Después de una dura postguerra y de una autarquía que favoreció el contrabando y la creación de grandes fortunas personales, a finales de los años 50 el régimen franquista empieza a apostar por el desarrollo turístico como forma de salir del aislacionismo internacional, tal como le imponen los pactos con el bloque occidental comandado por los Estados Unidos, consiguiendo así la entrada de divisa extranjera tanto de organismos internacionales como de capital privado. También se conseguía de esta manera un lavado de cara del régimen fascista, promocionando un territorio amable, abierto al exterior.
El Estado empieza entonces a desarrollar las infraestructuras necesarias para instaurar el turismo en el archipiélago balear: aeropuertos, puertos, carreteras, autopistas, centrales eléctricas, embalses… todas ellas sobre-dimensionadas para poder acoger masas de veraneantes. Por otra parte, algunos caciques y empresarios con buenas relaciones con las autoridades franquistas y con los incipientes touroperadores alemanes y ingleses, empezaron a sembrar la costa de hoteles para albergar el primer turismo de masas, naciendo entonces las poderosas cadenas hoteleras baleares: Melià, Riu, Barceló, Iberostar, Fiesta, etcétera.
El destrozo del litoral balear
Este urbanismo desenfrenado sin apenas planificación fue acuñado con el término de balearización. El impacto medioambiental de la industria turística más obvio es el destrozo que se ha producido principalmente en las regiones costeras, atestadas de hoteles y apartamentos para alojar el turismo de sol y playa. Unas infraestructuras pensadas claramente para satisfacer las necesidades de la industria turística, ya que algunos de los núcleos turísticos costeros quedan prácticamente desiertos durante los meses de invierno.
No obstante, el desarrollo urbanístico para expandir el negocio turístico no se ha ceñido solamente al litoral. Más adelante, ya en democracia, se construyeron decenas de urbanizaciones para el turismo residencial, campos de golf, parques de atracciones acuáticos, centros comerciales, etc. Era necesario ampliar la oferta turística para asegurarse el crecimiento perpetuo del turismo.
Plazas turísticas ilimitadas
Actualmente, debido a la redistribución de los flujos de turistas por estar en conflicto muchos territorios turísticos que rodean el Mediterráneo, estamos padeciendo un nuevo boom turístico, ligado al alquiler vacacional en las numerosas segundas residencias de la clase media balear y alemana, y también en las promociones especulativas de apartamentos y en los pisos de viviendas plurifamiliares. En este último ámbito, aún estando prohibido expresamente por la Llei de turisme de 2012, es una realidad desde hace años. Un ejemplo de la envergadura de este nuevo negocio turístico son las plazas que comercializan los grandes gigantes de la intermediación on-line. Así, HomeAway oferta unas 160.000 plazas en nuestras islas, mientras que Airbnb alcanza las 125.000. Por tanto, si las sumamos a las de la oferta hotelera reglada, podemos afirmar que actualmente tenemos más de medio millón de plazas turísticas en Balears. Lo cual equivaldría a la mitad de la población residente.
En cuanto a las llegadas, éstas van creciendo anualmente, superando el año pasado los 15 millones de turistas. Además, el día 9 de agosto de 2016, el número de personas que se encontraban en Baleares superó los 2 millones, llegando casi a duplicar el número de residentes.
De economía agraria a turística
En pocos años hemos pasado de una economía con gran presencia del sector primario, a una economía de servicios –fuertemente dependiente del exterior– predominada por el turismo: en el año 2014 el PIB balear directa e indirectamente ligado al turismo era del 45%, cuando la media del Estado español es del 11%. Además, uno de cada tres puestos de trabajo estaban entonces relacionados con el turismo. Ambos porcentajes han ido en aumento anualmente.
Aunque en primera instancia el desarrollo turístico supuso una mejora de la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora balear, el crecimiento ad eternum de la llegada de turistas, de las estancias que realizan y del dinero que gastan –en definitiva: de los ingresos turísticos– no se ha traducido en una mejora de la calidad de vida de las trabajadoras, todo lo contrario: el mercado de trabajo sigue fuertemente estacionalizado (aunque cada año se consigue alargar la temporada turística), con más de la mitad de los contratos temporales y perdiendo, año tras año, poder adquisitivo.
