Durante este verano China ha vuelto a ser noticia. Y más de uno/a se ha llevado un buen susto, pues en esta ocasión el gigante asiático no ha destacado por sacar músculo, ya sea económica o militarmente hablando, sino por un pequeño traspiés en el mercado de valores. Junio fue el mes del hostiazo, y de ahí en adelante, en algo menos de un mes, el Índice Compuesto de Shanghái perdió un 30% de su valor, lo que supone unos 3 trillones de dólares (en torno a diez veces la deuda griega). Para frenar el desplome, el gobierno chino implementó una serie de medidas de urgencia: se restringieron las ventas cortas (apostar contra las caídas de los precios), se prohibió a las grandes empresas de propiedad estatal vender acciones, y el propio gobierno chino y las 21 grandes bolsas de valores del país pasaron a comprarlas (capitalizando con ello a estas mismas grandes empresas), en parte gracias a los préstamos que estableció el Banco Central. Todo ello permitió que tres meses después volviera la situación a una relativa calma, hasta la próxima tormenta, claro (en este punto siempre nos preguntamos dónde está la mano invisible que nivela los mercados sin injerencias exteriores; suponemos que andaba algo despistada, como casi siempre).
Ante este panorama, los mercados globales temblaron, pues no hay que olvidar que la economía china representa un tercio del crecimiento económico mundial, a pesar de la paulatina ralentización que lleva experimentando en los últimos años. Pero también es cierto que el castañazo se venía barruntando desde hace tiempo, pues hace ya un año que existen avisos de la burbuja financiera que estaba creciendo a marchas forzadas, con un crecimiento en ese mismo tiempo del 150% debido a las operaciones de margen (la práctica de utilizar dinero prestado para la compra de acciones) y una sobrevaloración de las acciones reconocida por muchos analistas.
Pero para comprender toda esta situación (y bajarla a la tierra, y por tanto, a cómo condiciona esto la vida del proletariado chino), nos es preciso echar la vista atrás unos cuantos años. Pues el milagro chino que ha llevado al país a convertirse en una potencia económica con mayúsculas comienza hace más de treinta años, hacia 1978. En ese momento, ante la evidente crisis que azotaba a los diversos Estados socialistas, el Partido Comunista Chino (PCC) se vio obligado a enfrentar una serie de reformas con tal de sobrevivir como amo y señor del gigante asiático. Su premura en el cambio le permitió aprovechar el momento, el último asalto de la clase trabajadora al capitalismo occidental (finales de los 60 y principios de los 70) fue respondido con fuerza por las democracias europeas y norteamericanas, con el consiguiente comienzo de las grandes deslocalizaciones industriales.
Los nuevos grandes centros de producción migraron primero a América Latina y a los Tigres Asiáticos (Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong), para a partir de los 80-90 desembarcar en la costa Este de China. El PCC ya había comenzado a implementar una serie de cambios trascendentales para permitir las mejores condiciones posibles para la industrialización rentable de su territorio de la mano del capital transnacional. Poco a poco se fueron relajando las férreas políticas de migración que permitieron suministrar de mano de obra las recientemente creadas Zonas Económicas Especiales, se reestructuró la economía nacional a través del cierre de pequeñas y medianas empresas estatales, y la reconversión de muchas de las grandes empresas públicas para su optimización de beneficios, con la consiguiente creación de legiones de parados/as; y se fueron liquidando los restos de bienestar social propios de épocas pasadas.
Hasta el discurso se relajó, el clase contra clase se fue olvidando, y del socialismo de Estado chino sólo quedaron el nacionalismo, el autoritarismo y las jerarquizaciones ciudad-campo, junto con esa creencia ciega en el desarrollo industrial.
