de la estructura tribal. Es más, el autoproclamado califato la santifica.
La otra cara del presente califato está representada por gente como Mokhtar Belmokthar, conocido como “El de Un-Solo-Ojo”, un salafista de los comienzos, célebre desde 2013 por su ataque a la refinería de Amenas en Argelia. También llamado “Mister Marlboro”, este siniestro personaje también es la cabeza de una red de tráfico de cigarros que mueve hasta un billón de dólares anuales en el Sáhara. Esta red se ha podido desarrollar gracias a los lazos de sangre con las tribus tuaregs. Los contrabandistas, ladrones de pollos, comerciantes de seres humanos (prostitución, tráfico de migrantes), narcotraficantes, participantes todos en negocios ilegales, encuentran en el califato un medio de consolidar sus actividades lucrativas y de desarrollar otras, “encubiertas” por su adherencia a la fe.
El propio EI es una importante empresa comercial en Siria e Irak, que comercia con petróleo, mujeres y bienes de consumo. Su programa se puede resumir como “quien tiene armas, tiene pan y mujeres”. Esta banda no supone ningún peligro para el capitalismo, que puede perfectamente acomodar rentistas y traficantes; es más, los crea. Boko Haram en Nigeria, Camerún y Níger; Al-Shabab en Somalia; Al Qaeda del Magreb Islámico en el Sahel; Al Qaeda de la península Arábiga en Yemen y Arabia Saudí; los talibán en Afganistán y Paquistán, y Abu Sayyaf en Filipinas, Indonesia y Malasia -y estos son solo los más conocidos- reproducen las mismas relaciones sociales expresadas por el EI.
Segundo punto
El EI surgió de los escombros de un nacionalismo árabe fundado sobre el modelo de democracias populares previas basadas en una alianza entre un partido único (baazista en los casos de Irak y Siria), el ejército y un sindicato único. Este modelo estaba destinado a la creación de economías poscoloniales modernas, equipadas con industrias fuertes, un mercado interno unificado y un estado secular efectivo. Este proyecto fue destruido desde el exterior por el progresivo colapso del bloque soviético, e internamente por el surgimiento desde las ruinas de la liberación nacional de una casta dominante parasitaria, corrupta, despótica e ineficiente.
Sobre esta base, el califato del EI está en perfecta continuidad con los regímenes árabes a los que dice oponerse. Sus fuentes de supervivencia son el comercio y el saqueo; su organización es clientelista y está llena de incompetentes. El EI difiere de los regímenes suníes solo en términos de posicionamiento geoestratégico. Y esto, por el simple hecho de que su régimen trata de imponerse en otros estados de la región, incluyendo aquellos en los que el fideísmo suní es la religión oficial.
Tercer punto
Aparte de la dimensión geoestratégica y diplomática, el surgimiento del Islam político violento dota a los Estados de los países avanzados de una estupenda arma de división de clase, restringiendo las libertades individual y colectiva e incrementando la base social que abraza la ideología dominante. Aumentan las medidas de emergencia. Reprimir el terrorismo implica que cada vez sean menos necesarias las pruebas. Lo que estamos viendo es la pérdida de parte de derechos burgueses fundamentales como el de expresar opiniones públicamente.
La amenaza de los degollamientos del EI aterroriza a sectores enteros de la población de las ciudadelas occidentales capitalistas. Aquí, buena parte del proletariado se adhiere a las ideologías identitarias de defensa de la religión, la familia y el país. Las organizaciones reaccionarias “blancas” como el Frente Nacional en Francia, la Liga Norte en Italia, el UKIP en Reino Unido y el NPD en Alemania aprovechan estos temores. A menudo, atraen votos de los pobres en las elecciones. Fusionan, guste o no, la rabia contra el empobrecimiento y la creciente inseguridad, el rechazo por parte de los hombres del debilitamiento del patriarcado, el miedo a los inmigrantes y los hooligans de las viviendas protegidas, bajo el lema de defensa de la “tradición”, los “buenos tiempos”, Dios, la Familia y la Nación. Paradójicamente, pueden criticar tranquilamente las ideas del Islam acerca de las mujeres, para hacer olvidar a la gente su propia opresión patriarcal.
Las poblaciones identificadas como musulmanas en los países capitalistas avanzados se convierten en el objetivo de todo tipo de acusaciones. Congeladas en su propia representación mistificada como “comunidad de creyentes” (Umma), se les pide continuamente que condenen el Islam político. Una pequeña minoría de musulmanes decidió aceptar la imagen que los Estados les imponen apoyando el califato.
En Francia, su primer paso hacia el califato es sin ninguna duda el antisemitismo. Un antisemitismo que se expande peligrosamente y encuentra terreno fértil en la extrema izquierda, que mezcla la condena de las condiciones de las clases oprimidas palestinas bajo la colonización israelí con el apoyo de la llamada “resistencia” de los antisemitas de Hamás, que ponen en práctica un poder dictatorial de una excepcional brutalidad en Gaza y que están en el poder en los Territorios Ocupados gracias a su alianza con la OLP.
Los musulmanes de los países desarrollados que van a apoyar al califato no tienen las mismas motivaciones que aquellos que viven en los países periféricos. Lo único que tienen en común es su deseo de consagrar la sumisión de las mujeres. Los occidentales que luchan por el califato no tienen un origen de clase homogéneo. Es más bien una cuestión de jóvenes aislados, no muy informados, sin unas raíces sociales claras, que rechazan la proletarización y el estilo de vida de sus padres, y no ocultan su hostilidad hacia las mujeres que han decidido ser independientes de los hombres. La promesa de una vida heroica más allá del aislamiento y la soledad urbana y suburbana a través de una hermandad de guerra que además santifica el papel dominante de los hombres de acuerdo con los preceptos religiosos del Islam son los dos principales argumentos a favor de la hijra (la migración hacia un país musulmán) para luchar contra el infiel.
La sacralización de la opresión de las mujeres y la familia es un pilar esencial del califato. Incluso los hombres más empobrecidos encuentran en ella la posibilidad de ejercer un poder absoluto sobre sus esposas. La mujer devota que se somete en cuerpo y alma a su marido obtiene a cambio la protección de la religión frente a otros hombres. La silenciosa esclava doméstica, que rechaza su propio ser por el hecho de su inaccesibilidad, se convierte en el califato en el objeto de las fantasías más abusivas por parte de los hombres. La lucha por el respeto de los individuos unidos en una sociedad que pase a ser totalmente humana solo puede darse por la lucha por la liberación de la mujer de la dominación de la familia y el hombre. La importancia de la alianza estratégica entre la clase obrera revolucionaria y los movimientos de liberación de las mujeres se hace evidente en los países en los que se puede encontrar la ideología fideísta.
“La superación de la religión como felicidad ilusoria del pueblo, es la reivindicación de su felicidad real. El llamado para que el pueblo se deje de ilusiones acerca de su condición, es el llamado a que termine con un estado de cosas que necesita ilusiones. La crítica de la religión es ya, en embrión, la crítica del valle de lágrimas, santificado por la religión.”
– Karl Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, 1843.