Hipsters. Extraños/as mamíferos/as recubiertos de abundante vello facial y gafas de pasta (sean miopes o no), frecuentan los centros de las grandes urbes europeas. Estetas redomados/as, se consideran a sí mismos la vanguardia del buen gusto y del conocimiento, por lo que se han convertido en los/as autoproclamados/as aristócratas culturales del siglo XXI. Y puesto que, en su mayoría, pertenecen a clases sociales medias o altas, lo cierto es que, efectivamente, son la élite del consumo cultural en ciudades como Londres, por lo que su patrón de compras marca el camino a seguir para profesionales de la moda, diseño y nuevas tecnologías. No son demasiados/as en número, pero como han nacido con un iPhone bajo el brazo (Apple ha sustituido al Cristianismo como su religión oficial), su presencia en la Red es desproporcionada y acabamos pensando y hablando sobre ellos/as mucho más de lo que nos gustaría, aumentando sus ya de por sí desmesurados egos.
En el artículo “Política hipster: los límites de una época”, publicado en www.eldiario.es, Emmanuel Rodríguez se pregunta si existe un fenómeno al que podríamos denominar “política hipster”, para llegar a una conclusión negativa, debido a que “no hay diferencia más insalvable que entre quien está interesado por la política –y por lo tanto por alguna idea de lo común– y un hipster”. Víctor Lenore, autor del libro Indies, hipsters y gafapastas: crónica de una dominación cultural (publicado este año por Capitán Swing), comparte esta visión y afirma que “los hipsters son una falsa subcultura, que parece que se enfrenta a los valores dominantes, pero en realidad propone una versión más despiadada y esnob del capitalismo actual. Podemos decir que son contraculturales en la estética y yuppies en la ética. […] Básicamente, hablamos de una escena infantil y basada en la estética, sin ningún elemento que cuestione el sistema, ni siquiera en tiempos de emergencia social como éstos. […] Lo que comparten es la sensación de pertenecer a una élite cultural por encima de las ‘masas’, digamos el gran público, que ellos consideran vulgar”.
Ahora bien, el hecho de que estos/as gafapastas culturetas (siempre generalizando, claro) no hayan decidido participar de forma activa en política, ni cuenten con un ideario propio, no significa que sus actos carezcan de consecuencias político-sociales para los/as demás. Como dice Lenore, “está claro que el sistema se siente muy cómodo con la cultura indie y hipster, ya que comparte valores como el individualismo, la meritocracia o una versión despolitizada de la modernidad”. Y es que cuando estos valores se extienden, nos olvidamos de lo común, de lo que afecta a terceras personas, dejamos de salir a la calle a luchar por lo que es nuestro (o de otros/as) y, en consecuencia, resulta más fácil para cualquier gobierno implementar medidas restrictivas de derechos.
Pongamos un ejemplo de cómo el esnobismo hipster nos afecta. Para Lenore “es evidente que lo indie y hipster domina las secciones de cultura de casi todos los medios de comunicación. Los eventos ‘modernos’ y ‘molones’ son algo muy cercano a la construcción de la ciudad-marca como espacio presuntamente creativo y participativo”. Por ello, esta tendencia a obsesionarse con la moda, los eventos y lo material nos lleva a dejar de lado la crítica para, consecuentemente, reforzar los valores dominantes. Pero es que, además, los productos que defienden y consumen, por su naturaleza y su precio, sólo son accesibles para una parte restringida de la población, por lo que cuando se instalan en determinadas zonas de una ciudad, terminan por aumentar la tasación de su suelo urbano. Si mi barrio es “invadido” por hordas de gafapastas acríticos/as e inmaduros/as, que demandan que en ese espacio proliferen bares modernos, galerías de arte absurdamente caras y demás locales “cool”, el valor mercantil de la zona se incrementará conforme se vaya “modernizando” y esto se traducirá en la expulsión de los miembros más vulnerables de la misma. Y si los principios imperantes en la sociedad son el individualismo feroz y el elitismo en vez de la solidaridad y la empatía, difícilmente se podrá reunir el apoyo necesario para hacer frente a estos procesos segregadores.
Por ello, frente a la extensión de lo que últimamente se están llamando “valores hipsters” (que no es más que una forma metafórica de referirse al egoísmo y elitismo), apostamos por reforzar los lazos comunitarios, sociales y de clase. Dejar de hablar del “yo” para referirnos al “nosotros/as”. Dejar de pensar en lo mío para hablar de lo común, de lo nuestro.
No es una cuestión de atacar ciertas formas de vida, por muy extraterrestres que parezcan, sino de atacar la implantación de ciertos valores perjudiciales en la sociedad, para defender lo común. Y, en este sentido, son muchísimas las iniciativas de este tipo existentes en nuestro entorno que podríamos citar. Por mencionar algunos colectivos, las asambleas de barrio cumplen la función de generar un espacio de debate y puesta en común en el que las personas que participan en ella pueden expresar sus problemas y se intenta buscar una respuesta colectiva a los mismos. A modo de ejemplo, nos remitimos a una entrevista que desde este periódico realizamos la barcelonesa Assemblea del Barri de Sants en 2011: www.todoporhacer.org/las-asambleas-de-barrio-una-herramienta-y-su-potencial-el-ejemplo-de-la-assemblea-del-barri-de-sants Igualmente, Oficinas de Apoyo Mutuo como la de Manoteras (www.ofiam.wordpress.com) refuerzan el tejido social y la defensa de los bienes de los habitantes del barrio.
En cuanto a campañas abiertas, el mes pasado reseñamos en esta publicación la iniciativa “Somos la UVA” (www.somoslauva.wordpress.com), encaminada a difundir la realidad de la UVA (Unidad de Viviendas de Absorción) de Hortaleza. Y en este mes de enero de 2015 arrancará en el barrio de Lavapiés la campaña “Corralas Abiertas”, que busca defender las corralas (un tipo de edificio que abunda en el centro de Madrid, característico por contar con abundante espacio común), rehabilitándolas en los casos en que sea necesario y poniendo en contacto a unas comunidades con otras, con el fin de resistir los procesos agresivos de expulsión de vecinas/os que llevan más tiempo en el barrio y sufren los procesos de “pijotización” o “aburguesamiento” del mismo.
Si bien aplaudimos y apoyamos estas campañas, no olvidamos que son meramente eso mismo: campañas. Más allá de la resistencia, vemos cada vez más necesario un cambio profundo que rompa con los valores culturales capitalistas e individualistas que durante tanto tiempo han imperado. Si perdemos de vista el horizonte, podemos intuir lo que nos espera: soluciones fáciles y rápidas ofrecidas por unos/as y el consiguiente recambio de élites tras las elecciones. Por supuesto, este cambio podría verse acompañado de una regeneración parcial de la democracia y de las instituciones sociopolíticas (ministerios, medios de comunicación, universidades, etc.) – generando una peligrosa sensación de acomodamiento -, pero no del cambio en las relaciones sociales y económicas que nos lleve a la emancipación.
El clasismo hipster en Podemos: http://www.lamarea.com/2014/12/21/el-clasismo-hipster-en-podemos/