Autor: Tardi, Jacques. Norma Editorial. 2010 (primera edición en francés en 1993)
Me he emocionado a menudo al ver las fotos que me suministró mi apreciado documentalista, Jean-Pierre Verney… secuencias de pobres desgraciados, alemanes o franceses, de mirada perdida, pues aunque posan, la angustia y el miedo son visibles. A menudo me he hecho esta pregunta: ¿cómo podían dormir? ¿Cómo se despertaban? ¿De dónde sacaban un poco de esperanza para tener aquella energía? La lluvia, el barro, la tristeza, el frío, los obuses… comprendo las mutilaciones voluntarias, los amotinados, la deserción…
Nuevamente, y después de varios meses, volvemos a reseñar una obra de Jacques Tardi, y al igual que en Puta Guerra, nos volvemos a imbuir de lleno en la llamada Gran Guerra (la I Guerra Mundial de principios de siglo XX). Regresamos a las trincheras, a ese conflicto bélico en el que se agujereó media Europa y en el que murieron personas de todos los continentes. Una guerra en la que se dio un salto cualitativo en nuestra capacidad de matarnos unos/as a otros/as, la tecnología avanzaba a grandes pasos, y con ella la ferocidad de la destrucción.
Más allá de las estadísticas de defunciones, mutilados o de hectáreas de desolación, con esta novela gráfica Tardi sitúa su lupa sobre aquellos que lucharon en primera línea de aquella guerra. La idea de esta obra no es hacernos un repaso histórico por los cuatro años de conflicto, sino relatarnos pequeñas historias de trinchera. Imágenes y palabras que repasan cortos relatos sin un orden cronológico concreto, sin una relación directa más allá de acontecer entre las filas francesas y, ante todo, de relatar las miserias de la guerra. Lo que nos encontramos en estas páginas son hombres corrientes, ni héroes ni villanos, que tratan de sobrevivir a los obuses, los disparos, las acometidas del “enemigo” y del “amigo”… Cada uno a su manera, y como era de esperar, no son muchos los que lo consiguen.
Al final, vemos y sentimos la muerte, el dolor, las cabezas que se desmoronan, el miedo que recorre todos los rincones, y sin lugar a dudas, acabamos sintiendo vergüenza por el género humano y su camino en la historia. Una vergüenza que se mezcla con la rabia de sabernos dirigidos hacia estos escenarios de destrucción, de saber que nos llevaron y nos llevarán hacia la muerte en tétricas partidas aquellos que nos gobiernan, ya sea por intereses políticos o económicos. En este sentido, la Gran Guerra supuso también un desquebraje del poderoso movimiento obrero de la época y de sus intenciones emancipadoras, pues no supo o no pudo aupar la consciencia y la fraternidad de clase sobre la verborrea patriótica de quienes mandaron a la muerte a tantos millones de personas. A fin de cuentas, una nueva derrota para nosotros/as, los/as que siempre morimos en guerras ajenas.
El 11 de noviembre condecoraron a un “veterano” (¿cuántos faltarían por asistir?). Tenía veinte años en 1915 y le expropiaron la juventud y su porvenir. Así pues, que nadie se burle…