Además, aprovechando la crisis del capitalismo del 2008, que dio pie a sendas reformas laborales para “flexibilizar” –o mejor dicho: abaratar– los costes laborales y el despido a las empresas, las condiciones laborales no han hecho más que mermarse: por una parte, no ha habido un aumento de las plantillas correlativo al aumento del turismo, sino que se ha incrementado la carga de trabajo de las trabajadoras; así como tampoco se ha traducido en aumentos salariales. Prueba de ello son las camareras de piso de los hoteles, que han visto como sus salarios se han mermado a la par que se ha incrementado su carga de trabajo. En resumen, las trabajadoras seguimos con el cinturón prieto mientras que las clases dominantes tienen que aflojárselo debido al continuo crecimiento de sus beneficios.
Por todo ello, los mantras sobre los cuales ha descansado durante estas décadas el totalizante monocultivo turístico –los “vivimos de turismo” o “el turismo nos sacó de la miseria”– parece que empiezan a resquebrajarse, agrietando así el largo y espeso consenso social entorno a las supuestas bondades de la industria turística.
Una máquina depredadora de recursos importados
El modo de vida actual de las Balears, basado en una economía turística, es críticamente insostenible: en el año 2004 ya hubiéramos necesitado otros 14 archipiélagos idénticos para poder generar los recursos que consumimos y absorber los residuos que generamos. Por tanto, dado el abandono del campo y del sector secundario para la dedicación exclusiva del terciario, principalmente turístico, tenemos que importar la mayor parte de las mercancías necesarias tanto para subsistir como para poner en marcha la maquinaria turística.
Ya en el año 2010 más de la mitad del volumen de material utilizado en Balears provenía de fuera, tanto de la península Ibérica como de otros países. Teniendo en cuenta que el 90% del volumen de nuestras extracciones son material de cantera para alimentar el desarrollo urbanístico, prácticamente importamos casi todos los bienes necesarios para mantener nuestro ritmo de vida, desde productos básicos como los alimentarios a maquinaria, automóviles, tecnología… A parte, tenemos graves problemas en cuanto al abastecimiento del agua debido a la presión turística sobre este recurso: por ejemplo, la sequía del pasado 2016 obligó a poner las desaladoras a pleno rendimiento. Además, muchas localidades que tradicionalmente se abastecen de los recursos hídricos subterráneos, han visto como dicha agua se ha salinizado debido a la explotación desmesurada de ésta, hecho que ha producido filtraciones de agua proveniente del mar.
Pero, sobretodo, de lo que dependemos enormemente es de la energía. Concretamente importamos el 96% de la energía primaria que consumimos, principalmente petróleo y carbón para generar electricidad y posibilitar tanto el transporte terrestre como el marítimo y el aéreo. La energía producida en Baleares proviene principalmente de la quema de residuos; las renovables tan solo representan un ridículo 0,4% del total.
Por si fuera poca toda esta dependencia material y energética externa, también dependemos de los turistas, nuestros consumidores importados. Sin su llegada y su consumo, no sería posible la puesta en marcha de la maquinaria turística desarrollada durante medio siglo. En definitiva: dependemos exteriormente tanto de consumibles como de consumidores.
La transformación en parque temático
Si no fuera suficiente la masiva construcción de los establecimientos y núcleos para alojar al turismo, en los últimos años éste está penetrando en las poblaciones residentes, debido principalmente al alquiler turístico de viviendas. Se están produciendo procesos de gentrificación turística en los núcleos urbanos y ciertos pueblos del norte de Mallorca, pero muy especialmente en Palma, donde los alquileres ya rondan los 1.000 € al mes mientras que las plazas de alquiler turístico no dejan de crecer. No obstante, el caso más crítico se sufre sin duda en la isla de Eivissa, donde las trabajadoras temporeras llegan a hospedarse en terrazas, balcones o vehículos por precios desorbitados. Ni las residentes pueden permitirse vivir de alquiler durante la temporada turística.
Estos procesos de gentrificación están aniquilando los comercios locales pensados para el consumo de los residentes por otros de consumo turístico: bares, restaurantes, souvenirs… Además, se está produciendo un continúo proceso de mercantilización del espacio público, sobre todo con la invasión de terrazas en bulevares y plazas, arrebatando a las vecinas sus tradicionales puntos de encuentro. Todo ello está convirtiendo los núcleos urbanos en ciudades-escenario, en franquicias que reproducen ciudades idénticas, a disposición del consumo turístico.
