Seguir la evolución de la política egipcia desde la caída de Mubarak el 11 de febrero de 2011 no supone una tarea fácil; demasiados/as son los/as actores/actrices (locales como internacionales) implicados/as, demasiado cambiante los alineamientos y los juegos de intereses, demasiado poco numerosas las voces que nos llegan directamente desde las plazas y las calles. Pero en el último mes la situación parece haber sufrido otra vuelta de tuerca y los acontecimientos se aceleran: elecciones, violencia, manifestaciones, enfrentamientos, coacciones… hasta aquí el ruido mediático, pero ¿cuáles son los “nuevos” frentes abiertos en la sociedad egipcia? ¿Qué está en juego al inicio de la era pos-Mubarak? Los objetivos de la ira de la reciente oleada de protestas violentas claramente indican que el descontento se dirige principalmente contra el partido político “Libertad y Justicia”, brazo político de los Hermanos Musulmanes (una formación político-social de corte islamista/conservadora) del actual presidente Mohamed Morsi. Los Hermanos Musulmanes, hasta ahora claros vencedores políticos de la revolución anti-Mubarak, tras un primer periodo de apaciguamiento, concesiones y buenas palabras, se han embarcado definitivamente en la actividad más prolífica de quienes se encuentran con las riendas del poder: cimentarlo, perpetuarlo, dejarlo todo atado y bien atado… Hasta la fecha Morsi había actuado con bastante habilidad, deshaciéndose del Consejo Militar a la primera de cambio, en cuanto éste pasó a ser percibido en la calle como garante de la revolución a fuerza opresora. En cuanto los militares ya no se encontraron en la posición de proteger a los insurgentes contra la policía del régimen, sino que comenzaron ellos mismos a ser defensores del nuevo estatus quo contra quienes seguían tensando las cuerdas para sacarle más jugo a la situación revolucionaria que habían forzado se vio rápidamente que su hora había acabado. Más preocupados por mantener su inmunidad jurídica (con unas cuantas muertes a sus espaldas…) y demás privilegios y viendo la que se les venía encima opusieron poca resistencia contra el decreto presidencial que puso fin al poder del Consejo Militar en agosto.
Pero la historia del segundo decreto de este tipo está siendo bien diferente: el 22 de noviembre Morsi vuelve a cambiar las reglas del juego y se blinda en el poder, otorgándose inmunidad jurídica a sí mismo y a sus decisiones y abriendo la puerta a una nueva batería de medidas excepcionales a aplicar cuando perciba un peligro para el país. Con el recuerdo aún intacto de más de tres décadas de estado de emergencia bajo Mubarak, el país estalla. El nuevo gobierno ha traicionado la revolución y se dispone a volver a hacer olvidar derechos y libertades conquistadas hace tan sólo unos meses. Para dar legitimidad a su deriva autoritaria y seguir con su proyecto de monopolizar el proceso político, Morsi convoca un referéndum constitucional para el 15 de diciembre, cuya aprobación resultaría en medidas antisindicales, contrarias a los derechos de la mujer y a favor de la religión.1
Más allá de los habituales juegos de poder entre islamistas y liberales, entre las clases trabajadoras el descontento no se basa tanto en lo meramente político, sino en gran medida en su bienestar económico. En este frente, como de costumbre, todo han sido buenas intenciones, pero en el plano material millones de egipcios/as no han visto avance alguno. Y eso que, aunque a muchos observadores occidentales parecía entretenerles enormemente debatir si la revolución egipcia fue promovida por unos islamistas o si por el contrario fue obra de unos/as cuantos/as intelectuales progres y sus cuentas de Twitter y Facebook, los/as trabajadores/as industriales del país están convencidos/as de que se trata de la revolución del proletariado oprimido. Una revolución que no comenzó en 2010 con la Primavera árabe sino que viene de atrás, que se intensificó con las huelgas y revueltas de 2008 y que –subrayan– está lejos de haber concluido.
De esta manera tal vez no sorprenda el cauce que han tomado los acontecimientos en Mahalla, centro neurálgico de las luchas de los/as trabajadores/as egipcios/as. Esta ciudad de medio millón de habitantes, en la cual estallaron las ya mencionadas huelgas salvajes luego convertidas en revueltas anti-Mubarak del 2008, fue declarada República Independiente de Mahalla el 7 de diciembre, después de días de disturbios entre trabajadores/as de las fábricas textiles y partidarios del Presidente y de haber expulsado al gobierno municipal. Si bien más que un movimiento secesionista se trata de un gesto simbólico, éste no deja de estar cargado de significado: el pueblo de esta ciudad, acostumbrado tanto a las luchas como a la represión, lanza el mensaje inequívoco a cualquier opresor, presente o futuro. El pueblo no ha derrocado al antiguo régimen para que llegue otro perro con distinto collar. Están dispuestos a seguir el camino iniciado y, por encima de la unidad nacional u otros cuentos, les importa el bienestar de su gente, de la clase luchadora como sujeto autónomo, capaz de generar sus propias realidades. “Ya no formamos parte del estado de los Hermanos Musulmanes. El régimen de Morsi es corrupto. Su constitución niega a las mujeres sus derechos más básicos, pero más allá de denunciar a los Hermano Musulmanes y su constitución, estamos aquí para declarar que no toleraremos a ningún amo que nos sangre para permanecer en el poder” declararon los/as trabajadores/as reunidos/as en su ciudad liberada.
Con información extraída de http://oreaddaily.blogspot.it/ y http://juralib.noblogs.org/
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1 El día 25 de diciembre finalmente se hicieron públicos los resultados del referéndum: la nueva Constitución queda aprobada con un 63,8% de los votos emitido. La participación no ha llegado al 33%. Numerosos sectores habían llamado a boicotear el referéndum, entre otras razones porque daban por hecho que el resultado estaría manipulado.