Las cárceles, sorprendentemente, son un invento relativamente nuevo. Lo primero que es pertinente señalar es que la cárcel, como pena, no tiene más de 300 años. Aunque es difícil poner una fecha exacta en una época en la que los plazos y los lugares geográficos de aparición eran muchos más largos y estaban más desacompasados que ahora, la cárcel pasó a usarse como pena preestablecida en Europa entre el siglo XVII y principios del siglo XIX. El hecho de que hoy en día resulte muy difícil imaginar el funcionamiento de una sociedad sin una institución relativamente reciente, dan buena muestra de la fuerza que tiene. Al fin y al cabo, la cárcel es sólo una respuesta de las muchas imaginables y de las muchas que han existido a lo largo de la historia. ¿Una respuesta a qué?
El hecho de encerrar a alguien no fue algo nuevo, pues es una práctica bien antigua, si bien como una medida similar a lo que hoy se conoce como prisión provisional: garantizar que el acusado estuviese presente en el juicio, si es que alguna vez se celebraba. También se utilizaba para encerrar a la persona hasta que ésta restaurase el daño ocasionado (que, para deudas económicas, a veces equivalía a cadena perpetua, porque al estar encerrado no podía tener ingresos, y al no tener ingresos no podía satisfacer la deuda). Lo realmente nuevo era la previsión de una pena que consistiese en el encierro de por sí. Lo sorprendente es que, en un período tan corto de tiempo, esta nueva sanción adquiriese tal centralidad en el sistema de penas y se convirtiese en su eje principal. Para entender cómo esto pudo suceder, es necesario atender al contexto en el que surge esta institución.
A lo largo del siglo XVIII en Europa se desarrolla y asienta la Revolución Industrial, lo cual supuso importantes transformaciones. Para lo que aquí interesa, destaca el excedente de mano de obra no cualificada que la introducción de la nueva maquinaria en el proceso productivo significó. A su vez, y como consecuencia, comenzaron a desarrollarse grandes núcleos urbanos, y con ello un considerable movimiento migratorio de las zonas rurales a las urbanas, principalmente motivado por la búsqueda de trabajo. Aquí se dieron varias circunstancias que se entrelazaron. Por un lado, un excedente de mano de obra, por lo que mucha gente proveniente del mundo rural quedó desempleada. El cambio de vida en la gran ciudad era difícil de asimilar, pues el funcionamiento de las normas, de los valores, la forma de relacionarse con las personas, etc. eran distintas, produciéndose un desajuste entre las expectativas de comportamientos y funcionamiento del día a día y la realidad, que muchas veces desbordaba a los recién llegados. A su vez, precisamente por haber abandonado el medio rural, las personas emigradas sufrían la pérdida de apoyos fundamentales como los familiares y los amigos. La mezcla de estas situaciones dio lugar a situaciones de mendicidad, prostitución, alcoholismo y otras conductas que no estaban muy bien vistas por la moral dominante de la época. Además, y esto es clave, estas situaciones no afectaban a personas aisladas, sino que afectaba a grupos enteros de población. Es así como aparece la pobreza como un fenómeno social que afecta a grupos de población y que no se limita a casos particulares.
En este contexto es en el que aparecen instituciones de encierro, y en concreto la cárcel, como una respuesta a estas situaciones que se entendían como problemáticas o no deseables. De hecho, la aparición de la cárcel es coincidente en términos históricos con la aparición de otras instituciones de encierro como los psiquiátricos o los hospicios. La aparición de la cárcel no se debió a una respuesta concreta contra la delincuencia, sino que se encuadra dentro de cambios más profundos en la forma de entender y gestionar los problemas sociales, principalmente relacionados con la pobreza. En los términos contemporáneos, la cárcel surgió como una respuesta de política social.
A todo esto hay que añadir procesos más amplios, como la secularización de la sociedad. Con ella, la pobreza comienza a verse como un problema social, frente a la posición de la pobreza en sociedades más religiosas, donde era vista como una posibilidad de ganarse el visto bueno de Dios, y se consideraba una oportunidad para ayudar y hacer méritos divinos. La pobreza se convierte en algo sobre lo que hay que actuar; se convierte en un problema a solucionar. Esta forma de plantear las situaciones está relacionada también con el racionalismo que comienza a extenderse con la Ilustración. La cárcel aparece, así, como una solución viable frente a grupos de gente que molestaban en la calle o que eran vistos como un mal ejemplo.
