Brasil, entre crisis y elecciones

Escribir sobre Brasil es una tarea difícil. Tom Jobim dijo una vez que “Brasil no es para amateurs”. Interpreto esta frase como que entender y analizar este país es una tarea complicada que requiere no solo a gente especializada para hacerlo, sino a gente con el estómago para aguantar y no derrumbarse ante el hecho de que en un sitio coexistan tanta belleza y tanta tragedia simultáneamente.

Bolsonaro ganó las elecciones en el año 2018 y se invistió como presidente el 1 de enero de 2019. Todo ello con un discurso cargado de odio racial, contra las mujeres, las disidencias sexuales y con la promesa de limpiar a Brasil del “comunismo” en el que se encontraba inmersa. Su plataforma cabalgó la ola de la “lucha contra la corrupción” que llevó al impeachment (o golpe institucional) de Dilma Rousseff en 2016 y a la prisión de Lula, todo ello orquestrado por jueces con intereses propios en un ejemplo paradigmático de lawfare[1]. Y estos últimos tres años y medio de gobierno han mostrado al mundo cómo se consigue arrastrar en poco tiempo al mayor país de Sudamérica, conocido como “El Gigante”, a la tierra quemada del desastre político. Brasil se encuentra sumida en una tragedia y nosotras vivimos entre la desesperación colectiva y la psicosis colectiva desde la llegada del bolsonarismo.

Cuando hablamos del fenómeno del bolsonarismo, lo hacemos entendiendo a Bolsonaro como algo que trasciende su figura. Se trata de un fenómeno político, económico, cultural y psicológico que simboliza más que cualquier otro ejemplo lo que es la extrema derecha en América Latina.

Mucho se ha escrito sobre el gobierno Bolsonaro en Brasil, por lo que no vamos a repetir lo que podéis leer en otros medios. Nos vamos a centrar en la lucha contra el bolsonarismo. A nadie se le escapa que éste es un año electoral en Brasil y que la candidatura de Lula se ha convertido en la esperanza de la izquierda para ganar a Bolsonaro en las urnas. Pero no somos pocas las que entendemos que más allá de ganarle en las elecciones, resulta más importante derrotar al bolsonarismo como el fenómeno cultural y político que transformó profundamente la forma de sentirse “pueblo”, así como la forma de sentir y “hacer” política. Es una derecha radical a la que hay que derrumbar ideológicamente y, para ello, debemos recuperar los ejemplos de puesta en práctica de libertad radical que tiene la historia del continente.

En 2018, debatiendo con amigues y compas, tuve una “premonición” que, por desgracia, resultó ser cierta: la victoria de Bolsonaro iba a matar el pensamiento crítico e iba a “salvar” al PT de Lula. Con esto quiero decir que la política radical que se desarrolló “abajo y a la izquierda” y en el seno de los movimientos sociales durante los últimos años del gobierno del PT (véanse las marchas y manifestaciones de 2013 contra los gastos de la Copa del Mundo y las movilizaciones de 2016 con las ocupaciones de los secundarios) se encuentra atravesando una profunda crisis existencial.

La “salvación del PT” cse traduce en que este partido se ha blindado contra todo tipo de crítica de la izquierda. Cualquier persona que condene públicamente a Lula está “haciéndole el juego a la derecha”. En consecuencia, toda práctica fuera de la apuesta electoral ha quedado más relegada a los márgenes que nunca. Esto ya era así después del golpe institucional de 2016, el gobierno de Temer y la elección de Bolsonaro en 2018; pero ahora, en este año electoral, las dimensiones que ha adquirido el silencio de la disidencia radical son verdaderamente preocupantes. Por tanto, más que las opciones progresistas parlamentarias, los movimientos antagonistas han sido los mayores perjudicados por el avance de la extrema derecha.

La estrategia electoral se encuentra blindada y cuestionar la figura de Lula como “único salvador” posible frente a la política de muerte bolsonarista que nos lleva destrozando la vida durante los últimos tres años y medio es un pecado. Y, en este contexto, ¿dónde estamos las anarquistas?

En tiempos de autoritarismo salvaje y crisis extrema, la reacción habitual es aferrarse “a lo seguro”, a la nostalgia y a la promesa de que “volveremos a ser felices” como en las “gloriosas” épocas del progresismo de izquierda de los primeros años 2000. Y ante este discurso las anarquistas nos encontramos en una posición difícil.

La pregunta del millón que nos hacemos es cómo conseguir derrocar a Bolsonaro sin perder la capacidad de desarrollar un discurso crítico y radical contra el gobierno del PT y la figura de Lula y poner en práctica políticas alternativas, pero sin hacer como que la contienda electoral no existe y que nos da igual que Bolsonaro siga en el poder cuatro años más. Este año muchas anarquistas van a acudir a las urnas y votar contra Bolsonaro y esto es algo que, como movimiento, no podemos obviar.

Pero no por ello se han abandonado las luchas. Si bien el movimiento anarquista en sí mismo se ha visto resentido, existen múltiples espacios y experiencias de resistencia en los que las anarquistas estamos codo a codo junto a compañeras de otras ideologías que participan en luchas colectivas y de base. Me permito de citar algunas sin la pretensión de ser exhaustiva: las incansables luchas indígenas contra las políticas de aniquilación del Estado colonizador (véase el Proyecto de Ley 191); los feminismos que practican formas de vivir, cuidar y luchar alternativas; las luchas laborales de las riders de las app de delivery que durante la pandemia organizaron exitosas  huelgas contra su hiperexplotación; y los movimientos negros contra la política de genocidio de la juventud racializada y periférica por parte del Estado a través de su brazo armado. En todos estos espacios están las anarquistas, porque es donde se tejen las luchas horizontales, diferentes y coordinadas que la alternativa radical crea y desarrolla.

Una compañera residente en Brasil


[1]    Lawfare es el resultado de combinar las palabras inglesas “Law” (ley) y “warfare” (guerra). Se trata de usar las herramientas judiciales para declarar la guerra al enemigo político.

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8 comentarios en «Brasil, entre crisis y elecciones»

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