En este último mes la comunidad internacional volvió a mirar hacia otro lado en una nueva agresión a Palestina. Le sigue dando la espalda a un pueblo que desde hace décadas está sometido a un plan de exterminio por parte de Israel. Donald Trump, presidente del mundo para gran parte de la opinión mediática, ha propuesto una solución que favorece los intereses israelíes exclusivamente. Esta es la conformación de dos Estados: uno palestino convertido en piezas de lego y con corredores de conexión entre los centenares de microterritorios en que quedaría reducido. Otro sionista, con capital en Jerusalén y un nuevo trazado de las fronteras que concede a Israel el oeste del valle del río Jordán, con lo que se anexionaría parte de Cisjordania. Esta nueva imposición de futuro al pueblo palestino, ha sido orquestada por los Estados Unidos, y difundido como un gran acuerdo para la paz. Nada más lejos de la realidad, pues este plan plasmaría geográficamente las pretensiones originales de Israel, reducir Palestina a la nada social y política.
El plan de la vergüenza o cómo hacer un plan de paz para romper Palestina
«El acuerdo de paz inicial ocupaba 8 líneas, otras propuestas de paz eran de 3 páginas, pero el nuestro es de 80 páginas y tiene un mapa» – Jared Kushner, defendiendo su plan de «paz»
El nuevo mapa que marca el plan estadounidense (ideado por Jared Kushner, yerno de Trump y empresario inmobiliario sin ninguna experiencia en diplomacia y/o política) muestra un Estado palestino fragmentado a quien se le ofrece corredores o túneles subterráneos que no comprometan la seguridad israelí. De la misma manera, se concede a Israel zonas al oeste del valle del río Jordán, situadas en Cisjordania, con lo que esta área ocupada quedaría sin salida directa desde Palestina a Jordania, a la que estaría comunicada por dos carreteras que cruzarían territorio israelí hasta alcanzar la frontera jordana.
Escondido tras la retórica de un padre benefactor que quiere la reconciliación de sus hijos, esta interpretación bíblica estalla ante el rostro de una Palestina desgajada y en pleno estado de guerra continuado por parte de Israel. La historia contemporánea de fundación del Estado de Israel en 1948, responde a un origen bien claro de ocupación del territorio de Palestina basado en una interpretación autoritaria, victimista y colonial. La mera existencia de Israel en los términos contemporáneos actuales desde el siglo XX no deja lugar a dudas, es un Estado creado en esencia para el exterminio incondicional de Palestina. Nada puede asemejar su fundación y desarrollo a otros estados-nación construidos en el siglo XIX, que tenían una finalidad aglutinadora y expresaban su coacción hacia un enemigo interno de clase. En cambio, el Estado israelí nace contemporáneamente con una finalidad disociadora y practicando su opresión hacia un enemigo étnico al que exterminar como razón de ser de su existencia. Es coherente advertir que todo sistema de opresión crea un sistema de oposición reflejo del mismo originalmente, puesto que gran parte de su práctica moral se hereda en caso de no crear herramientas y experiencias genuinas al margen del sistema del que se ha partido. Esto quiere decir, que hay mucho de nazismo en el sionismo desde su momento inicial.
Domesticados e impidiéndoles defenderse de los ataques israelíes
Este acuerdo, además, fija una serie de condiciones inhumanas para la población palestina concretamente en Gaza, y que se ve diezmada por ataques sionistas y bombardeos continuadamente. Amenaza a ese territorio con no permitirles una alternativa de convivencia posible a no ser que cesen sus respuestas y autodefensa armada contra Israel. Impone a la Franja de Gaza la creación de un gobierno palestino comprensivo con la necesidad de seguridad israelí, y que mantenga la entidad sionista la soberanía sobre sus aguas territoriales.
En el mapa trazado por el plan para esa región propone, siempre que se cumplan las exigencias anteriores y hubiese buena voluntad por parte de Palestina, la cesión de zonas donde establecerían empresas tecnológicas israelíes que emplearían a población de Gaza, y a parte áreas residenciales y agrícolas, separadas de la cercana frontera con Egipto por una estrecha franja fronteriza que estaría controlada militarmente por Israel. La capital única e indivisible de Israel sería Jerusalén, otorgando las afueras de la ciudad en su zona este y sur, llamada en árabe como Al Quds, como capital del Estado palestino. Por último este acuerdo incluye la imposibilidad de retorno de los refugiados palestinos en su mayoría. Establece tres opciones para los refugiados palestinos que busquen un sitio permanente de residencia: bien la absorción en el futuro Estado palestino exclusivamente para aquellos registrados en la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA); la integración en sus países actuales de acogida; o su reubicación en los países miembros de la Organización de Cooperación Islámica (OCI) que los acepten.
Toda propuesta de economía propia en Palestina queda supeditada a un plan de libre comercio, fundamentado en los derechos de propiedad y una manufactura de carácter exclusivamente capitalista, muy al contrario de la economía social y comunitaria que históricamente se ha desarrollado en esta región. Igual que existen virus y enfermedades incompatibles con la vida humana, la Israel sionista es absolutamente incompatible con la existencia de vida en Palestina, mientras esa situación siga perpetuándose, a Palestina solo le queda la resistencia y la solidaridad del resto de pueblos del mundo.
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