Bulos racistas para extender el odio

El pasado 30 de julio, cientos de personas, convocadas por diversas organizaciones de extrema derecha, se concentraron frente a la mezquita del pueblo inglés de Southport. Corearon “no surrender” (“no nos rendimos”), “English till I die” (“inglés hasta la muerte”) y “Tommy Robinson” (el nombre de un activista de extrema derecha, fundador de la organización islamófoba English Defence League, que días antes había huido del país para evitar comparecer a un juicio) antes de empezar a lanzar piedras contra el centro religioso y a la policía que lo custodiaba. Finalmente, los maderos – de los cuales 50 acabaron heridos, 27 de ellos hospitalizados – solicitaron refuerzos, cargaron contra los ultras con material antidisturbios y disolvieron el acto que supuraba odio.

El origen de todo: un bulo islamófobo

La razón por la que se produjo este ataque contra una mezquita se debía a que el día anterior una persona, armada con un cuchillo, acudió a un campamento infantil de baile en Southport y asesinó a sangre fría a tres niños e hirió de gravedad a otros ocho y a dos adultos. Horas después, varias cuentas de redes sociales de derechas – incluyendo la negacionista Channel3Now que se hizo muy popular durante la pandemia, la del mencionado Tommy Robinson, exiliado en Chipre, y las de grupos neonazis como British Movement, Atomwaffen Division y National Action – empezaron a difundir la noticia que el asesino se llamaba Ali Al-Shakati y que era un refugiado musulmán. Sin embargo, esto no era más que un bulo, dado que al poco tiempo trascendió que el autor del crimen era Axel Rudakubana, un joven galés de 20 años, padres ruandeses, católico y nacido en la mismísima Gran Bretaña.

En los días siguientes, pese a que se aclaró la identidad, nacionalidad y religión del asesino, la desinformación racista se siguió propagando. Por ejemplo, el ultraderechista Nigel Farage (UKIP) acusó a la policía de ocultar información con fines partidistas y Tommy Robinson aseguró que el autor del asesinato había llegado en patera a su preciosa y verde isla. Incluso cuando ya estaba claro que se trataba de un joven nacido en Cardiff, el hecho de que es negro siguió siendo suficiente para para continuar los ataques racistas. “Tan solo unos días antes, Kyle Clifford, un hombre blanco de Londres, había asesinado a tres mujeres, pero el caso no pasó de la habitual crónica de sucesos”, explica este doble rasero Miquel Ramos en un artículo en Público1. “Nadie salió a cazar hombres blancos. Ni se suceden las cacerías de hombres cada vez que uno mata a una mujer, sea del color que sea. Lo de Southport fue diferente porque el perpetrador era negro, y eso sí que se podía usar para responsabilizar a todo un colectivo por los actos cometidos por una sola persona. Es el ABC del manual racista”.

Huelga decir que incluso si el asesino hubiera sido un solicitante de asilo musulmán, estos pogromos racistas no habrían estado justificados. En cualquier caso, el bulo se extendió como la pólvora y las manifestaciones de ultraderecha empezaron a aflorar como setas por todo el país, especialmente en Inglaterra e Irlanda del Norte. El 31 de agosto, Patriotic Alternative celebró una marcha por Londres bajo el lema “enough is enough” (“ya basta”). Ese mismo día, se atacaron hoteles en Manchester y Hartlepool que alojaban a solicitantes de asilo, al grito de “we want our country back” (“queremos que nos devuelvan nuestro país”). Y en los días siguientes, hasta el 10 de agosto, se produjeron concentraciones similares por todo el país, muchas de las cuales terminaron en violencia – bibliotecas y coches ardiendo, tiendas saqueadas, centros de acogida atacados, abogadas de extranjería amenazadas, coches robados alunizando contra hoteles que albergan migrantes, agresiones a comerciantes árabes, ataques a rumanos que circulaban por la calle, etc –. Además, reventaron varias concentraciones propalestinas en diversas localidades inglesas y galesas e, incluso, llegaron a instalar un checkpoint temporal en Middlesbrough para purgar extranjeros. En total, se han producido más de 1.000 detenciones, cientos de encarcelamientos y más de 130 policías han resultado lesionados. Los daños materiales totales todavía no se pueden calcular.

