Dirigido por Alastair Fothergill. Producido por Altitude Film Entertainment. Disponible en Netflix. Estados Unidos, 2020
Si te gusta ver documentales de animales de La 2 en versión original seguramente estés familiarizado con la voz de perfecto acento británico de David Attenborough. Se trata de un reconocido documentalista, científico y explorador que ha visitado todos los continentes del planeta, explorando cientos de lugares, documentando el mundo viviente en todo su esplendor para la BBC. Suyas con las primeras imágenes grabadas de perezosos, por ejemplo. La maravillosa serie Planeta Tierra, sin duda, es su mayor logro en este campo.
Ahora, a sus 93 años de edad, ha producido y protagonizado el documental Una Vida en Nuestro Planeta. Se trata de una pieza autobiográfica en la que a través de su vida se hace un recorrido de la historia reciente de la naturaleza de nuestro planeta. En este filme demuestra que sigue lleno de energía y de ganas para seguir haciendo lo que ha sido su trabajo en los últimos setenta años: intentar concienciar sobre lo precario de la situación actual medioambiental en el planeta Tierra.
El documental intercala imágenes antiguas de Attenborough explorando rincones fantásticos del mundo a lo largo de las últimas décadas, mientras va aportando datos sobre la cantidad de territorio de biodiversidad salvaje que queda en el planeta. Y se te cae el alma a los pies. Cuando empezó a trabajar como documentalista hace 70 años, el 64% del mundo no estaba alterado por el ser humano. En la actualidad, queda algo más del 20%. Y si seguimos en la tendencia actual se producirá una extinción masiva en el año 2100.
El documental cuenta con imágenes poderosas y tiene un mensaje muy claro y comprensible contra la destrucción de la biodiversidad y el cambio climático. La única pega que le podemos poner es que, si bien analiza perfectamente cómo a través de nuestras acciones nos estamos cargando el planeta, le falta llamar a las cosas por su nombre: es culpa del capitalismo.
Attenborough no cae en el catastrofismo alarmista. Propone muchas soluciones para evitar los efectos más negativos del cambio climático (como dejar de comer animales, restaurar hábitats naturales, apostar por energías renovables, cambiar prácticas agrícolas, etc), algunas mejores y otras peores, pero advierte que tenemos que actuar ahora mismo, sin dilaciones.
Para acabar, nos hacemos eco de las palabras de Javier León Mediavilla en «David Attenborough. Una Vida en Nuestro Planeta. El ecologismo que no necesitamos«:
Recientemente disfruté viendo Una vida en nuestro planeta, el último documental del gran David Attenborough, naturalista por excelencia. Para quién no le conozca, Attenborough es al mundo, lo que Cousteau para los vecinos del norte o Félix Rodríguez de la Fuente a quienes sintonizamos TVE. Confieso haber visto varias veces muchas de las producciones en las que es creador o participa, véase Planeta Tierra I y II, Planeta Helado, o mi preferida, La vida privada de las plantas. Una vida en nuestro planeta, pretende ser su legado y hace un repaso de los cambios relacionados con el cambio climático y especialmente con la pérdida de biodiversidad, apoyándose en su experiencia vital, pues desde bien joven lleva divulgando con mucha elegancia y bastante rigor, y lo sigue haciendo, a sus 94 años. Como digo, el documental es virtuoso en muchos aspectos, pero por otro lado, algunas cuestiones me parecen desacertadas, dejándome así, un sabor agridulce.
Los puntos fuertes son muchos, para variar es una superproducción con unas imágenes de lujo. Luego, en efecto hace un buen repaso sobre los desastres naturales mediados por los del género Homo. Pero, en el último tercio, se aventura a ofrecer una serie de claves para resolver el colapso civilizatorio que viene, asociado a la destrucción del planeta. Es aquí donde en algunas de sus propuestas, me he llegado a espantar.
Comienza ese último tercio haciendo apuntes sobre el exceso de población humana, considerando que «pronto» llegará a dejar de crecer -creo que es bastante probable-, pero además hace deducir que los problemas de nuestro tiempo son consecuencia de ese exceso poblacional. Posteriormente he visto que efectivamente lleva tiempo en estas posiciones. En esta última consideración me hallo en desacuerdo. Evidentemente la relación es directa, mayor número de personas, mayor será el impacto de éstas en el medio, pero atribuir carácter de causa de primer orden a la superpoblación, me parece desacertado y peligroso. La población humana lleva creciendo de forma exponencial desde los orígenes de la revolución industrial, múltiples autores y escuelas han relacionado este crecimiento demográfico con el «progreso» y especialmente con el increíble aumento en la disponibilidad de energía y su aprovechamiento. Efectivamente, me sumo a afirmar que ésta es la causa última de los problemas que nos atañen: la carbonización del sistema mundo, lubricado con las lógicas del crecimiento y del capital. Así, las transformaciones dadas desde la corta historia de nuestra civilización ilustrada las entiendo consecuencias, yendo desde el cambio climático, a este crecimiento exponencial de la población del que hablamos. Insisto, coquetear con la idea de que «sobran personas» me resulta peligroso, y aunque sectores del ecologismo o del socialismo revolucionario, entre otros, se han apoyado de ideas propias del malthusianismo, también lo han hecho el liberalismo, el fascismo o la eugenesia. Volviendo a las causas de esta civilización que colapsa, en el hipotético caso de cambiar nuestra devoción por la combustión fósil y las lógicas del crecimiento por prácticas decrecentistas y lógicas biocéntricas que nos reconcilien con nuestro entorno directo, me atrevo a afirmar que ser «demasiada gente» dejaría de ser un problema, incluso en las décadas sucesivas a este supuesto cambio de viraje se experimentaría una tendencia a la baja equilibrando los números. Por último, y sin olvidar que afrontar las consecuencias del cambio climático es tarea de todas las personas que habitamos este planeta, conviene recordar que la contribución al desastre es muy desigual, por poner unas estadísticas: la décima parte más rica de las personas consume 20 veces más energía que la décima parte más pobre. El 0.54% de las personas más ricas emiten el 13.6% de emisiones de carbono y el 50% más pobre, sólo es responsable de alrededor del 10% de flujos de carbono a la atmósfera. Parece que está más relacionado con los modos de vida que con el volúmen demográfico.
