“Los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini. No van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y pocos van a percibir que la historia se está repitiendo” – José Saramago
No es ningún secreto que Pablo Casado ganó las primarias del PP apelando a una derecha que cada vez se ve más fuerte. Apoyado por el lobby homófobo ultracatólico Hazte Oír, Casado reivindicó la “España que pone banderas en los balcones” y aseguró que buscaba el voto “gente que se fue a Ciudadanos y a VOX” y por su parte, el presidente de este último partido, Santiago Abascal, le felicitó y celebró que tendrían “algunos puntos de encuentro”. Quizás se refería al hecho de que hace unos meses Casado le deseó el mismo destino a Carles Puigdemont que al fusilado Lluis Companys.
En el mes y pico que el delfín de Aznar lleva liderando su partido, ya ha manifestado oponerse a la exhumación de Franco del Valle de los Caídos y que busca volver a la regulación sobre el aborto de la década de los 80. Ha declarado la guerra a “la ideología de género” en firme defensa del status quo heteropatriarcal. Pero donde ha encontrado su mayor nicho de apoyos ha sido con el tema de la inmigración.
Un fantasma recorre Europa… el fantasma del fascismo
Casado no ha dudado en sumarse a los discursos xenófobos en materia de inmigración de la ultraderecha europea, encabezada por Salviin en Italia (con tanto poder que no tiene la más mínima reticencia en emular a Mussolini y rehacer un censo de gitanos en Italia ante el silencio cómplice europeo), Orbán en Hungría, FPÖ’s de Austria, la AfD de Alemania, los Finns de Finlandia o los Sweden Democrats de Suecia, Trump en EEUU y Le Pen en Francia. Nos encontramos ante una Europa que alardea de ser la vanguardia mundial, la inventora de la democracia liberal, y que ya no es capaz disimular su decadencia. Una Europa que ya sabe lo que puede venir y no se atreve, siquiera, a susurrarlo.
El discurso xenófobo en la política española
“España no puede absorber a millones de africanos”, “hay estudios policiales que dicen que hay un millón de inmigrantes en las costas libias que están planteándose una nueva ruta a través de España”, “hay ONGs que calculan que hay 50 millones de africanos que están recabando dinero para poder hacer esas rutas” y “voy a visitar Ceuta y Algeciras para abrazar a la Guardia Civil y a la Policía Nacional”, son algunas de las perlas que soltó a finales del mes de julio. Pero su oportunidad dorada la vio en el momento en el que el Gobierno de Pedro Sánchez autorizó que el barco de la ONG Open Arms, el Aquarius, desembarcara en el puerto de Valencia a 629 las migrantes que llevaba a bordo porque el gobierno racista italiano se había negado a rescatarles. Casado aprovechó la ocasión para ponerse delante de las cámaras y hablar del “efecto llamada” que estaba generando el nuevo gobierno.
Por su parte, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, se adelantó a Casado, viajó a Ceuta un día antes que él y se sumó al discurso del efecto llamada. “Quería venir a conocer de primera mano la presión migratoria y a apoyar a nuestros agentes. Para poner fin a la inmigración irregular, necesitan apoyo y aquí echo en falta al Gobierno”, declaró Naranjito. Escribió en agosto Yayo Herrero un artículo en el que nos resumía de la siguiente manera la situación actual: “En estos momentos, Rivera y Casado, a lo Salvini, rivalizan por ver quién enarbola con más fuerza la bandera del control de las fronteras, de los límites a la entrada de extranjeros pobres, del acrecentamiento de los beneficios económicos y electorales que genera tratar la migración como si fuese un problema de seguridad. Algunos medios de comunicación ofrecen datos falsos o medias verdades sobre la entrada de personas, inventan enfermedades y falsas amenazas que refuerzan la percepción de la gente. Se promete la vuelta a una España próspera y cañí que nunca existió”.