Contado así, de forma fría, puede parecer un relato impersonal. Pero Miquel Ramos hace un buen trabajo de describir lo que todo esto supone: «Hay un grupo de personas parando los coches para comprobar quienes van en su interior. Los blancos pasan sin problemas, pero un conductor de tez morena emprende la huida como puede tras ser golpeado por varios de los que han rodeado el vehículo. No es el único punto de la ciudad donde hay incidentes. A pocos kilómetros, unos jóvenes se graban mientras apedrean las casas y los vehículos de una calle donde viven personas de origen migrante. En otra ciudad, un grupo de personas llega a un hotel donde se alojan refugiados. Entre los manifestantes hay un padre que lleva a su hijo a hombros, y otros menores de edad que saltan y gritan acompañando a la masa. A los pocos minutos, alguien prende fuego a unos contenedores y los empuja para que prenda todo el edificio«.

Y mientras todo esto sucedía, Elon Musk, propietario de Twitter y uno de los instigadores de las protestas – que, además, se lucra con la difusión de bulos y mensajes de odio – tuiteó “Civil War is inevitable” (“la guerra civil es inevitable”) y puso un su perfil imágenes de las cacerías racistas2.

La respuesta antifascista

Por fortuna, hemos podido presenciar decenas de respuestas, a nivel de calle, plantando cara a esta oleada de violencia fascista. Desde cadenas humanas frente a centros de acogidas de migrantes, hasta contramanis en diversas ciudades e, incluso, enfrentamientos físicos en algunas de ellas. Como consecuencia, algunas antifascistas han sido detenidas por supuestas agresiones contra racistas y/o policías Chatham, Southampton y Portsmouth, por citar algunos ejemplos. «Cientos de vecinos se apostan ante las puertas de otro hotel en Bristol, haciendo un muro humano contra la horda de racistas que intenta asaltarlo«, relata Miquel Ramos. «Por otra calle bajan decenas de encapuchados que se enfrentan a los racistas y los ahuyentan a palos. Son también ciudadanos que se han organizado para confrontar a los ultraderechistas que llevan días patrullando las calles y agrediendo a cualquier persona no blanca. Hay también convocatorias para proteger las mezquitas, lugares señalados por los ultras para que sean atacadas. Las comunidades que han sido objeto de señalamiento y violencia han formado grupos de autodefensa, e incluso han salido a las calles a dar respuesta a los racistas violentos«.

Miles de personas [unas 25.000] salieron a la calle el 7 de agosto en las ciudades Birmingham, Brighton, Bristol, Liverpool, Londres, Newcastle y Northampton para denunciar los disturbios y ataques de extrema derecha contra inmigrantes y musulmanes”, escribió El Salto en su web3. “Se trataba de una convocatoria que pretendía contrarrestar las convocatorias de la extrema derecha, que apuntaban a despachos de abogados, ONG y oficinas de derechos sociales de apoyo a las personas migrantes”.

Un manifiesto hecho público ese día dice: “Nosotras somos la mayoría, ellos son unos pocos. Gran Bretaña tiene una orgullosa historia de derrotar a fascistas y racistas. Podemos derrotarlos de nuevo. Debemos hacer frente al racismo, la islamofobia y el antisemitismo. Debemos unirnos y movilizarnos contra la extrema derecha y el fascismo”.

La respuesta estatal

Por su parte, el gobierno laborista de Keir Stammer respondió condenando las protestas y llevando a cabo la mayor movilización de policías desde los disturbios de Londres de 2011. 6.000 agentes antidisturbios fueron repartidos por el país – la mayoría en la capital – y otros 2.000 permanecieron en la reserva, dispuestos a acudir donde se les llamara. Policías escoceses fueron enviados a Belfast para poder hacer frente a los disturbios que se estaban produciendo. Además, se anunció que se usaría tecnología de reconocimiento facial y se haría seguimientos a organizaciones de extrema derecha para poder detener a cualquier persona que haya participado en los ataques.

