Autor: Bill Ayers. Editorial Hoja de Lata. 2014. 428 páginas
La fuerza destructora desatada por el Ejército de Estados Unidos en Vietnam era ya casi cuatro veces mayor que la empleada en toda la Segunda Guerra Mundial, y toda aquella devastación estaba cayendo sobre una remota y antigua porción de tierra del tamaño de Florida en el sudeste asiático. ¿Cómo podíamos darle un sentido a todo aquello? ¿Cómo alguien podía entenderlo? ¿Cómo podías aceptarlo? Y más importante aún, ¿qué debíamos hacer al respecto? ¡Bombas fuera!
Este libro es una narración literaria de un tiempo que parece remoto y a la vez es terriblemente cercano. La historia de una guerrilla urbana en territorio estadounidense protagonizada por “jóvenes pacifistas que se cansaron de serlo” y decidieron “traer la guerra a casa”, tal y como rezaba su célebre eslogan.
Bill Ayers fue un destacado miembro de The Weather Underground, una radicalización de los hippies procedentes, en su mayoría, de los campos universitarios. Entre 1970 y 1975, el grupo hizo estallar más de una veintena de bombas —acciones que nunca dejaron muertos— en lugares como el Pentágono, el Capitolio, comisarías, edificios judiciales, bancos, refinerías y sedes de grandes empresas; además de imprimir su propia publicación bimensual. Sus memorias recorren el camino que va desde su acercamiento al movimiento por los derechos civiles, las diferentes etapas de su lucha contra la guerra de Vietnam y el posterior e inevitable paso a la clandestinidad. Lo hace de manera cercana, fluida y honesta, poniendo sobre la mesa la enorme cantidad de cambios políticos y culturales que se produjeron en los años sesenta y los primeros compases de los setenta: el amor libre y algunos de sus absurdos, la pasión por la enseñanza, la emergencia del feminismo y el cuestionamiento del patriarcado, la solidaridad con las luchas de liberación nacional en el llamado tercer mundo, la autoorganización de buena parte de la población negra o la irrupción de la violencia como posible respuesta a todas las contradicciones que asfixiaban a los movimientos sociales del momento.
La lectura de estas páginas nos acercan a una guerra de la que en el estado español se sabe poco o nada, pero que tiene la capacidad de enseñarnos mucho sobre los conflictos bélicos actuales. A su vez, también se ofrece un relato descarnado del racismo en los Estados Unidos —o mejor dicho, del racismo en general—, una forma de opresión que no está ni mucho menos desterrada de la sociedad; sin ir más lejos, en enero ha visto la luz un vídeo en el que la policía de Evanston, en la Chicago de Bill Ayers, revienta a ostias a un ciudadano negro al que se le considera ladrón de su propio coche. Pero la pedagogía más certera de las llevadas a cabo por el autor es la que tiene que ver con la autocrítica, con la toma de decisiones cuando no se sabe cuáles serán sus consecuencias. Sin complacencia ni arrepentimiento, Ayers desarrolla un retrato psicológico del grupo del que formaba parte, de su generosidad, pero también de los límites del compromiso y de su deriva dogmática.
La ideología se convirtió entonces, de diversas maneras, en una atractiva alternativa a la experiencia. La práctica era una vía insegura e inexacta, mientras que la ideología se revestía de certeza y confianza. La práctica era un proceso lento y la ideología parecía un agradable y eficaz atajo. Pero, sobre todo, la ideología se nos mostraba envuelta en un halo de seriedad —hablar de ideología era como hablar de negocios—. Yo aún no sabía hasta qué punto la ideología podía llegar a ser cruel, estúpida y opresora, ni la inevitable dependencia a la que nos conduciría a todos nosotros.