Podríamos entrar a rebatir el discurso xenófobo que sostiene la derecha, citando estudios de la OCDE y la OIT que aseguran que la llegada de migrantes mejora la economía de los países del primer mundo, o haciendo ver que es imposible que días después de la primera acogida del Aquarius se pueda hablar de efecto llamada cuando hablamos de viajes que requieren meses de planificación, o poniendo en perspectiva los datos de esta supuesta “invasión extranjera”: en 2017 entraron 27.000 migrantes en el Estado español. En 2016, casi 14.000. Si juntáramos a todas llenaríamos una cuarta parte del Bernabéu.
Podríamos entrar todas estas cuestiones, pero no nos parecen prioritarias en un artículo tan breve como lo es éste. Porque para nosotras la razón por la que apostamos por apoyar a todas las personas migrantes que buscan entrar en nuestras fronteras no es porque sea positivo para la economía, sino porque estamos hablando de seres humanos que huyen de la guerra, de la miseria, del terrorismo, de la corrupción y de la persecución, por lo que entendemos que es nuestro deber prestar ayuda.
La asunción del discurso antiimigración por el centro-izquierda
Matteo Salvini se ha jactó de no haber permitido el desembarco del Aquarius, repleto, decía textualmente, “de carne humana” en su país. Este término no es en absoluto neutral, ni inocente. Yayo Herrero, en su artículo “Carne Humana”, explica que “la valoración de la vida animal como simple carne supone la transformación de muchos seres vivos en una mercancía. […] Los discursos del poder han recurrido siempre a deshumanizar y animalizar –en una cultura, insisto, donde lo animal es despreciado– a aquellos sectores a los que se quiere ignorar o explotar. Quitarles la cualidad humana, despreciarles y reducirlos a carne, es el paso previo para poder legitimar la explotación y, en regímenes autoritarios e inhumanos, el abandono e incluso el exterminio. Primo Levi cuenta cómo los nazis, antes de matar judíos, gitanos, comunistas y homosexuales, les arrebataban la condición humana reduciéndoles a la pura condición de carne”.
Quizás la izquierda institucional no haya llegado a asumir la reducción a trozos de carne de Salvini, pero tampoco ha elaborado un discurso. Meros días después de autorizar la llegada del Aquarius al port de Valencia y de recibir las críticas de Casado y Rivera, Pedro Sánchez mantuvo reuniones con Macron (Francia) y Merkel (Alemania) para hacer frente “a la amenaza de la inmigración” con una política europea común.
Un tuit del periodista Antonio Maestre resumió a la perfección lo que opinamos de las palabras de Sánchez: “Pedro Sánchez diciendo que la llegada de inmigrantes es una amenaza. La extrema derecha siempre le ha marcado el paso a los socialdemócratas de tercera vía. Pusilánimes”.
Desde entonces, las acciones del gobierno socialista han sido consecuentes con las declaraciones de Sánchez. El 23 de agosto fueron devueltas a Marruecos 116 personas que el día anterior habían entrado en España a través de la valla de Ceuta. Las devoluciones se practicaron en aplicación del Acuerdo de Readmisión de 1992 entre el Reino de España y el Reino de Marruecos, en virtud del cual España puede entregar al país vecino a quienes desde allí han accedido irregularmente a nuestro territorio, con independencia de su país de origen (un acuerdo que hasta ahora Marruecos se había negado a cumplir y que ahora, misteriosamente, ha aceptado)[1].En “La Valla de Ceuta y el asalto a las normas” (publicado en El Salto[2]), la abogada Patricia Orejudo concluye lo siguiente: “Hiere tal normalización del sufrimiento de miles de personas, bajo pretexto de la protección de nuestras fronteras. Hiere que a quienes se ha desposeído a través de la violencia, la explotación y el expolio, ahora se les niegue incluso su condición humana y se les prive también de sus derechos más básicos. Porque cuando los derechos de “los otros” no se protegen, cuando el Estado actúa al margen del Derecho, el daño es mucho más profundo e irreparable de lo que imaginamos. Si el discurso del miedo y del odio siguen asentándose, si las políticas racistas y xenófobas se justifican y proliferan, lo que peligra es la construcción de sociedades justas e igualitarias. Peligran los derechos de todas”.
