Hoy todo el mundo mira con expectación la aparición de una vacuna para el Coronavirus y se ponen todas las esperanzas en una solución técnica que resuelva no solo el problema de la enfermedad, sino todos los asociados a ella. Miles de millones se han invertido en grandes farmacéuticas, se han pre-comprado vacunas que aún no existen y no se toman medidas drásticas de contención esperando que la vacuna llegue cuanto antes. Todo para que vuelva la vieja normalidad, la economía se recupere y hagamos como si aquí no hubiera pasado nada.
Esta forma de pensar y hacer es muy de nuestros tiempos derivados del paradigma de la Modernidad, donde la suma de ciencia y tecnología, la tecno-ciencia, genera un horizonte de esperanza ante cualquier desastre, sea de la índole que sea. Da igual si hay un aumento de fenómenos climáticos extremos, si aumenta la desigualdad o si ganan peso formas totalitarias de gobernar. La ciencia y la tecnología darán una solución tarde o temprano, nos dicen. En realidad no es un problema intrínseco a la ciencia o tecnología, el problema es el mantra del crecimiento económico, la destrucción ambiental y social que provoca y pretender que todos los problemas se solucionen a base de nuevas tecnologías. Esta idea lo único que soluciona es el mantenimiento de las tasas de ganancia de las empresas que hoy dominan el mercado, las grandes tecnológicas simplificadas bajo las siglas GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Microsoft).
Prevenir es curar
Quizás los saberes populares tengan mayor visión de futuro y humanidad que las GAFAM. ¿O es que nunca hemos oído la expresión “es mejor prevenir que curar”? Un dicho popular tan simple pero que lleva intrínseco un paradigma completamente ajeno al del turbo-capitalismo. Las vacunas son una cura necesaria e imprescindible, pero ¿y si fuéramos capaces de prevenir situaciones como la actual? ¿Es realmente posible prevenir eventos de tal magnitud? Desde luego que sí, aunque con la inercia del sistema que padecemos se vuelva tremendamente difícil.
Para prevenir hay que conocer y analizar el origen. Pocas veces habréis leído que el coronavirus es una enfermedad de origen zoonótico, esto quiere decir que es de origen animal con capacidad de infectar al ser humano. El 70% de las nuevas enfermedades descubiertas son zoonóticas y lo son el 100% de las decretadas como prioritarias por la OMS. Esto nos da un primer indicador: la relación de humanos con animales no humanos puede provocar saltos de enfermedades nuevas y nocivas. ¿Cómo sucede esto? ¿Ha sucedido siempre?
Zoonóticas: las enfermedades que ya están aquí
Las enfermedades zoonóticas no son una novedad. El Ébola, el Zika o el Virus del Nilo son ejemplos desgraciadamente conocidos por su impacto sobre la salud humana. El origen de este tipo de enfermedades está en el contacto entre humanos y no humanos, desde una garrapata que primero estuvo en uno y luego en otro ser, hasta contactos más directos derivados de la ingesta de animales salvajes. Esta lectura nos lleva directamente a la cuestión de la biodiversidad y el avance del ser humano sobre territorios no urbanizados. La biodiversidad funciona como un equilibrio natural que cuando es alterado puede tener consecuencias trágicas. Las enfermedades zoonóticas funcionan de la siguiente forma: existe un patógeno dentro de una especie huésped y existen especies reservorio. Las reservorio son especies que son huésped del patógeno pero sin que éste suponga una amenaza a su salud. Cuando se produce un contagio hacia una especie de este tipo, las posibilidades de propagar el patógeno se reducen. Esto nos indica que las áreas de mayor diversidad funcionan como una barrera natural de protección frente a patógenos. El equilibrio natural dificulta que estas enfermedades lleguen al ser humano.
Rompemos la biodiversidad
En el momento en el que el ser humano avanza en su proceso de deforestación y urbanización por terrenos salvajes, estamos destruyendo ese equilibrio que es la biodiversidad y aumentando las probabilidades de que una enfermedad desconocida salte a nosotras. Hay muchos ejemplos básicos que nos sirven para ejemplificar.
En el Golfo de Guinea la pesca intensiva de las grandes multinacionales provocó que la mitad de la biomasa pesquera desapareciera. Quienes se dedicaban a la pesca tradicional perdieron su sustento y, con ello, la comunidad que vivía y se alimentaba de ello, al aumentar drásticamente los precios del pescado. En busca de formas de sustento, entraron las empresas madereras, comenzó la deforestación y la interacción con animales salvajes también en la alimentación. Así saltó el VIH al ser humano.
