En 1835 aún faltaban algunos años para que Karl Marx escribiera su Manifiesto Comunista (1848) o para que se fundara la Primera Internacional (1864), pero el movimiento obrero ya había empezado a dar sus primeros pasos en Europa. Tras sus manifestaciones iniciales mediante el ‘ludismo’ (la destrucción de máquinas, a las cuales se las responsabilizaba de la pérdida de empleo, movimiento que surge durante las guerras napoleónicas) y el societarismo (mediante la creación de Sociedades de Ayuda Mutua, que crearon cajas de resistencia a los/as obreros/as que enfermaran), en 1834 se creó la primera “Great Trade Union” (‘unión de sindicatos’) en el Reino Unido. Algo estaba cambiando en el panorama político del siglo XIX.
La revuelta anticlerical de Barcelona de 1835
En 1835, sin embargo, los ojos del mundo obrero se alejaron de Inglaterra y se posaron en Barcelona, donde tuvieron lugar unas insólitas revueltas anticlericales. La excusa comenzó con una mala corrida de toros que tuvo lugar el Día de San Jaume (el 25 de julio), tras la cual el público, furioso por su pésima calidad, estalla e inicia un motín. Se quemaron, por primera vez, conventos en la Ciudad Condal, se asaltaron oficinas públicas y eclesiásticas, se entró en la cárcel y se linchó a prisioneros carlistas (conservadores), al igual que al gobernador militar (liberal).
Como decimos, la corrida de toros fue una excusa, ya que la rabia del pueblo, en un primer momento caótica y sin rumbo, acabó dirigiéndose hacia la Iglesia y los propietarios de las fábricas. En este sentido, cogió el testigo de los motines anticlericales de Zaragoza y de Reus (primavera de 1835) y de la matanza de frailes de Madrid (1834). En estas ciudades existía un fuerte sentimiento anticlerical entre las capas populares, que eran las que estaban soportando el peso y la “sangre” de las guerras carlistas, mientras buena parte de los frailes estaban de parte de los conservadores a los que ayudaban económicamente. Por las calles de la ciudad era frecuente oír canciones como la que decía “Mentre hi hagi frares, mai anirem be” (‘Mientras haya frailes nunca iremos bien’) o calificarlos de “paparres” (‘garrapatas’). Unido al anticlericalismo, el descontento de la clase obrera iba visiblemente en aumento en Europa, mientras el liberalismo (incluso el más moderado) lo ignoraba.
La calma tardó varios días en volver a Barcelona. El rumbo de la revuelta quizás se cristalizó más cuando el 5 de agosto se quemó la fábrica de tejidos y fundición de hierro Bonaplata y Cía., propiedad de un dirigente liberal y el orgullo de la industria catalana. Fue en ese momento en que el motín se materializó como un conflicto obrero.
Fue tras este suceso cuando el gobierno liberal, que había mirado para otro lado durante los ataques a canónigos, decidió intervenir y reprimir violentamente la “bullanga” (término que se refiere a la explosión de protesta espontánea) mediante el ejército y los Mossos d’Esquadra, demostrando que su principal cometido era la defensa del capital y no de los eclesiásticos. De igual manera sofocaron el resto de “bullangues” que habían estallado en Valls, Vilaseca, Riudoms, etc.
El legado lexicológico de la revuelta
Con estos hechos, el movimiento obrero puso a Catalunya en el mapa y, en consecuencia, la lengua catalana ofreció al movimiento obrero mundial palabras que, hoy, son utilizadas internacional y cotidianamente. Una de ellas es “esquirol” (persona que rompe una huelga). Si bien literalmente significa ‘ardilla’, el término alude a l’Esquirol, un municipio (actualmente Santa María de Corcó) cuyos habitantes optaron por el trabajo durante una huelga que se convocó en 1855 en su pueblo vecino, Manlleu. La noticia corrió rápidamente por toda la comarca, haciéndose público que ‘los esquiroles’ (“els esquirols”) estaban trabajando como reemplazo de los/ as tejedores/as que se encontraban en huelga.
Otra palabra catalana que hemos heredado de este periodo es ‘barricada’. Al parecer, una de las primeras barricadas de la ciudad – y del mundo – fue improvisada en Barcelona con toneles, es decir, con botas y barricas.
Consecuencias políticas de las “bullangues”
Las revueltas del siglo XIX supusieron que a mediados de este siglo ya se creara el primer sindicato obrero de la Península. La primera huelga general del Estado se saldó con los fusilamientos indiscriminados y ejemplarizantes de obreros/as en las Ramblas de Barcelona y la deportación a Cuba de huelguistas. Poco después, Francesc Pi y Margall, inspirado en una mezcla de ideas libertarias y republicanas, desarrollaría una propuesta federalista y municipalista (que no rechazaba acceder al Estado), relativamente similar a la que desarrollaría, en mayor profundidad, el anarquista francés Pierre Joseph Proudhon. Mientras tanto, se formaría un republicanismo vigoroso en la población urbana de Catalunya y España. El teórico anarquista ruso, Mikhail Bakunin, consciente del potencial revolucionario de la Península, envió en 1868 a Giuseppe Fanelli (quien por entonces era un diputado italiano) a establecer contactos en el Estado español, a fin de vincular el creciente movimiento obrero a la Internacional. Tras establecerlos en Madrid, acudió después a Barcelona, donde varios/as compañeros/as de Pi y Margall escucharon a Fanelli y aceptaron la invitación de Bakunin de acudir a Suiza, donde se fraguó la génesis del potentísimo movimiento anarquista catalán. Esta corriente (característica por su apuesta por la cultura como herramienta de transformación y su rechazo al cooperativismo en tanto que forma de propiedad privada) se convertiría en una cultura determinante en las clases populares urbanas catalanas hasta el final de la Guerra Civil en 1939, en detrimento del marxismo, que tuvo menos influencia en Catalunya que en otras zonas de la Península. Únicamente cobraría importancia en esta región durante la Transición. Hasta entonces, el anarquismo en el Estado español en general, y en Catalunya en particular, protagonizaría motines, huelgas, será un importante referente en la formulación del anarquismo mundial, especialmente durante su triunfo revolucionario durante la Guerra Civil.
Información extraída de La Gran Ilusión, de Guillem Martínez (Editorial Debate, 2016) y de La Revolució Liberal a Catalunya, de Josep Fontana (Pagès Editors, 2003).
ludismo’ (la destrucción de máquinas, a las cuales se las responsabilizaba de la pérdida de la capacidad adquisitiva del pequeño artesano) y el societarismo………………………………..De verdad esto es el ludismo? Quiza deberiais investigar más ante de escribir semejantes barbaridades
Los ludditas lucharon por recuperar su nivel adquisitivo? Si haceis un articulo de memoria historica intentad informaros primero………….