Las detenciones resultaron tan masivas, que el 19 de agosto el Ejecutivo activó la Operación Amanecer Temprano, dejando en libertad provisional a centenares de presos preventivos de otras causas en cárceles de Gales e Inglaterra central para poder ingresar en prisión a un elevado número de ultras.

La respuesta del Estado siempre es usar la policía, responder a la violencia con violencia, y no abordar las causas de la xenofobia4. Se trata todo esto como un problema puntual de orden público, pero la precariedad y la ansiedad que el racismo genera continuarán serán la maleza que actuará luego combustible. «Esta situación es el resultado directo de la combinación explosiva de odio, el racismo, xenofobia y desinformación mostrando de manera meridiana como triunfa el discurso de las extremas derechas en las democracias liberales«, explicó Ruth Ferrero-Turrión en Público el 8 de agosto. «Unas extremas derechas que aprovechan las emociones de la gente para alcanzar sus objetivos a través de la movilización de la ira, el miedo, la indignación, la ansiedad o incluso la  sorpresa operan de manera eficaz sobre sociedades, en este caso la británica, donde primero ha tenido lugar la destrucción del tejido social a través de la implantación de políticas neoliberales, y después los líderes políticos que las han implantado han señalado con el dedo al otro como enemigo y amenaza y responsable de todos los males. Donde se ha azuzado la lucha del penúltimo contra el último. De esto iba el Brexit. La sociedad británica, pero no solo, es receptiva a cualquier bulo que apunte a los que siempre les han dicho que eran la causa de todos sus males«.

Y todo, al final, se arregla con policía”, decía Miquel Ramos el pasado 6 de agosto. “El sistema, insisto, permanecerá intacto. Los equilibrios y las convivencias, cada vez más frágiles. Tan solo las comunidades organizadas, conscientes de estos problemas, están dando respuesta a pequeña escala, al margen de las instituciones, señalando los problemas estructurales, dando batalla como pueden y poniendo el cuerpo cuando toca. Pero volverá a haber cualquier excusa en un futuro, si no en Reino Unido, en cualquier otro país. Y volverá a prender la mecha del racismo que permanece incrustado, inalterable e instrumental para entretener a los precarios compitiendo por las migajas”.

La extrema derecha española emula a la británica

El tiempo no tardó en darle la razón a Miquel. Justo mientras la llama de los disturbios británicos se apagaba, el 18 de agosto una persona asesinó a puñaladas a Mateo, un niño de 11 años, mientras jugaba al fútbol en un polideportivo de Mocejón, Toledo. Enseguida, aprovechando el corto lapso de tiempo, la extrema derecha española empezó a esparcir por las redes bulos racistas relacionados con el crimen, buscando provocar una reacción similar a la que dos semanas antes había sacudió el Reino Unido. Relacionaron el crimen con inmigrantes subsaharianos, con menores marroquíes e, incluso, con un atentado yihadista. Participaron en la mentira pseudomedios y cuentas anónimas, pero también empresas como Desokupa, el pseudoperiodista Vito Quiles, el agitador y ahora eurodiputado ‘Alvise’ Pérez – que, en su canal de Telegram (de más de 700.000 suscriptores) vinculó el asesinato con la llegada de “africanos” al pueblo, generando comentarios llamando a “ir a dar muerte a MENAs” – y hasta el mismísimo Santiago Abascal, que sin mencionar explícitamente el caso dijo que los migrantes estaban convirtiendo España en un “país peligroso”.

Llegó un momento en el que Asell Sánchez, el portavoz de la familia, pidió que no se acusara a “nadie por su raza o color de piel”, ante lo cual recibió una avalancha de repugnantes comentarios culpándole por la muerte de su sobrino, enviados por centenares de fascistas.