Todo ello, cómo no, se vio reflejado en una precarización de las condiciones de vida del común de los/as chinos/as, y provocó encarnizadas resistencias sumadas a profundos cambios en la reproducción social y las instituciones sobre las que se apoyaba la sociedad. Ante esta situación, el Estado se fue adaptando, como todos, a través del palo (represión sin límites para todo aquel que trate de romper con la “armonía” impuesta por el PCC) y la zanahoria (nueva legislación laboral, instituciones sindicales para la mediación en conflictos en el trabajo…) En todo este enjambre de cambios sociales, uno, si cabe, destaca sobre el resto (y ha condicionado en especial el desarrollo de la actual coyuntura política), esto es, la migración interna del campo a la ciudad que se ha venido produciendo, principalmente, a partir de los años 90 para satisfacer las necesidades de la producción industrial en las grandes urbes y puertos del sudeste Chino. Pero esta migración no ha sido fácil, pues ha venido condicionada por la utilización por parte del Estado y los/as empresarios/as del específico sistema de registro domiciliario chino (el hukou), que vincula el acceso a los servicios sociales (sanidad, educción, sistema de pensiones, seguro de desempleo…) a la residencia en un espacio geográfico determinado. De forma que los/ as migrantes rurales, millones de personas, no tienen acceso en las ciudades a las que se trasladan para trabajar a los servicios públicos reservados para los oriundos de la misma, y requieren de un permiso especial para poder residir allí. Las consecuencias de esta jerarquización de los/as trabajadores/as en el ámbito laboral son inmensas, pues implica que muchos de ellos/as aspiren únicamente a ganar dinero durante un determinado tiempo para luego volver a sus pueblos (su vida se convierte únicamente en trabajo), de modo que se favorece una rotación en los trabajos, dificultando las posibilidades de las luchas por mejores condiciones laborales. Luchas que por otra parte se restringen mucho en torno a las subidas salariales, alejándose de ámbitos como la reducción de horas extra o la subida de las cotizaciones para las pensiones de la empresa (pues estas cosas pasan a un plano inferior en la escala de necesidades); y mucho menos se posibilita que estas luchas en la esfera productiva se relacionen con otras de ámbito social. Del mismo modo, se generan diferencias artificiales entre nativos/as de las ciudades y migrantes, que han conllevado en muchas huelgas una falta de apoyo de la población local a las reivindicaciones de los/as trabajadores/as, en su mayoría migrantes. Si bien es cierto que en estos últimos años esta situación se va diluyendo, pues cada vez más migrantes rurales están apostando por luchar por permanecer en las ciudades y empezar a participar de su creación de riqueza, a lo que se une la reciente huída de muchas empresas del litoral chino al interior en busca de mejoras condiciones de explotación.
Y tras todo este periplo, nos acercamos a nuestro presente, ese presente de crisis constante a través de la cual nos aprietan aún más las clavijas. Si bien China no ha sufrido un gran batacazo al estilo occidental, si que se ha sentido la desaceleración en una economía basada en gran medida en la exportación de productos (principalmente entre los años 2008-2009, en los que se produjeron numerosos cierres de empresas), cuya caída no ha podido ser nivelada con un aumento del consumo interno. El gobierno ha tratado de paliar la situación en base a un plan de estímulo focalizado sobre las nuevas infraestructuras, mientras los capitales se movían desde la construcción y las industrias manufactureras hacia los mercados de valores. Es en medio de este panorama en el que queremos centrar la mirada sobre la actuación de la clase trabajadora y el movimiento obrero chino en estos últimos años (intentando situarnos en pie de igualdad, lejos de la muchas veces estúpida superioridad que rezuma la izquierda occidental).
Desde principios de 1990, los conflictos laborales están en auge en esta región del mundo, habiéndose producido un salto cualitativo a partir de finales de la primera década del 2000. Lo que hasta ese momento eran luchas en gran medida dirigidas al cobro de salarios no percibidos (luchas netamente defensivas), acaban trasmutando en conflictos en los que se reclaman subidas salariales muy por encima de los mínimos legales. Miles de pequeños y grandes conflictos se han ido gestando en estos años, haciendo uso de infinidad de tácticas y herramientas, ya sea de forma soterrada de la mano de sabotajes diarios en las grandes cadenas de montaje, o públicamente, con huelgas que suelen comenzar con paros que se limitan al interior de las fábricas antes de pasar a los cortes de carreteras o marchas hacia las oficinas del gobierno local. Pero si hay un ejemplo de resistencia más que renombrable, es el hecho de que muchos/as migrantes se estén negando cada vez más a aceptar unos empleos precarios por naturaleza, encontrándose el capital en ya varias ocasiones con escasez de mano de obra rural que atendiera a las necesidades de las grandes factorías.