En la rueda de prensa que siguió al pasado Consejo de Ministros, la vicepresidenta, Carmen Calvo, enfatizó e insistió en la violencia y agresividad de los migrantes. De hecho, 10 inmigrantes fueron detenidos por delitos de atentado a la autoridad y pertenencia a organización criminal “por organizar y dirigir la intrusión masiva y violenta”, según Interior.
“Seguridad, sí, pero sobre todo humanidad, pero humanidad no es igual a permisividad”, declaró el ministro del Interior, Grande-Marlaska, en el Congreso. Frase para la colección de manifestaciones de insignes sociatas en materia de inmigración, como las de Alfredo Pérez Rubalcaba (“si somos laxos con la inmigración ilegal, la avalancha no hay quien la pare”), Alfonso Guerra (“las segundas generaciones de inmigrantes pueden generar los problemas”) o de Celestino Corbacho (“tolerancia cero”).
El avance del fascismo en la calle
La ultraderecha no sólo se está acomodando en las instituciones europeas; también ha aumentado su presencia en la calle. Hogar Social y Amanecer Dorado desatan olas de odio en Madrid y Grecia y en Bulgaria patrullas buscan inmigrantes en la frontera, por citar algunos ejemplos.
El 26 de agosto, unos 800 neonazis se lanzaron a la «caza del extranjero» por las calles de la ciudad de Chemnitz en señal de protesta por la muerte de un ciudadano alemán de 35 años –un carpintero de origen cubano, según informaciones del semanario Der Spiegel –que se vio inmerso en una pelea con dos iraníes. Al día siguiente, otra manifestación reunió a miles de fascistas más en un país que hasta ahora ha sido el mejor ejemplo de desnazificación de la sociedad.
Escribe Carmela Negrete en El Salto[3] que “no se recuerda algo parecido desde la reunificación. Miles de neonazis y hooligans recorren las calles de una ciudad alemana gritando “fuera los extranjeros” y “Alemania para los alemanes”, mientras amedrentan y apalean a extranjeros y todo aquel que se les opone en su camino.
Escenas fantasmagóricas que recuerdan a los pogromos, a las persecuciones de judíos, que tuvieron lugar durante la república de Weimar antes de que Hitler se alzara al poder a principios del siglo pasado. Así valora de forma literal el semanario Spiegel la noche de ayer en la ciudad del este alemán de Chemnitz, la tercera mayor del estado de Sajonia. El reportero de dicha publicación Raphael Thelen describe cómo un neonazi ataca por la espalda a joven sin mediar palabra, lo tira al suelo y lo golpea una y otra vez hasta que llega la policía, que estaba más que sobrepasada esa noche. Episodios como este dieron como saldo un total de 20 heridos.
Unos funcionarios encargados de la seguridad que al parecer se muestran sorprendidos por la gran afluencia de radicales a la manifestación, que la televisión pública MDR cifra en más de 5.000. Eso es al menos lo que aseguraba la dirección de la policía en la ciudad, que solo estaba presente “con pocas unidades” en la manifestación, que comenzó en la plaza central de la ciudad, paradójicamente, bajo un gran busto de Karl Marx”.
Fue precisamente Marx el que escribió en 1848 Proletarier aller Länder, vereinigt euch! (“trabajadores de todos los países, uníos”). Deberíamos ir pensando en hacerle caso.
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[1] Más información en “La otra Ley Corcuera: la patada de vuelta”, por Eduardo Gómez Cuadrado, publicado en Tercera Información http://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2018/08/25/la-otra-ley-corcuera-la-patada-de-vuelta
[2] Véase https://www.elsaltodiario.com/opinion/expulsion-psoe-pedro-sanchez-116-personas-valla-ceuta
[3] Véase https://www.elsaltodiario.com/fascismo/alemania-alcanza-un-punto-de-inflexion-con-la-manifestacion-neonazi-de-chemnitz
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