El CIS de septiembre señala que la inmigración es la principal preocupación de los españoles. La socialdemocracia alemana incrementa los controles raciales en sus fronteras. Los laboristas británicos mantienen la política migratoria de los tories. La derecha moderada francesa pacta con la extrema derecha. Los medios de comunicación y redes sociales replican imágenes de personas presumiblemente extranjeras cometiendo alguna acción socialmente reprobable, sin contexto personal, temporal o espacial, alguno.
La cuestión migratoria se aborda constantemente desde la urgencia y el shock, considerada una problemática que debe afrontarse de forma inmediata. Como si hasta ahora no se hubiera tomado medida alguna. Como si las personas migrantes hubieran encontrado las puertas abiertas. Como si Europa hubiera pecado de ingenua (sic) y es ahora cuando estamos pagando las consecuencias. Pero, el CIS de 2007 ya señaló que la inmigración era la principal preocupación de los españoles. El PSOE, en 1985, aprobó la primera ley de extranjería, que establecía la prevalencia nacional a la hora de acceder al mercado laboral, el repetido “los españoles primero” por nazis y fascistas durante las últimas décadas. En los años 95 y 98, se levantaron los actuales muros de Ceuta y Melilla, y, desde entonces, su altura y medidas represivas no han hecho más que ser un elemento del debate público. La socialdemocracia europea ha legislado siempre en la misma dirección que lo hace ahora. El actual Reglamento de Extranjería español, aprobado en 2011, ha sido modificado en 2013 (hasta en dos ocasiones), 2014, 2015, 2018, 2021, 2022, 2023 y, en principio, lo será también en este año.
El discurso que presenta la situación actual como próxima al colapso, que quiere obligarnos a actuar inminentemente, porque, antes, no se ha hecho nada, contrariamente a lo que cabría esperar, se ha prolongado a lo largo de las últimas décadas, de forma sostenida, generando una contradictoria situación de alarma que forma parte del cotidiano del espacio público. Mientras esto ocurre, o mejor dicho, porque eso ocurre, la actuación legislativa y administrativa es constante, pese a lo señalado en este relato, y, lo más importante, torna cada vez más coactiva sobre las personas no europeas. Es decir, mientras se instala la convicción colectiva de lo necesario de una actuación inmediata, el Estado español lleva décadas de producción normativa continuada en este sentido, por ello, cabe preguntarse el porqué del sostenimiento de esta urgencia.
La reacción progresista asume la situación de alarma, tendiendo a dos reacciones mayoritariamente más visibles. Por un lado, la que pretende articular una respuesta, principalmente, discursiva, que no puede esperar, que debe confrontar, aquí y ahora, el relato asociado de forma incorrecta exclusivamente a la derecha radical, y, por el otro, aquella izquierda que, en general, asume los marcos presentes pero matizados con cierto cariz humanista, el resumen de ello sería un no podemos dejar entrar a todos, pero hay que tratar bien a los que entren, idea que sigue percibiendo nuestras sociedades amenazadas, en base a lógicas nacionalistas.
Respecto al primer punto, en cuanto a la reacción inmediata, como se ha dicho, el año que viene se cumplen 40 años de la que se considera la primera ley de extranjería, que impulsa la institucionalización de un régimen de desposesión de derechos, generando diferentes escenarios de violencia para las personas no europeas. Si bien la batalla dialéctica en el espacio público, en el presente, es imprescindible para evitar la normalización de determinados relatos, y ciertas acciones requieren de una respuesta inmediata, tan sólo la construcción de un común compartido, tan sólo articulándonos como clase o comunidad, como más le guste a cada una, podremos hacer frente a la división y conflicto. Y, sentimos deciros que este es un camino muy largo.
La creación de espacios colectivos de encuentro, construcción y lucha, permite desarrollar imaginarios y experiencias comunes que nos fortalecen como grupo, como clase. Los colectivos barriales, el sindicalismo laboral y social, las iniciativas de cultura popular, etc., son el mejor antídoto contra las representaciones que pretenden instalar las diferentes iniciativas reaccionarias. No hay respuestas rápidas, tan sólo, la ruptura del individualismo de las sociedades actuales y la toma de conciencia de los intereses compartidos.
La otra vía imprescindible es la recuperación del internacionalismo íntimamente ligado al movimiento obrero tradicional, que incorporaba un ideal de fraternidad universal y, sobre todo, realizaba un ejercicio de comprensión y análisis del estado de las cosas asumiendo la interrelación entre los diferentes sucesos que tienen lugar en el escenario mundial. En base a esto último, hay dos hechos importantísimos que no pueden quedar silenciados en el debate actual. El primero es que el mayor esfuerzo en la acogida de refugiadas, de personas que huyen de conflictos bélicos u otros episodios de violencia, lo realizan los países limítrofes, es decir, por ejemplo, las personas refugiadas africanas, mayoritariamente, permanecen en otros países africanos. Si nos fijamos en los datos, la diferencia es enorme, poniendo en evidencia la pataleta europea respecto a esta cuestión.
Por otro lado, en la actualidad, principalmente, las personas africanas provienen de regiones de Mali, Senegal, Sudán, etc., este hecho puede ser perfectamente explicado por la acción de los países europeos en estos territorios en defensa de los intereses de sus oligarquías. Las nuevas expresiones de colonialismo siguen arrasando con territorios y formas de vida.
Por todo ello, para finalizar, insistir en la misma cuestión, comunidad, clase e internacionalismo, como espada y escudo contra los discursos y políticas antimigratorias.
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