El comienzo del año parece ya lejano y, con el flujo constante de información al que nos tienen acostumbrados/as, algunas noticias lo parecen aún más. Aun así, hemos querido retroceder hasta entonces y rescatar una noticia que pudimos ver en todos los telediarios y periódicos de nuestra ciudad: Madrid supera el límite de contaminación del aire permitido para 2015.
Se referían al Valor Límite Horario de dióxido de nitrógeno (NO2 ), un contaminante procedente sobre todo de los vehículos diesel, cuyo límite está establecido según una directiva europea en 200 microgramos por metro cúbico de aire que no deben rebasarse más de 18 horas a lo largo del año. Pues bien, en las primeras dos semanas del año, este límite se había superado ya en seis de las catorce estaciones de medición de este contaminante: Ramón y Cajal, Villaverde, Barrio del Pilar, Ensanche de Vallecas, Fernández Ladreda (Plaza Elíptica) y Sanchinarro.
Y lo curioso es que hasta que la “boina” gris se ha hecho imposible de ignorar tras semanas envolviendo la ciudad, a nadie parecía haberle llamado la atención el hecho de que este límite de contaminación lleva superándose en Madrid año tras año desde que entró en vigor para el Estado español en 2010, o que la Comisión Europea rechazó hace dos años la prórroga solicitada por el Ayuntamiento de Madrid y que desde entonces éste tiene abierto un expediente de infracción que puede terminar en una multa considerable.
El Ayuntamiento se defiende alegando que está tomando numerosas medidas contra la contaminación. Si hacemos un breve repaso de algunas de ellas veremos que no tienen desperdicio. Por un lado, el protocolo de actuación para episodios de alta contaminación que fue aprobado en julio pero que no ha sido aplicado en esta ocasión porque sigue pendiente de un informe que, curiosamente, “llegaría en los próximos días”.
Por otro lado, el Plan de Movilidad Urbana Sostenible que incluye medidas todas ellas o bien recaudatorias a través de multas de circulación o estacionamiento (entre otras, reducción de límites de velocidad, aumento de la vigilancia o aumento las zonas de acceso restringido a residentes) o mediante los nuevos parquímetros “inteligentes”(con el añadido en este caso de que cobran más a los vehículos más viejos, es decir, de quienes no se pueden permitir uno nuevo), o bien medidas encaminadas a hacer de la ciudad un centro comercial y/o turístico de primera (véase la peatonalización de algunas calles -con el único objetivo de que la gente mientras camine vaya viendo innumerables escaparates donde consumir y creer necesitar cinco nuevos jerseys- o las famosas bicicletas eléctricas). Llama la atención, además, que la gran mayoría de ellas se limiten al centro de la ciudad, cuando vemos que ninguna de las estaciones de medida mencionadas antes, en las que se ha superado el límite anual de NO2 , están en el centro. Por supuesto el Plan pretende también fomentar el transporte público, aunque cueste identificar las actuaciones llevadas a cabo con este fin entre las continuas subidas de precios, disminuciones de frecuencia de autobuses y metro y eliminación o recorte de algunas líneas de autobús, entre muchas otras.
Y no podíamos evitar mencionar nuestra “medida” favorita: la carta de Ana Botella a Bruselas (que bien podría ser a los Reyes Magos) pidiendo que, si quieren que Madrid cumpla los límites de contaminación, Europa fabrique coches menos contaminantes.
Pero, al margen de la hipocresía política, las promesas de humo y medidas de cara a la galería, a las que ya estamos acostumbradas/ os no sólo en lo relativo a la salud y el medio ambiente, lo que nos ha asombrado de esta noticia es la normalidad con la que parece que ha sido recibida. Está claro que a nadie le gusta respirar veneno, pero da la impresión de que a mucha gente le parece algo inevitable o, al menos, un mal menor. Y es que en una sociedad de la que el expolio de los recursos naturales y la devastación del planeta son cualidad intrínseca, como es el capitalismo, y en la que la “conciencia ecológica” se vende como un producto más – ya sea en campañas políticas o en forma de productos eco que te harán ser mejor persona – es normal que cueste percibir la contaminación de nuestro propio sustento (sea aire, agua o tierra) como el problema real –y gordo- que es.
Si no vamos a la raíz del problema y cuestionamos este modelo de sociedad y el modelo de ciudad que viene con él, en el que millones de personas nos vemos obligadas a desplazarnos hasta decenas de kilómetros a diario para ir a nuestro lugar de trabajo o estudios, en el que los alimentos y bienes de primera necesidad recorren cientos o miles de kilómetros para abastecernos, de poco sirve pedir a este u otro gobierno que tome “medidas” para reducir la contaminación.