A fin de cuentas, no se puede obviar que el milagro chino reposa sobre las condiciones laborales de su proletariado. Parten de una de una mano de obra muy barata, no sólo salarialmente, sino también en lo referente a las coberturas sociales a las que tiene acceso (y que se financian de la redistribución de la plusvalía generada por el trabajo).
Para ejemplificar esta situación nos detendremos en dos de las huelgas más importantes de estos últimos, con finales distintos y varias lecciones a tener en cuenta. Primeramente, mencionaremos la huelga que comenzó a mediados de mayo de 2010 en la factoría de Honda en Nanhai (Guandong) y que supuso un punto de inflexión en la expansión de este tipo de conflictos ofensivos. El hartazgo ante los bajos sueldos llevaba mucho tiempo rumiándose, hasta que la parada intencionada de una de las cadenas de producción dio comienzo al paro laboral. La exigencia primordial era un subida salarial del 30%, aunque también comenzaron a desarrollarse discursos que pedían una reorganización sindical, una premisa política poco frecuente en estos conflictos laborales. Tras una semana de huelga y protestas callejeras, todas las plantas de Honda en China se unieron a la huelga o acabaron parando por falta de piezas. Desde el punto de vista organizativo, la huelga se planteó al margen del sindicato único chino, de forma autónoma (como no puede ser de otra manera), con asambleas de trabajadores/as diarias y eligiendo a representantes encargados de negociar con la empresa sobre la base de las decisiones colectivas. A pesar de las numerosas presiones de la empresa, el gobierno y el sindicato oficial, finalmente se aceptó la subida de sueldo reclamada. Este conflicto cobró un gran protagonismo y el ejemplo cundió ese verano con una importante ola de huelgas a lo largo de todo el país, lo que posibilitó que muchos de estos combates se ganaran, lo que habría sido difícil sin la solidaridad entre sectores y empresas que se generó. El otro conflicto que vamos a tratar es la huelga que afectó en abril de 2014 a unos 50.000 trabajadores/ as en las seis fábricas de Yue Yuen en Dongguan, un coloso taiwanés de la manufactura de calzado que trabaja para marcas como Adidas, Reebok o Nike, y posee factorías en todo el sudeste asiático. La historia venía de largo, con pequeños conatos de conflicto desde 2008 en relación a las jodidas condiciones laborales. Sin embargo, la gota que colmó el vaso y dio inicio a esta huelga (una de las más grandes y largas de los últimos decenios) se da al enterarse la plantilla de que la empresa llevaba más de diez años cotizando no por sus salarios, sino por el salario mínimo legal, algo por otro lado, normal en China, donde las empresas se saltan las legislaciones laborales cuando quieren para abaratar los costes de la fuerza de trabajo. La huelga pronto se extendió y comenzó a hacerse presente en las calles, con la consiguiente represión por parte de la policía. La empresa lanzó una propuesta de acuerdo que incluía únicamente una pequeña asignación mensual sin carácter retroactivo. No hubo acercamiento, pero con el tiempo, a las dos semanas, las presiones del Estado (ya fuera en forma de detenciones u hostigamiento por parte del sindicato único) fueron haciendo mella, se rompió la unidad y muchos/as trabajadores/as comenzaron a volver al curro. La huelga había fracasado. Estos casos no son más que dos entre miles, pero forman parte de un proceso de fortalecimiento del movimiento obrero chino, se van generando espacios de confluencia, de toma de consciencia de las propias condiciones y problemas de clase, se aprende de los errores y se comunican a los nuevos conflictos. A fin de cuentas, se crea experiencia que debe ser útil para seguir luchando en el futuro.