Continuando con el recetario que ofrece el documental, insiste en escenarios de emisiones cero, pero realiza una oda a las energías renovables en varios alardes de tecnooptimismo. Ya se ha comentado previamente en este blog: las renovables son parte de la solución hacia una transición ecológica, pero no llegarán a ofrecer una disponibilidad energética ni de lejos equiparable al consumo actual. Bien es sabido que la energía eléctrica supone algo más del 20% de la que consumimos, el resto proviene de la combustión fósil. Electrificar ese casi 80% restante no es posible por varias razones, entre las que destacan las exigencias materiales de las placas fotovoltaicas, molinos, baterías o el propio cableado, o los desafíos técnicos por resolver relativos a la maquinaria pesada o a determinados sectores de la industria, entre otros. En un momento, el metraje pronostica a Marruecos como exportador de energía de origen fotovoltaico a Europa, haciéndome saltar las alarmas del eurocentrismo y del globalismo. A mi entender, el sistema de producción energética ideal debería pasar por una relocalización y democratización del mismo en forma de pequeñas y medianas instalaciones que, por supuesto, no pertenezcan al oligopolio eléctrico que ya está acaparando el sector. En cuanto a la demanda, ésta inevitablemente se verá reducida por las buenas o por las malas. Así, entiendo que las soluciones que ofrece el documental tienden a sumarse a las insuficientes propuestas típicas del Green New Deal, más que a escenarios decrecentistas.
Posteriormente, realiza consideraciones sutiles en relación al sistema agroalimentario, a la movilidad y a la conservación medioambiental. A este respecto, envaino temporalmente las armas, pues me resultan más razonables. Sugiere, entre otras cuestiones la limitación de las áreas, volumen y prácticas de pesca en pos de una recuperación de los océanos; la reducción de las áreas de suelo dedicadas a la agricultura acompañada de una sustitución por vegetación autóctona de bosque o selva; la vegetarianización de nuestra dieta; o un guiño al uso de la bicicleta. Aunque, -vuelvo a la carga-, continúa deleitándonos con imágenes de impresionantes invernaderos holandeses, unas factorías de verduras que no me veo informado para valorar con rigor, pues desconozco su balance de pros y contras, pero que dejándome llevar por el romanticismo, me parece una forma de producción de alimentos horripilante. Cierra este asunto con otra exaltación al crecimiento, galardonando a «Países Bajos como el segundo país exportador de alimentos más grande del mundo, a pesar de su tamaño».
Para terminar, en un alarde de esperanza y siguiendo con esta línea tecnoidólatra, nos muestra un mundo futurista ideal en el que primero, en la sabana conviven manadas de herbívoros salvajes con aerogeneradores, y después drones recolectores sobrevuelan la jungla haciendo acopio de frutas.
Insisto, el recetario que nos permita afrontar la crisis ecosocial de una forma moralmente digna y elegante, ni mucho menos pasa únicamente por asuntos técnicos. Ya hay propuestas diversas y muy valiosas que vienen de escuelas como las del ecologismo social, el ecofeminismo o muchas posturas decrecentistas. Creo que el principal desafío que tenemos por delante es que desde abajo, seamos capaces de colectivamente tomar suficiente vigor para articular esta transición, si no, para variar, vendrá mediada de arriba a abajo. Cada vez es más urgente. Este tipo de contenidos que no apelan a la acción colectiva y desde abajo, y que no se bajan del burro de la sacra idea del progreso técnico, no son el ecologismo que necesitamos.
No termino sin reconocer, que esta dura crítica no empaña mi pasión por la excelsa trayectoria de documentales de David Attenborough ni por la estima que le tengo como naturalista. Cousteau y Félix Rodríguez de la Fuente también tenían sus cosas, y eso no quita que también fueran grandes divulgadores. Eso sí, David y productores del metraje, si pretendíais dejar una sensación de tranquilidad o esperanza por los tiempos que vienen, os ha salido el tiro por la culata.
¡Buen artículo!
Efectivamente el documental empieza super bien pero la última parte de propuestas queda muy muy floja. Enlazo aquí otro texto donde me centro en esa última parte, por si interesa.
https://colapsando.noblogs.org/post/2021/01/15/david-attenborough-una-vida-en-nuestro-planeta-el-ecologismo-que-no-necesitamos/
Gracias! Muy buena reseña la tuya, la recomendaremos