La noche del 13 al 14 de febrero de 1945 la antigua y hermosa capital de Sajonia, Dresde, fue atacada tres veces, dos por la RAF (las Fuerzas Aéreas Británicas) y una por la USAAF (Fuerzas Aéreas de Estados Unidos), en una operación en la que participaron más de 1.000 bombarderos. Las consecuencias fueron catastróficas ya que el centro histórico de la ciudad quedó incinerado y perdieron la vida entre 25.000 y 40.000 personas. Dresde no era un centro industrial o militar importante y, por lo tanto, no era un objetivo que mereciera el considerable e inusual esfuerzo conjunto estadounidense y británico que supuso el ataque. El bombardeo de Dresde parece, pues, que fue una masacre sin sentido y aparece como una terrible anécdota más de la Segunda Guerra Mundial, cuyo colofón tuvo lugar en Hiroshima y Nagasaki en el verano de 1945.
Cuando evocamos imágenes de esta guerra, solemos acordarnos de los campos de exterminio de los nazis y de los valientes soldados aliados que combatieron contra el fenómeno más maligno de la historia, gracias, en gran medida, al trabajo de Hollywood durante los últimos 70 años. Cuando pensamos en Auschwitz y en el horror que Hitler y sus amigos llevaron a cabo, resulta casi inevitable catalogarles como a “los malos” y a Churchill y Roosevelt como “los buenos”, que en contraposición a los primeros defendieron la libertad y justicia. Y por extensión se tiende a justificar las acciones de “los buenos” para acabar con la amenaza de “los malos”. David Becerra describe para el periódico La Marea (noviembre 2014) la imagen de la participación estadounidense en la guerra de la siguiente manera: “el desembarco de Normandía, el día D, se representa como el punto de inflexión de una guerra a la que han acudido los norteamericanos para salvar a Europa del nazismo. El soldado americano, que extraña a su familia, a la que siente muy lejos, pisa el suelo del Viejo Continente con gesto de héroe, al intervenir en una guerra que no es la suya, pero que por imperativo moral, movido por su altruismo, se ve forzado a participar. Y a vencer. En la escena final, EEUU alza la bandera de la victoria, como el ejército que ha liberado Europa. Este es el relato que sobre la Segunda Guerra Mundial ha construido EEUU y que la industria cinematográfica de Hollywood, como buen aparato de propaganda, se ha encargado de popularizar”.
El libro El Mito de la Guerra Buena (2002) del historiador belga Jacques R. Pauwels desenmascara la realidad de la intervención estadounidense en el conflicto, demostrando que una gran parte de la patronal estadounidense era pro-Hitler en los años 30 y 40 y que la intervención sólo se produjo en el momento en el que las ventas de las empresas estadounidenses se vieron en peligro a causa de la agresividad comercial alemana en América latina y por las ocupaciones japonesas que confiscaban todo el comercio en Asia. En 1941, antes de que EEUU entrara en la guerra, el futuro presidente Harry Truman declaró “si gana Alemania, debemos ayudar a Rusia, y si Rusia gana, debemos ayudar a Alemania para que muera el mayor número de personas de cada bando”.
Dice Iñaki Gil de San Vicente respecto de este ensayo de Pauwels que “demuestra que el capitalismo es una realidad presente y pasada porque se asienta sobre la explotación; que en esa realidad permanente se producen cambios que no cuestionan su continuidad; que en esos cambios las guerras juegan un papel importante porque movilizan gigantescas fuerzas productivas, activándolas durante un tiempo y recuperando así la tasa de beneficios; que la II GM confirma esa constante del capitalismo; que la burguesía yanki ha creado un mito falso sobre las razones de su entrada en la guerra, sobre todo para salir de la crisis interna; que esa burguesía era y siguió siendo profundamente reaccionaria, filofascista y antibolchevique; que apoyó a Hitler antes y durante la guerra directamente con empresas como IBM, ITT, Coca Cola, FORD, OPEL y otras muchas respetadas por los nazis y que obtuvieron enormes ganancias; y que impuso gobiernos conservadores y reaccionarios en los territorios liberados”.
En definitiva, este estudio demuestra que las políticas interior y exterior del país norteamericano estuvieron (y están) guiadas por intereses industriales, comerciales y financieros privados, no por ideales ni un deseo justicia universal. Y lo mismo ocurre en la actualidad: EEUU y la UE, en su cruzada contra el terrorismo yihadista, se han arrogado el mismo papel de salvadores del mundo, “los buenos”, y nos han presentado un terrible enemigo, el ISIS, “los malos”. Obviamente, los asesinatos perpetrados por el ISIS son brutales (aún tenemos grabada en la retina cómo empujaban a homosexuales al vacío desde lo alto de un edificio), pero ello no convierte automáticamente a quienes les combaten en “los buenos”. Y es que no siempre el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Más información en www.rebelion.org
[Serie documental] La historia no contada de EEUU
Director: Oliver Stone. EEUU, 2012. 10 horas.
La historia no contada de EEUU es una interesante serie documental que desmonta la historia oficial de su país desde la II Guerra Mundial hasta la presidencia de Obama, escapando del patrioterismo que anega el cine norteamericano para ofrecer una visión diferente y transgresora que le ha ganado feroces ataques desde los sectores derechistas, los cuales lo tildaron de “absurda regurgitación de propaganda estalinista”, entre otras lindezas.
El documental desenmascara la sarta de mentiras con la que se construye la imagen que EEUU se ha creado de sí misma: la de la nación elegida por Dios, con un irrenunciable destino manifiesto, con el deber moral de difundir la democracia, al servicio de causas justas, garantizando la paz y la estabilidad mundiales, un altruista cruzado anticomunista que acabó con el imperio del mal soviético, y un misionero y desinteresado deseo de compartir parte de su riqueza con los países en desarrollo. La imagen que nos dibuja es muy diferente: la de un país que ha emprendido guerras injustas, defendido dictaduras y golpes militares fascistas, tomado decisiones brutales como utilizar la bomba atómica, contribuido a empobrecer aún más a los más pobres y basado su acción exterior en objetivos imperialistas de exclusivo interés económico e ideológico. Un poder, en fin, que no duda en actuar por motivos egoístas como policía del mundo.
Y Stone nos muestra todo esto con un habilidoso montaje de impactantes imágenes de archivo y una acertada selección de fragmentos de películas de Hollywood que lo hacen muy ameno.
Resumen de una reseña de Luis Matías López en www.publico.es (septiembre 2014).