En este punto, es interesante remarcar un condicionante específico del movimiento obrero chino que define en gran medida su gran componente autorganizativo, y esto es, la dupla que conforman un sindicato único (la Federación Nacional de Sindicatos de China – FNS) y la prohibición del derecho a huelga. Dicho sindicato se refundó en 1978, para cuatro años después dejar patente en la Constitución china la prohibición de toda huelga. Curioso sindicato pues. Las sucesivas reformas de la legislación laboral han ido otorgando al sindicato único un papel cada vez más central como garante de la medicación entre trabajadores/as y empresarios/as (su lugar son los despachos, no las fábricas), siendo desde 2008 obligatorio que en cada empresa exista un núcleo del mismo. Con lo que a fin de cuentas, no se pretende otra cosa que institucionalizar las luchas laborales a través de un ente que se posiciona casi per se contra toda reivindicación de los/as trabajadores/as (y que las gestiona sin el consentimiento de los/as mismos/as). Como muestra, sólo un par de ejemplos: a pesar de su presencia en el 100% de las empresas, únicamente un 32,5% de éstas tiene un convenio colectivo firmado, lo que no quiere decir para nada respetado. Por otro lado, podemos ver cómo en todo paro importante, el sindicato es rápidamente usado como fuerza de choque e intimidación contra los/as trabajadores/as en lucha. Todo esto acaba por marcar el devenir de todo conflicto laboral, pues cualquier huelga se convierte en una huelga salvaje.
Pero no es oro todo lo que reluce, y si bien es cierto que se ha producido un importante aumento salarial (más si cabe visto desde Europa) para muchos/as de los/as obreros/as chinos/as, hay que analizar esta subida en el contexto general de la economía del país. Por un lado, no hay que olvidar que el gobierno y la economía china requieren de un aumento del consumo interno para paliar la dependencia extrema del crecimiento respecto de la exportación, que es lo que lleva a cierta dualidad en la actitud gubernamental a la hora de lidiar con huelgas y reivindicaciones. Asume pequeñas victorias a la vez que golpea cuando la situación se les va de madre. En otro término, también habría que comparar este aumento salarial en relación con el crecimiento económico continuado de las últimas décadas. Cuando nos hablan de una desaceleración económica, nos están hablando de un crecimiento actual de entorno al 7% sobre el Producto Interior Bruto. Mientras que entre 2001 y 2009 los salarios aumentaron en un 148%, los ingresos derivados de la exportación lo hicieron en un 436%, lo que sin grandes cálculos nos lleva a observar que el peso relativo de la masa salarial ha disminuido. Los/as ricos/as aún siguen ganando. Y yendo un poco más allá, todas estas luchas no representan, en la actualidad, más que una serie de reivindicaciones fragmentarias en gran medida económicas, con límites claros marcados por la evolución capitalista. Si bien se van generando pequeños saltos cualitativos en las condiciones de vida de muchos/as chinos/as a la vez que se reproducen momentos y espacios de rebeldía, el gran paso adelante contra las estructuras de base de la sociedad de clases aún está por dar.
Por desgracia se nos acaba el espacio. Este es un tema muy amplio sobre el que nos hubiera gustado decir mil cosas más, pero es lo que hay.
Para poder realizar este artículo, hemos partido de varias fuentes, tanto locales como internacionales, que os recomendamos por si queréis seguir investigando. Sobre la crisis bursátil china de este verano, hemos analizado los artículos “Anatomy of a Collapse” (de la revista Jacobin) y “China Crash – The Faltering of Economic Transition” (de la web www.gongchao.org) –ambos en inglés-. Por otro lado, para empezar a introducirnos en la lucha de los/as trabajadores/as chinos/ as, destacamos los textos “El sol naciente de la lucha de clases” (de la web www.elsalariado.info) y “Revueltas en China. Ataques capitalistas y luchas sociales” (recopilación de varios textos realizada por la web www.gongchao.org). De todos estos sitios web, os recomendamos encarecidamente la página www.gongchao.org, proyecto que comenzó su andadura en 2008 con la intención de ir generando y recopilando en diversos idiomas –entre ellos castellano- textos, entrevistas, documentación y libros sobre “la agitación laboral y los movimientos sociales en China desde la perspectiva de la lucha de clases, la migración y el género”. Más aún, también nos gustaría reseñar un libro que se acerca a las condiciones de vida de los/as trabajadores/as chinos/as a través del caso de la multinacional de la electrónica Foxconn, para acabar poniendo sobre la mesa un mapa preciso del funcionamiento del capitalismo moderno: “Morir por un iphone. Apple, Foxconn y las luchas de los trabajadores en China”, editado por Continente.
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