Los monocultivos industriales, la destrucción de las prácticas tradicionales de agro-ganadería, las migraciones forzosas y, en definitiva, la destrucción medioambiental de la mano de los grandes capitales son las que han posibilitado la aparición de multitud de enfermedades hasta el momento desconocidas y de consecuencias terribles para el ser humano.
Además, el Cambio Climático acelera toda está vorágine de pérdida de biodiversidad y transmisión de patógenos. Las aguas estancadas aumentan la existencia de ciertos mosquitos en áreas semi-urbanas que facilitan tremendamente la transmisión de enfermedades y la rotura de estos equilibrios eco-sistémicos facilita otro gran vector de infección, como son las garrapatas. Ante ello, nos vemos en el absurdo de culpar a estos bichos, cuando, como hemos visto, la culpa va más allá y es fruto de la actividad humana que destroza los equilibrios naturales. La solución de los tecnócratas sería matar a todas las garrapatas. Así de absurda es esta forma de pensar.
Un sistema tan vigoroso como frágil
Mientras que el capitalismo se vende como “el mejor de los sistemas posibles” acelera la destrucción del único planeta habitable del que disponemos. La crisis de la Covid ha puesto de manifiesto lo que las ecologistas llevan décadas avisando: que todo sistema excesivamente complejo acarrea multitud de vulnerabilidades que, en situaciones de fuerte estrés, pueden llevar a su colapso. Y con él, vamos nosotros. El circuito mercantil y empresarial internacional permite que los problemas se propaguen a una velocidad nunca antes vista. Las cadenas de valor internacional generan una pérdida total de autonomía económica y política de los territorios. Estamos viendo un ejemplo más de cómo las vulnerabilidades existentes, y potenciales, de esta forma de vida son mayores y más peligrosas que los beneficios que nos ofrecen.
Hoy la vacuna no supone más que un parche necesario para atajar esta pandemia mundial. Pero el objetivo debería ser impedir que otras pandemias lleguen a producirse. Para ello hace falta un cambio de paradigma que es estrictamente incompatible con el paradigma que nos ofrece la tecnología como solución a todos nuestros problemas, sin mostrarnos el lado perverso de todo ello.
En la Comunidad de Madrid tenemos un ejemplo muy claro de este choque de paradigmas. Mientras que el mundo sanitario estaba reclamando reforzar las medidas preventivas mediante la inversión en atención primaria y rastreadores, el gobierno necro-neoliberal de Isabel Díaz Ayuso se ha dedicado a construir un nuevo hospital de pandemias, a la vez que existen plantas en hospitales públicos cerradas o no se ha tomado el control de los recursos privados para ponerlos a disposición pública.
Un nuevo paradigma
No es casualidad el momento en el que se ha producido esta crisis. Llevamos décadas sentando las bases para que sucesos como este se produzcan. La infra-inversión en los sistemas sanitarios, la dependencia del comercio exterior, el aumento de la presión turística y la destrucción medioambiental no son hechos aislados y compartimentados. Son parte un todo global como hemos visto. La salud no es solo cuestión de enfermeras, doctoras y científicas. A principios del siglo XX uno de los hechos que hicieron reducir drásticamente las enfermedades y la mortalidad infantil fueron las campañas por la higiene personal, algo tan sencillo como lavarse las manos. Esta forma holística de pensar es lo que hoy se necesita más que nunca. Una nueva forma de pensar que permita generar un paradigma que nos muestre un futuro que no sea o apocalíptico o una versión cutre de Blade Runner. Recuperar la biodiversidad, desacelerar los ritmos de vida, restar poder al mundo empresarial e invertir en aquello que no se rige por criterios comerciales y de beneficio, son algunos de los pasos por los que debemos transitar para que, en el caso de que haya una nueva pandemia, estemos preparadas.
Sí acuerdo con buena parte del artículo; sin embargo las conclusiones parecen algo tibias; ese cambio de paradigma necesario (para colapsar mejor) que gracias a las redes interpersonales y comunitarias de corte eco-libertario puede darse; ha de ir de la mano del fin del capitalismo…y del industrialismo