La respuesta estatal también emula a la británica

Unos días después, la policía detuvo a J.P., un joven español, como sospechoso del crimen. Español de verdad, que dirían los racistas, de piel blanca y padres españoles. Una vez trascendió la noticia de que la desinformación que difundía la derecha – la cual, aunque se desmienta, deja poso y estigmatiza a las personas migrantes – no eran más que bulos, la Fiscalía especializada en delitos de odio anunció que investigaría quién estaba detrás de la propagación de estas fake news por si hubieran cometido un delito de odio. Ante esto, no tardaron las ratas en abandonar el barco y varios ultraderechistas eliminaron, raudos y veloces, sus cuentas en redes sociales.

La Fiscalía, además, reclamó algunas reformas legales: acabar con el anonimato en las redes y prohibir su acceso a quienes difundan discursos de odio. Una serie de medidas – aplaudidas, por cierto, por algunos sectores de izquierdas, como el secretario general del PCE, Enrique Santiago – que, en el mejor de los casos son bienintencionadas y, en el peor, una manipulación para aumentar el control estatal sobre la población, nos generan pavor. Por un lado, acabar con el anonimato, es decir, dar un DNI para navegar por internet o abrirse una cuenta en una red social, impediría que un proyecto militante (como un centro social okupado, un colectivo ecologista que participa en acciones de desobediencia civil o un periódico anarquista) pueda difundir su trabajo sin señalar abiertamente a las activistas que participan del mismo). El anonimato es útil para que puedas participar en los debates políticos en redes sin exponerte, sin que tus jefes conozcan tu ideología, o sin informar a las autoridades de lo que piensas. Sin él, peligra la libertad física de quienes participan en acciones de protesta o en movimientos sociales, se limita la libertad de expresión y el derecho a recibir información. Por otro lado, otorgar al Estado la posibilidad de decidir qué se puede decir en internet y quién lo puede decidir, por supuesto, se volverá en contra de los movimientos antagonistas. Al igual que ocurrió con los delitos de odio, que se regularon para proteger a las minorías vulnerabilizadas y que se han instrumentalizado para proteger a personas privilegiadas – blancos, heterosexuales, españoles, fascistas, machistas, etc –, esta nueva normativa se pervertiría de la misma forma para atacar al antifacismo, feminismo, anarquismo, ecologismo, antiespecismo, etc.

La estigmatización de los problemas de salud mental

Por último, debemos señalar que una vez que trascendió la identidad del autor del asesinato de Mocejón, los titulares de casi todos los medios apuntaron inmediatamente que se trataba de una persona que presentaba trastornos mentales, que tenía una discapacidad intelectual del 70% y asociaron este hecho al delito.

Debemos destacar el trabajo incansable que han hecho varias activistas de salud mental y también la Comisionada de Salud Mental del Ministerio de Sanidad – quien ha difundido una guía de buenas prácticas – a la hora de explicar que asociar un posible trastorno con este terrible hecho resulta estigmatizante y dañino, además de infundado. Resulta sumamente irresponsable asumir que existe una vinculación entre salud mental y violencia cuando, de hecho, las personas que tienen un diagnóstico de salud mental reciben mucha más violencia que aquellas que no lo tienen. Por tanto, resulta tan discriminatorio asociar el crimen a una nacionalidad o etnia como a un trastorno mental.

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1“Mata a tu vecino para salvar a tu país” (16/08/24).

2Recomendamos encarecidamente que leáis el artículo “La jaula de Elon Musk”, escrito por Jonathan Martínez (14/08/24) y «Pogromos en el Reino Unido«, escrito por Ruth Ferrero-Turrión (08/08/24), publicados ambos en Público.

3“Miles de personas aplastan las convocatorias racistas en Reino Unido” (08/08/24).

4Hemos traducido y subido a nuestra web un artículo titulado “La extrema derecha británica se alimenta del racismo de la política mainstream”, escrito en inglés por Amelia Morris y publicado originalmente en Jacobin. En él, la autora repasa el desarrollo de la islamofobia en Occidente tras el 11-S y cómo socialdemócratas y conservadores han ido normalizando y haciendo suyo el discurso xenófobo de la extrema derecha, hasta convertirlo en dominante.

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