El mundo rural tampoco está exento de la turistización. Con el pretexto de ayudar al mundo agrario mediante el desarrollo turístico, nacieron los agroturismos y los hoteles rurales, cuyos beneficios, se decía, se destinarían a ayudar a la agricultura. Además, gran parte de las casas rurales ubicadas en las afueras se han destinado al alquiler vacacional, perdiendo los usos agrícolas que tenían antaño, acaparando además las tierras adjuntas, que han pasado de sembrar hortaliza a sembrar jardines con piscina.
Las resistencias a la apisonadora turística
El pasado mes de julio recordábamos el cuarenta aniversario de la primera gran victoria ecologista de las Baleares: la lucha por preservar el islote de Sa Dragonera, prácticamente virgen, de un proyecto turístico-urbanizador. El 7 del 7 del 77 un grupo de jóvenes, a iniciativa de grupos libertarios como Terra i Llibertat y Talaiot Corcat, okupó la isla durante 20 días oponiéndose así a la urbanización de ésta. A partir de dicha acción, el apoyo social y la solidaridad se desató, atendiendo a aquellos jóvenes llevándoles víveres y organizando movilizaciones para evitar que se destruyera Sa Dragonera a base de cemento y asfalto. Años después, mediante el uso de las vías judiciales y institucionales, la isla pasó a ser de propiedad autonómica y declarada Parque Natural. Nacía así el movimiento ecologista mallorquín.
Desde entonces, se fraguó en el imaginario colectivo una fuerte necesidad de defender el territorio. Aún así, pese a que se han producido durante estas décadas grandes movilizaciones para tratar de frenar proyectos desarrollistas como hoteles, urbanizaciones y autopistas, ha continuado la turistización de todo. Sin embargo, cabe destacar la batalla jurídico-administrativa incansable que ha librado mayormente el GOB, la principal organización ecologista, pudiendo proteger ciertas áreas del desarrollo turístico.
En el verano de 2014, desde la Coordinadora Llibertària de Mallorca lanzamos la publicación monográfica Tot Inclòs. Danys i conseqüències del turisme a les nostres illes con la que hemos tratado de articular una crítica a la totalidad desde una perspectiva anticapitalista, tratando de argumentar que los principales males a los que nos enfrentamos tienen un denominador común: la industria turística, a la cual hemos intentado ponerle rostro. Nuestro objetivo es revertir el consenso social imperante respecto al turismo, tratando de romper con el discurso hegemónico y interpelando a los movimientos sociales para que incorporaran la lucha anti-turística entre sus prioridades, mas nunca se había considerado como relevante.
Durante los dos últimos años, debido sobretodo al contexto actual de nuevo boom del turismo ligado al alquiler turístico, han nacido nuevos colectivos que rechazan la turistización de nuestro territorio, a lo que cabe sumar la apropiación del discurso contra-turístico por buena parte de las organizaciones ecologistas y anticapitalistas ya existentes. Existe actualmente la necesidad de articular fuerzas y empezar a movilizarnos conjuntamente, sobre todo después de dos años de paz social debido a la entrada de las izquierdas en el poder institucional.
No obstante, tenemos la pésima impresión de que nos encontramos ya en un punto de no retorno, que avanzamos a marchas forzadas hacia el colapso. Si alguna de las dependencias externas flaquea, como podría ser el abastecimiento energético, el sistema turístico balear colapsaría, y con ello la economía entera. Cabe señalar que durante este medio siglo de ultra-especialización turística, la población residente en nuestras islas se ha duplicado, debido principalmente a la migración de personas que encontraron en el desarrollo urbanístico-turístico una vía de subsistencia. Por tanto, parece difícil que volvamos a ser un territorio capaz de alcanzar un alto grado de auto-abastecimiento. No obstante, tan sólo nos queda tratar de sabotear la deriva turística actual, con vistas a desarrollar un modelo económico basado en la recuperación de la soberanía productiva, construido sobre un sistema comunal, ecológico y local donde no quepa la acumulación de poder y riqueza por parte de unas pocas personas.
Coordinadora Llibertària de Mallorca www.coordinadorallibertariamallorca.cat
Tót Inclòs
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