1 y 10 más o el individualismo en los deportes colectivos

A lo largo del mes de febrero y hasta mediados de marzo está teniendo lugar el torneo de las Seis Naciones de Rugby, campeonato anual que enfrenta siempre a los mismos seis equipos: Inglaterra, Gales, Escocia, Irlanda, Francia e Italia, y el ganador recibe el título de Campeón de Europa de Rugby. Esta pequeña introducción vale para entender la magnitud del torneo y la importancia que tiene dentro del mundo del rugby.

Pues bien, el año pasado se alzó con el trofeo Irlanda, que se jugó la victoria con Francia en la última jornada, donde ambas optaban al premio, a pesar de que se desarrolla jugando todos contra todos en un solo partido de ida, y ganando quien haya obtenido más puntos a lo largo del torneo, aquello era una verdadera final.

Con semejante precedente nos dispusimos a ver este año el mismo partido, y la sorpresa fue mayúscula cuando el partido terminó con un solo ensayo (logrado por Francia) en los 80 minutos de juego (para quienes no siguen el rugby, la forma  de obtener 5 puntos es conseguir cruzar la línea de ensayo y posar el balón tras ella). El partido se limitó, ensayo aparte,  a una serie de tiros, bastante espectaculares, desde los puntos donde el árbitro señalaba una falta que castigaba con golpe de castigo. Se trata de patear el balón desde allí y colarlo entre la parte superior de la H que forman los palos en rugby.Jonathan-Sexton-kicked-al-008

El resultado del partido fue 18 a 11 a favor de Irlanda y le dieron el MVP (most valuable player), premio al mejor jugador del partido, al medio de apertura de Irlanda, Johnatan Sexton, por sus 15 puntos (de 18 totales) conseguidos mediante 5 golpes de castigo lanzados de forma virtuosa. Es, sinceramente, un crack y es digno de admiración.

Siempre hay un pero, ¿no?, y es que estos párrafos sobre rugby y Jonny Sexton no eran más que una introducción para hablar de otra cosa, y es sobre la moda que se ha impuesto de seleccionar al mejor jugador al final de un partido.

El origen del MVP está en la NBA en Estados Unidos. El baloncesto es un deporte colectivo y, en general, para ganar es necesario que todo el equipo esté en forma y centrado. El asunto es que la NBA es sin duda la liga de baloncesto más mercantilizada del mundo. Es decir, prácticamente todo lo que se promueve desde allí va encaminado a vender y para vender hace falta mostrar una buen espectáculo. Se obvian las reglas básicas (especialmente los «pasos», regla que impide al jugador dar más de dos pasos sin botar) con tal de mostrar las jugadas más espectaculares: mates, alley oops, etc. y defender bien deja de ser una prioridad, pues llama mucho más la atención un partido cuyo resultado incluye números de tres cifras. Aprovechar el talento extraordinario de algunos jugadores para hacer dinero se convierte entonces en una prioridad, pues todo lo que gire en torno a estas nuevas estrellas será un éxito garantizado.

En fútbol se hace aun más evidente que en baloncesto que un solo jugador difícilmente levanta un partido, a pesar de estar acostumbrados a ver talentos de la talla de Messi o Cristiano cocinarse el gol y meterlo ellos solos, es ridículo pensar que un partido o un campeonato pueda estar solo en sus manos. A ellos les sostiene un portero, una defensa y un centro del campo que gestiona el balón y decide cuándo jugar y a qué ritmo, jugadores que les asisten, que sujetan a los defensas para hacerles hueco, etc.

Una muestra más de lo absurdo este tipo de premios lo vimos en la final del mundial de fútbol de Brasil, entre Argentina y Alemania, con victoria para ésta ultima y Balón de Oro del mundial, que busca premiar al mejor jugador del torneo, para Leo Messi. No seré yo quien diga quién hizo mejor torneo, para gustos los colores, pero la reacción generalizada fue que el delantero argentino no lo merecía esta vez, pero sin embargo, pocos venden más que él.

Premiarles solo a ellos solo sirve para que las empresas que gestionan sus derechos se hagan millonarias y para que los/as niños/as tengan la desgracia de tenerlos como ídolos, sabiendo como sabemos, que casi ninguno los podrá alcanzar. Se desprecia el trabajo duro y se premia el glamur del goleador de turno…

Una vez más acabamos criticando el deporte como negocio y espectáculo, no queremos superestrellas famosas y ricas, aunque sepamos admirar lo que hacen, queremos que la prioridad sea pasarlo bien y trabajar en equipo, que se admire el conjunto y sobre todo que al verlo nos entren ganas de participar, aprender, sudar, mejorar y divertirnos.

Sin embargo, así funciona también la lógica del sistema, que premia individualmente y nos quiere divididos, por sexo, por color de piel, por poderío económico, etc. Quieren un espectáculo que nos convenza de que lo natural es lo que vemos cada día en este mísero mundo: una minoría poderosa y una mayoría que trabaja para ellos/as. Élites a las que nadie se atreve a toser y a las que se tiene como pilares para que funcione el mundo: banqueros que garantizan el liberalismo económico, políticos que garantizan la democracia, jueces que garantizan la seguridad… Pero es un espejismo, nosotros/as somos esa mayoría y no vamos a premiar más a quien nos pisa y nos explota.

 Y ya es hora de que nos demos cuenta de que hay que dejar de admirar al rico y poderoso, olvidarnos de destacar y competir con nuestros iguales y buscar y cimentar nuestro propio equipo. Porque en estos deportes, como a la hora de luchar por cambiar las cosas, sólo/a no puedes, con amigos/as sí.

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