El 27 de octubre de 2017 pasará a la historia como el día en el que el Senado español aprobó el artículo 155 de la Constitución, recortando la soberanía a Catalunya. Sin embargo, gracias a que toda la atención estaba puesta sobre el conflicto catalán, la Cámara Alta aprobó (con los votos a favor del PP y PNV y la abstención del PSOE) otra propuesta sin que nos diéramos cuenta: la del acuerdo CETA. No es ya que no nos enteráramos de que se había aprobado el acuerdo, es que ni siquiera sabíamos que se encontraba en la agenda del día. Un gol por toda la escuadra que terminó por recortar soberanía al conjunto del Estado.
Qué es el CETA
El CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement) es un acuerdo comercial firmado entre la UE y Canadá, muy similar a su primo hermano estadounidense, el TTIP. Busca una armonización a la baja, por ejemplo, en cuanto a estándares laborales o de salud. Pero quizás su novedad más importante es la introducción de la cláusula ISDS, un mecanismo de resolución de disputas entre inversores y Estados que permite a los inversores extranjeros demandar a los Gobiernos ante árbitros (tribunales privados) si éstos adoptan una política que les afecte negativamente.
Pongamos un ejemplo de cómo funciona: si una empresa (europea o canadiense) decidiera instalar una mina a cielo abierto en, pongamos, León, pero luego el gobierno (estatal, regional o local) no le permitiera hacerlo por su impacto ambiental, esa empresa podría demandar al Estado español ante un árbitro internacional y reclamarle varios millones por su lucro cesante.
La escritora canadiense Maude Barlow explicó en un artículo del periódico Diagonal hace unos meses que “en Canadá, hemos privatizado la gestión del agua. Si el CETA se firma y los ayuntamientos intentan volver a un sistema público de agua, las empresas pueden exigir una compensación económica”. Y a menudo ni siquiera hace falta que lo hagan. Su sola amenaza inhibe cualquier reforma.
Con esta cláusula, sólo las empresas pueden demandar a los Estados, y no al revés. Y según la ONU, el 60% de las demandas las ganan los inversores.
¿Quiénes se benefician con el CETA?
Evidentemente, quienes se verán más beneficiadas por el tratado serán las multinacionales que acudan a zonas con peores condiciones laborales y medioambientales. Si una empresa se instala en un país con unas condiciones laborales pésima y su Estado reforma sus leyes laborales y como consecuencia la empresa genera menos dinero que antes, reclamará su compensación.
El ejemplo de la minería de antes no lo hemos puesto al azar. El 75% de las mineras del mundo cotizan en la bolsa de Toronto, donde gozan de extraordinarias ventajas y han sido muy activas en el lobby a favor del CETA. Algunas ya las tenemos en Europa, como la mina de Corcoesto en Galicia, que fue frenada gracias a la oposición popular. Repetir esa hazaña cada vez será más difícil, pues los Estados tenderán a igualar sus legislaciones a la baja. Y en los últimos años, Canadá ha derogado la mayoría de sus leyes de protección medioambiental.
Potencialmente, el capítulo más costoso de CETA para la administración canadiense es sobre los derechos de propiedad intelectual. El CETA aumentaría el costo de los medicamentos recetados en Canadá en cientos de millones de dólares al año. Otro sector beneficiado será el de la agroindustria, ya que la concentración de la agroindustria ganadera en Norteamérica obligará a la concentración de la agroindustria ganadera en la UE, con grandes desventajas para las cooperativas ganaderas.
La aprobación del CETA conlleva una rebaja en los estándares de control de los bienes y servicios que provengan de Canadá y, por consiguiente, ha introducido en nuestro mercado varios productos nuevos que ya no se podrán prohibir en el Estado español, como la carne clonada (cuyos efectos para la salud son una incógnita), los fármacos de crecimiento en la carne, los alimentos genéticamente modificados (como aceite de colza, el maíz, soja y remolacha azucarera modificada genéticamente, hasta ahora prohibidos por la UE), colorantes alimentarios hasta ahora prohibidos en la UE y el salmón clonado.
“No importa si se han estado vendiendo cereales para niños con plutonio líquido. Si el Gobierno prohíbe un producto y una empresa de EE UU pierde beneficios, con el Nafta la empresa tiene derecho a reclamar una compensación”, dijo en televisión hace unos meses el abogado estadounidense Barry Appleton.
Antecedentes del CETA
El 1 enero de 1994, México, EE UU y Canadá pusieron en marcha el NAFTA (North American Free Trade Agreement), el acuerdo de libre comercio de América del Norte. Éste profundizó la brecha entre ricos y pobres dentro de cada país, se tradujo en la pérdida de numerosos empleos (en la agricultura en México y en la industria del automóvil en Detroit, ciudad declarada en bancarrota). Y es que los tratados de libre comercio han sido un desastre no sólo en los países pobres, sino también en los ricos, lo que explica el triunfo del discurso proteccionista de Trump.
Con el NAFTA, Canadá le dijo adiós a su soberanía energética. El NAFTA fue el primer tratado en incluir la cláusula ISDS y es hoy el país más demandado bajo este mecanismo. Ironías de la vida. Las empresas estadounidenses le han llevado 35 veces a juicio y el Estado canadiense – situado en una región muy fría del planeta y muy dependiente de la energía – ha tenido que renunciar a la extracción de su propio petróleo. Canadá tiene pendientes 4.000 millones de euros en demandas. Y ha perdido ya 135 millones. Incluso una empresa canadiense ha utilizado a su filial en EE UU para demandar a su propio Gobierno.
Ese 1 de enero de 1994, los zapatistas en México salieron de la selva y se alzaron – entre otras cuestiones – contra el NAFTA, ocupando siete cabeceras municipales y desarrollando un modelo horizontal de gestión propia, conocido como los “caracoles”. Quizás necesitemos nuestro propio 1 de enero.
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Información extraída de “Cómo algo llamado CETA puede cambiarte la vida” (publicado en Diagonal), “Cinco cosas que te vas a comer con el acuerdo CETA” (El Salto), “Zapatistas, tratados de libre comercio y soberanía de los pueblos” (El Salmón a Contracorriente) y “CETA: Quiénes ganan con el acuerdo UE-Canadá” (Diagonal).