Este planteamiento racional de los problemas, en los que se buscan las causas, para actuar sobre ellas y dar con soluciones adecuadas, está en la base de la posterior vinculación de cárcel y delincuencia. No obstante, antes es necesario señalar que se distinguía entre dos tipos de pobres: los aptos y los no aptos (para trabajar). Los pobres no aptos para trabajar eran considerados aquellos que tenían algún problema biológico o físico que les impedía trabajar. Para este tipo de pobres, existía comprensión y clemencia, y se les ayudaba porque se entendía que la naturaleza les había privado de esa capacidad. Desde la mentalidad de la época, que en algunos aspectos no es muy distinta de la actual, se entendía que los pobres aptos eran aquellos que, pudiendo trabajar, no lo hacían, principalmente porque no querían. En este sentido, existía una condena moral, y se negaba la ayuda porque se entendía que esa persona era responsable de su situación de pobreza. Para este tipo de pobreza se empezó a utilizar el encierro, también con ánimo de inculcar una disciplina y ciertos hábitos que hiciesen encontrar al pobre-vago el “buen camino” (las ganas de trabajar, se entiende). Poco a poco, así, la política adoptada para gestionar la pobreza se fue bifurcando, con un tinte más asistencial para los pobres no aptos (lo que posteriormente sería conocido como “política social”), y con un tinte más punitivo para los pobres aptos (lo que terminaría derivando en parte en la política criminal).
La cárcel surge, en primera instancia, como una respuesta a la pobreza, no a la delincuencia. Es a lo largo del siglo posterior, el XIX, cuando comienza a forjarse la relación entre cárcel y delincuencia, y la justificación de la una por la otra. Aunque las causas son discutibles, parece existir cierto consenso en que el origen está vinculado con el racionalismo, y con la observación que llevaban a cabo los empleados de estas instituciones de encierro sobre los internos. Al pensar que la clave para ayudar a los pobres aptos a llevar una vida “decente” era descubrir las causas, para actuar sobre ellas, se comenzó a investigar a las personas encerradas. En concreto, se dedicó un gran esfuerzo a reconstruir las historias de vida de estas personas, a fin de localizar los episodios concretos que pudieron hacer que estas personas acabaran así. Pasan así a dar gran importancia a las familias “desestructuradas”, a la relación con los padres, etc., y paulatinamente se genera un sujeto distinto, diferente del resto: el delincuente. Es así como poco a poco (son procesos largos) se genera el vínculo entre delincuencia y cárcel que hoy parece tan natural y evidente.
Es fácil imaginar que es un proceso bastante complejo, lento y con diferencias entre países igual de interesantes que sus similitudes. Todo esto ha dado lugar a explicaciones también dispares. Así, coexisten explicaciones que ubican estas transformaciones en cambios en la economía del poder y la formación de un discurso científico (Foucault) con otras que señalan su surgimiento como una consecuencia no intencionada de una voluntad bienintencionada de ayudar a los pobres (Rothman). También existen explicaciones que relacionan este proceso con la necesidad de inculcar a los campesinos la disciplina necesaria en las nuevas fábricas urbanas (Melossi y Pavarini) que conviven con teorías que señalan la importancia de la transformación de sensibilidades culturales y la formación de los Estados centralizados (Spierenburg), o hasta que, en su mayoría, el proceso se debió al humanitarismo de los reformadores (Ignatieff).
En todo caso, el objetivo de estas entradas sigue siendo abrir cuestiones para la reflexión, más que cerrarlas. Saber que la cárcel es un invento moderno, y que sus orígenes están ligados a la gestión de grupos de poblaciones marginales, es un paso más hacia su desnaturalización y consiguiente repolitización, pues la cárcel es, y siempre ha sido, un instrumento político (y no una mera respuesta automática y evidente a los delitos).
El articulo original de Ignacio González Sánchez se publicó en 2015 en http://thesocialsciencepost.com/es/2015/03/algunas-notas-sobre-los-origenes-de-las-carceles/
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