Anarquía para jóvenes (y para quienes no lo son tanto)

Recogemos aquí dos textos breves procedentes de un libro de Carlos Taibo, Anarquía para jóvenes (y para quienes no lo son tanto), que Catarata acaba de publicar. La obra incluye un largo y personal capítulo sobre la condición y los problemas de los jóvenes en el momento presente. 

Delincuentes y vagos 

No hace mucho me preguntaron qué ocurriría en una sociedad libertaria con los vagos. La pregunta presenta el mismo cariz que el que ofrece la que se interesa por lo que sucedería con los delincuentes. Lo primero que debo señalar es que nunca alcanzaremos una sociedad perfecta en la que hayan desaparecido por completo los problemas. Debo plantear, aun así, una discusión relativa a lo que tiene en la cabeza quien muestra esa preocupación por el destino de los vagos en una sociedad libertaria. ¿Está pensando en los ricos que nunca trabajan o, por el contrario, en aquellas gentes que, sin ningún horizonte de futuro, bajan los brazos? Parece innegable que son estos últimos los que, objeto de desprecio, suscitan atención, y no los primeros. Otro tanto habrá que sostener en relación con los delincuentes. Hay que indagar, además, por la supuesta defensa que en este terreno nos ofrece el Estado. Demos la palabra al respecto a Alexander Berkman: “¿Quién nos protegerá del crimen y de los criminales? Lo que hay que preguntar, más bien, es si el gobierno realmente nos protege de ellos. ¿No es el gobierno el que crea y sostiene el escenario que conduce al crimen? ¿No son los gobiernos los que cultivan la intromisión y la violencia sobre las cuales descansan la intolerancia y la persecución, el odio y más violencia?”.

Más allá de lo anterior, acaso conviene recuperar un trecho de una canción anarquista francesa del siglo XIX. Decía algo así como lo que sigue: “Vamos a abolir, claro, el capital. Pero, si lo hacemos, ¿quién nos va a pagar el jornal el sábado próximo?”. Creo que salta a la vista lo que invoca, con un punto de ironía, esa canción: cabe suponer que si estamos dispuestos a dar un paso tan decisivo como el de abolir el capital y sus reglas, la pregunta con respecto al jornal adquirirá un sentido muy diferente, de tal forma que lo que hoy nos parece un problema inabordable –lo de los vagos y los delincuentes, por ejemplo- acaso no lo sea tanto. El entorno de la discusión habrá cambiado lo suficiente como para que veamos el futuro con ojos distintos. Y para que nos percatemos, también, de que el sistema carcelario actual no hace sino castigar a los débiles y a los pobres. De ello han sido plenamente conscientes los movimientos anarquistas, que aún hoy se caracterizan por prestar una singularísima y solidaria atención a los presos, y por rehuir la distinción, tan extendida, que separa a los que son descritos como políticos y a aquellos que se nos presentan como comunes.     

Los dos anarquismos 

No han faltado las corrientes y las escuelas en el mundo anarquista. Si hace un siglo se hablaba, así, del anarcoindividualismo, del anarcomutualismo, del anarcocolectivismo o del anarcocomunismo, y más adelante se habló del anarcosindicalismo, hoy menudean quienes se reclaman del especificismo, del plataformismo, del insurreccionalismo, del anarquismo social o del anarcofeminismo. No me detendré a examinar el significado de todos estos términos. 

Creo yo, sin embargo, que por detrás de esas diferencias hay, en el mundo que ahora me interesa, una división importante que perfila dos grandes posiciones y que recorre la historia entera del anarquismo. La primera de esas posiciones entiende que el sentido principal de este último estriba en alcanzar una sociedad de la abundancia y en buscar al respecto, por encima de todo, el placer y el bienestar máximos de sus integrantes. La segunda considera en cambio que, siendo la búsqueda del placer un objetivo muy loable, debe adaptarse a realidades más o menos objetivas que al cabo invitan a la autocontención. O, por decirlo de otro modo, asume que hay muchas formas diferentes de alcanzar el placer, y que la que pasa por la multiplicación de los bienes materiales no es quizá la mejor. Creo yo que esta segunda postura ha ido ganando terreno en las últimas décadas al amparo de la certificación de que, por muchos motivos, el planeta se nos va. El cambio climático, el agotamiento de muchas materias primas, energéticas y no energéticas, las pérdidas registradas en lo que hace a la biodiversidad y las crisis que afectan a la población, al escenario social, a los cuidados, a los sistemas financieros y a la salud aconsejarían, entonces, un ejercicio de autocontención a través del cual, y tal y como reza el dicho, deberíamos hacer de la necesidad virtud. 

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