De acuerdo con un artículo de La Directa de Marc Iglesias, “la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU (NSA), los departamentos de inteligencia y el gobierno de los Estados Unidos han ejecutado más de 3.000 personas con drones armados desde el año 2004”. Y es que hasta el año 2002, estos vehículos aéreos no tripulados se utilizaban casi exclusivamente como herramientas de reconocimiento, hasta que, al calor de la “guerra global contra el terror” iniciada por George W. Bush, el ejército estadounidense cambió de enfoque.
Afganistán, invadido por las tropas de EEUU y de Gran Bretaña un mes después del 11-S, fue el escenario de las primeras operaciones con drones armados. Estos ataques, que tenían como objetivo poner fin a la vida de los supuestos responsables de los atentados de Nueva York, inauguraban una nueva etapa que Enric Luján (autor del libro Drones: sombras de la guerra contra el terror, recomendado al final de estas líneas) llama “la era de la post-presunción de inocencia”.
“Nosotros los localizamos, vosotros los elimináis”
Desde el primer momento, la “guerra contra el terror” invirtió dinero, personal y recursos en la NSA con el objetivo de recoger cantidades ingentes de información sobre la población mundial. Esta operación de monitorización y control, inédita hasta entonces por su extensión y volumen, compensó la inexistencia de una red de informantes sólida y capaz de ofrecer detalles sobre las organizaciones terroristas establecidas en países como Yemen, Pakistán o Somalia.
En este contexto, la vigilancia masiva y el programa de asesinatos selectivos acabarían convirtiéndose en los dos elementos básicos y complementarios de la doctrina militar moderna de los Estados Unidos. En 2002, la NSA -en colaboración con la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial- creó una unidad especializada en la geolocalización y el seguimiento en tiempo real de teléfonos móviles que adoptaría un lema muy descriptivo: “We track’em, you whack’em” (“nosotros los localizamos, vosotros los liquidáis”).
Y su uso ha ido en aumento. Prueba de ello es que la Administración Obama ha multiplicado por ocho el número de ataques dirigidos con drones respecto a su antecesor, Bush, sustituyendo la política de asesinatos selectivos y quirúrgicos por la de “selección de objetivos”, sin poder especificar el número exacto de muertos/as y/o sus identidades. Como mostró el presentador de televisión John Oliver hace unos meses, del análisis de 114 informes de ataques de drones de EEUU, se desprende que no se sabe el número de víctimas (los informes pueden dar cifras como “de 7 a 10 personas”), ni sus identidades (“posibles talibanes”).
La apuesta de Obama por el uso de vehículos no tripulados en detrimento del envío de tropas sobre el terreno responde a una voluntad de anestesiar la amenaza que supone una sociedad conscientemente movilizada contra la guerra. Así, se torna “más difícil la formación de una verdadera oposición política”, de acuerdo con Enric Luján, mientras la guerra se perpetúa y el legado iniciado por Bush en 2001 continúa.
El papel del sector privado: la privatización de la guerra
El sector privado siempre ha estado presente en el desarrollo de los programas dron. El papel de las corporaciones como suministradoras de equipos, sistemas de recolección de datos e infraestructuras de comunicación se traduce en un negocio de miles de millones de dólares, del que se benefician grandes empresas como Boeing, Textron o ITT Corporation.
El sector privado, sin embargo, no se limita a proveer material para la guerra dron, sino que, como reveló el año pasado una investigación elaborada por el Bureau of Investigative Journalism, también se dedica a proporcionar mano de obra dedicada al procesamiento y análisis de los vídeos de vigilancia.
Paradójicamente, en un conflicto que se caracteriza por ocultar al público las imágenes que explicitan la violencia de los ataques con drones, el medio millón de horas de vídeo que generan los drones y otras aeronaves cada año obliga al ejército a contratar cada vez más empresas privadas para no verse ahogado por esta cantidad ingente de material audiovisual.
Este artículo es un resumen del titulado “Drons, la màscara de la guerra permanent”, publicado por Marc Iglesias en La Directa (febrero 2016), añadiendo información obtenida del programa de TV Last Week Tonight, de John Oliver de 28 de septiembre de 2015 (https://www.youtube.com/watch?v=K4NRJoCNHIs). Este vídeo es especialmente interesante por los testimonios del terror diario de los habitantes que viven en zonas atacadas por drones.
Drones: sombras de la guerra contra el terror
Autor: Enric Luján. Virus Editorial (www.viruseditorial.net). Barcelona, 2015. 176 páginas.
«El dron fascina y aterroriza a partes iguales por la innegable ventaja
que confiere a quienes pueden recurrir a su poder de muerte.» Entronizado como adalid de una supuesta «guerra limpia y quirúrgica», exaltado en la lógica neoliberal por sus posibilidades mercantiles o, en el extremo opuesto, representante de una supuesta maldad tecnológica, el dron es hoy un objeto sacralizado.Pero, en su desnudez, se trata de «versiones perfeccionadas de los viejos aviones teledirigidos», y su interés real reside en su papel en las lógicas de la guerra mundial contra el terror o en la renovación del monopolio de la violencia estatal, bélica y sistémica. El dron es parte y consecuencia de un proyecto de dominación política global, que lo condiciona de raíz.
Este libro desmonta numerosos tópicos. Su supuesta similitud con un videojuego queda en entredicho por los niveles de estrés postraumático que se dan entre los operadores de aviones no tripulados, superiores a los de las tropas en el campo de batalla. Su uso como complemento de operaciones antidisturbios en conflictos urbanos cuestiona la supuesta inocuidad de la violencia dron en los países occidentales. Son sólo dos ejemplos de cómo este artefacto no aleja la guerra sino que la acerca más si cabe a nuestras vidas.